Nadie estudia para ser presidente, ni hay cursos intensivos para convertirse en mandatario. YouTube puede estar abarrotado de tutoriales para cualquier tema que pueda a uno ocurrírsele, pero no este; no hay manual del usuario para manejar al país. Bueno, no lo había hasta que a López Obrador se le ocurrió la idea de viajar cada fin de semana con la presidenta electa.
A lo largo de 10 viernes, sábados y domingos el presidente en funciones y la presidenta electa recorrieron el país de un extremo al otro. Algunos lo interpretaron como el tour de la despedida, un homenaje al ego para arroparse en el aplauso popular antes de hacer mutis de la escena política. Sería una lectura más bien frívola. Otros lo juzgaron en términos aún más críticos: como una inmersión de adoctrinamiento para leerle la cartilla a su sucesora, imponer condiciones y exigencias.
A estas interpretaciones se les ha escapado el verdadero propósito de estas giras: el traspaso de la información política y operativa que no existe en ningún expediente, el destilado que resulta de la experiencia de gobernar a este país durante los últimos seis años. Ese es el traspaso del bastón de mando auténtico: las instrucciones de cómo usarlo con el mayor provecho y eficacia posible.
Propios y extraños, amigos y enemigos, coinciden en que López Obrador ha sido un fenómeno político; el personaje con mayor habilidad e intuición entre la clase política de las últimas décadas. Y en efecto, la manera en que operó frente a gobernadores, oposición incluida, generales de división, líderes sindicales, empresarios y dueños del dinero, CEO de trasnacionales, presidentes y embajador de Estados Unidos y un largo etcétera muestran la sagacidad para mantener su agenda y minimizar resistencias. El lamentable estado de la oposición no solo es resultado de los impulsos autodestructivos de sus dirigentes, también de una estrategia habilidosa para debilitarlos o, para decirlo más suave, inhibir su protagonismo.
Los adversarios podrán cuestionar el balance político de la gestión de López Obrador, pero resulta categórico el éxito electoral de Morena en las elecciones estatales y federales de estos años, la estabilidad política o los niveles de aprobación. Tal balance es producto de la intuición, pero más aún de un conocimiento profundo del territorio, sus habitantes y sus circunstancias. Hay entidades federativas que el Presidente conoce mejor que sus propios gobernadores, algunos de ellos incorporados desde el centro del país.
Claudia Sheinbaum tiene 15 años de experiencia como servidora pública del más alto nivel en la capital, pero evidentemente ha tenido menos exposición a la trama política y social de tantos y variados rincones de nuestra compleja geografía. Estoy convencido de que ella es en este momento el mejor cuadro de la alta administración pública que tenemos, por la doble virtud que supone su competencia como funcionaria y su conciencia social. Pero el conocimiento político que tiene López Obrador de los intríngulis de cada región es excepcional.
Ningún miembro de la clase política tiene ese pulso, ni de cerca, de este México profundo. Lo recorrió varias veces a todo lo largo durante sus tres campañas presidenciales y otras dos en la construcción del PRD, primero, y Morena después. No hay ciudad grande, mediana o pequeña en la que no haya pernoctado o camino secundario que no conozca. Lo mismo vale para los problemas de fondo en cada lugar.
La posibilidad de recorrer con él los sitios claves y recuperar la información confidencial constituye oro molido para la presidenta. Un mapa de riesgo del campo minado que en muchos sentidos siempre ha sido México. Los detalles sobre tal sindicato universitario, la enemistad entre dos hombres fuertes de una región, el conflicto con la empresa minera y la transa de los líderes de los grupos quejosos, la debilidad de un gobernador, los pros y contras de determinado empresario. Todo lo que usted se imagine que alberga el pecho que no es bodega, pero que solo puede y debe escuchar quien habrá de sustituirlo. Y como no creo que López Obrador lleve apuntes sobre cada uno de estos temas, los recorridos se han convertido, al mejor estilo aristotélico, en el método peripatético para la transmisión de estos conocimientos. Información sobre la marcha.
Solo un presidente con varios años en funciones sabe cabalmente de qué tamaño es el tigre, el conjunto de las presiones que los ministros solo ven en parcialidades, los casos de corrupción imposibles de sustentar en tribunales, la dura experiencia de aprender lo que sí puede y no puede hacer un mandatario, la distancia entre lo deseable y lo posible, la perspectiva de conjunto de aquello que funciona y lo que termina atorándose en las cañerías.
Y justo porque no hay talleres de aprendices presidenciales, el primer tramo sexenal suele ser una dura curva de aprendizaje a partir del ensayo y el error, de la que nadie está exento. Pero lo que está haciendo ahora Sheinbaum, una especie de propedéutico, puede disminuir sustancialmente el arco de esta curva.
Diez semanas a razón de tres días cada vez, en promedio un estado por día. Sumados hacen un mes de un curso que nunca se había impartido en el país. Y no, no se trata de una lista de exigencias o un mandato imperativo. Consiste en un largo apunte de experiencias, éxitos y errores, descripción del punto donde se deja un tema, alertas y precauciones y, sí, seguramente recomendaciones.
Esta experiencia ha permitido a Sheinbaum acelerar su inmersión. Por ejemplo, ha anunciado que habrá mañaneras con el mismo horario que las de su predecesor y que los fines de semana hará giras por el territorio. Es muy probable que el Presidente le haya compartido la importancia decisiva que ambas tareas tuvieron para su operación política.
Claudia Sheinbaum sabe más del arte de la administración pública que López Obrador, pero este entiende más de las reglas no escritas de la política y la manera en que operan en el país. La presidenta sabrá qué hacer con todo esto. Y no tengo duda de que aprovechará lo que le sirva, modificará otras cosas y algunas las dejará en el archivo, entendiendo que comparten convicciones, pero maneras muy distintas de ponerlas a trabajar.