Podríamos estar en la antesala de una crisis política y una crisis económica que se conjuguen y retroalimenten, generando consecuencias difíciles de anticipar.
Quienes hemos vivido lo suficiente sabemos que México es un país que ha vivido muchas crisis y que ha logrado sobreponerse una y otra vez.
El gran desafío que hoy enfrentamos es sortear nuevamente otra cuyo grado de complejidad no habíamos visto en el pasado pues de hecho no es una sino dos crisis entrelazadas.
Pero antes de hablarle del presente, permítame hacer un breve recorrido de algunos episodios complicados de nuestra historia reciente.
El año de 1968 será recordado como el año del movimiento estudiantil. La actual presidenta de la Cámara de Diputados, Ifigenia Martínez, fue protagonista entonces en calidad de directora de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM.
Tras la represión del 2 de octubre, el movimiento estudiantil que había puesto en jaque al gobierno se fue debilitando hasta que se disolvió.
Esa hecatombe ocurrió, sin embargo, en un contexto de crecimiento económico muy elevado y sin inflación.
La crisis política no se conjugó entonces con la crisis económica.
Pero, la estabilidad económica del país se perdió en 1976, luego de un sexenio con un gasto público desordenado y de la erosión de la confianza del sector privado.
En ese año estalló una crisis financiera que trajo consigo la devaluación del peso, por primera vez en 22 años. Hubo barruntos de crisis política, pero no estalló, y la llegada al gobierno de López Portillo, regresó las aguas a su nivel.
Sin embargo, el mismo José López Portillo realizó una gestión económica desastrosa que derivó una nueva devaluación en 1982 pero amenazó con convertirse en real crisis política con la nacionalización de la banca en septiembre de 1982.
Un nuevo gobierno y una nueva visión, la de Miguel de la Madrid, frenaron el choque con los empresarios, pero no lograron impedir que los problemas económicos duraran prácticamente todo el sexenio.
La estabilidad económica tuvo que esperar hasta la llegada del gobierno de Salinas de Gortari.
Pero, en el año de 1988, la elección trajo consigo un problema político que no se había visto en México, por la falta de reconocimiento de los resultados por parte de los opositores y la presunción de fraude.
La economía se recondujo con la renegociación de la deuda, la reprivatización de la banca, la apertura comercial y posteriormente la firma del TLC con Estados Unidos y Canadá.
El relativamente buen desempeño de la economía se interrumpió en 1994 con la rebelión zapatista, el asesinato de Luis Donaldo Colosio y al final del año, el estallido de una crisis, derivada de la falta de coordinación entre el gobierno saliente y entrante.
El triunfo de Zedillo en una elección de gran participación ciudadana, y el apoyo de Clinton para rescatar las finanzas mexicanas, impidieron que las crisis política y financiera se amplificaran y la estabilidad regresó a partir de la segunda mitad de 1995.
La siguiente crisis, ahora de carácter político, ocurrió hasta el año 2006, cuando López Obrador no reconoció el resultado de la elección presidencial de aquel año.
La toma de posesión de Calderón en diciembre del 2006 y la desarticulación gradual del plantón en el Zócalo y Reforma, regresó gradualmente la tranquilidad.
La crisis económica de 2008-09, a la que nos vimos arrastrados por la crisis financiera global, no coincidió con alguna de orden político.
El triunfo de AMLO en las elecciones de 2018 no trajo consigo ninguna crisis ni política ni económica.
El siguiente episodio que desarticuló la economía derivó de la pandemia y el confinamiento en 2020.
Pese al devastador efecto que tuvo, tan pronto como en 2021 hubo una recuperación de la economía y a diferencia de otras latitudes, no generó una erosión del apoyo al gobierno.
La disyuntiva que hoy enfrentamos deriva del intento del gobierno saliente de AMLO de emprender reformas constitucionales que cambiarán el régimen político en México.
Eso ya ha paralizado al Poder Judicial Federal, ha generado intensas movilizaciones y puede tener un efecto político para el mediano plazo de pronóstico reservado.
Pero al mismo tiempo está sacudiendo la economía y tiene el potencial de ocasionar una crisis de confianza que afecte al crecimiento en el mediano plazo.
En suma, podríamos estar en la antesala de una crisis política y una crisis económica que se conjuguen y retroalimenten, generando consecuencias difíciles de anticipar.
Ojalá la trayectoria del país sea otra.