La idea, repetida en los últimos meses, parece imposible de ejecutar, pero personas cercanas al presidente aseguran estar estudiando las vías. Otros analistas consideran que se trata solo de una cortina de humo
Macarena Vidal
Un nuevo producto se ha sumado a las decenas que se ofrecen en la página oficial de merchandising del presidente de Estados Unidos, Donald Trump: por 50 dólares, más impuestos y gastos de envío, cualquiera puede hacerse con su característica gorra de béisbol roja, pero con un nuevo lema bordado: “Trump 2028″. Un guiño a sus coqueteos en torno a un tercer mandato. O quizás una declaración de intenciones, al cumplir sus primeros 100 días en la Casa Blanca.
Empezó sonando a broma, una especie de provocación. Inmediatamente después de tomar posesión de su cargo, el republicano planteó su idea de optar a una nueva reelección, algo que la Constitución de EE UU veta de manera clara y rotunda. “Será el mayor honor de mi vida el ocupar la presidencia no solo una vez, sino dos, o tres, o cuatro”, declaró en enero en un mitin en Nevada, apenas jurar su cargo. Muchos restaron importancia a esas palabras como un mero troleo, un chiste a sus seguidores ante unas encuestas que entonces le otorgaban unos niveles de popularidad superiores a todos los que recibió en su primer gobierno.
Pero la idea no quedó ahí. Desde entonces, el presidente ha continuado ese runrún. El pasado martes, en una entrevista para el semanario Time, volvió a insistir: “No sé, todo lo que puedo decir es que me han inundado a peticiones… Estoy haciendo un buen trabajo”. Y añadió: “Hay vacíos legales que se han abordado y que son bien conocidos”. Aunque matizó que no creía que fuera buena idea recurrir a esos “vacíos legales”.
Un tercer mandato de Trump, que comenzaría a sus 82 años y concluiría con 86, añadiría una amenaza más al orden constitucional entre todas las que la Administración del republicano ha lanzado en sus primeros 100 días en la Casa Blanca: desde la cancelación del derecho a la ciudadanía por nacimiento a la separación de poderes, incluidas las propias competencias judiciales. Sin ir más lejos, la Oficina Federal de Investigación (FBI) detuvo el pasado viernes a una jueza de Milwaukee (Wisconsin), acusándola de obstruir una operación de detención de un inmigrante mexicano la semana pasada. Una escalada más en el enfrentamiento del Gobierno de Trump con los jueces.
En principio, plantear la idea parece más una cortina de humo que otra cosa, según algunos analistas. Mientras los ciudadanos, o los periodistas, debaten si continúa o no, no se tratan otros problemas más peliagudos dentro de la Administración, como el futuro de las negociaciones sobre los aranceles, las concesiones para lograr el fin de la guerra en Ucrania o los constantes bloqueos que los tribunales han ido imponiendo a la drástica —cruel, según sus víctimas— política migratoria republicana.
Se trata, según el prestigioso encuestador Frank Luntz, de una manera de evitar caer en la irrelevancia en la que se ven los presidentes estadounidenses en su segunda ronda en el poder, cuando la Constitución les prohíbe volver a presentarse. Desde el momento en que juran el cargo ya tienen fecha de salida. Se convierten entonces en lo que se conoce como un “pato cojo”, con una capacidad cada vez más limitada de influencia sobre sus interlocutores internacionales y los legisladores en el Capitolio.
“Sabe que no puede presentarse a un tercer mandato y que [jugar con la idea] es solo una distracción política, pero es algo que galvaniza a la gente, que galvaniza a su base. Él no quiere ser un pato cojo, así que recurre a esto”, apunta Luntz durante una entrevista en su domicilio de Washington. “Es un intento de garantizar que se mantiene relevante durante los cuatro años que va a ser presidente. Y nadie en nuestra historia lo ha conseguido hasta que ha llegado él”, explica.
Newt Gingrich, expresidente republicano de la Cámara de Representantes, añadía otro detalle en declaraciones a la cadena NBC: mientras se habla de Trump y su tercer mandato, ningún otro posible contendiente va a querer asomar la cabeza y enemistarse con el núcleo de los votantes republicanos. “No se va a presentar”, aseguró. Pero “hay que tener en cuenta hasta qué punto él cree que todo lo que se diga de él es bueno, porque mientras se habla de él, sus oponentes no tienen espacio”. Se garantiza, en suma, quedar libre de rivales durante una buena parte, o toda, su legislatura: dentro de su partido nadie se atrevería a disputarle la candidatura presidencial si existe el más mínimo atisbo de que él vaya a continuar.
Tanto Luntz como Gingrich advierten que tampoco conviene tomarse las palabras del presidente como una mera fanfarronada. “Cada vez que le hemos subestimado hemos pagado el precio”, apunta Luntz. “EE UU no ha experimentado un fenómeno como Donald Trump desde que Andrew Jackson fue elegido presidente en 1828. Hay que remontarse a 200 años atrás para ver un cambio político y un nivel de populismo similar al que ahora ha sacudido nuestra democracia hasta sus raíces”, añade.
Al fin y al cabo, ya consta el interés de Trump de aferrarse al poder, aunque sea a costa de teorías de más que dudosa legalidad constitucional, como ocurrió cuando trató de presionar al entonces vicepresidente Mike Pence para que rechazara los votos del Colegio Electoral que certificaban la victoria del demócrata Joe Biden en las elecciones de 2020.
“No subestimen la disposición de Donald Trump no solo a plantear lo impensable en política estadounidense, sino también a acometerlo”, declaró la periodista Susan Glasser, autora de un libro sobre el auge del presidente ruso, Vladímir Putin, a la cadena CNN.
En marzo, Trump reiteró en unas declaraciones a la prensa a bordo del avión Air Force One que no está “de broma” cuando dice que se plantea buscar una manera de continuar en una tercera legislatura, después de las elecciones de 2028. La ley le obligará a salir de la Casa Blanca a mediodía del 20 de enero de 2029. “Hay modos de hacerlo”, describió crípticamente.
La idea parece, de plano, absurda. Y con la ley en la mano, lo es. La Constitución es tajante. La enmienda 22, aprobada en 1951 después de que Frank Delano Roosevelt gobernara durante cuatro turnos, estipula que ninguna persona podrá ocupar la presidencia en una tercera ocasión. En ningún caso. “Nadie será elegido a la oficina de la Presidencia más de dos veces”, apunta. En principio, no hay ningún espacio para la ambigüedad o el margen de maniobra.
¿Cómo se plantearía conseguirlo Trump? El presidente estadounidense no ha querido explicar cuáles son esos modos que cree que podrían aplicarse para volver a presentarse.
Su antiguo hombre de confianza y estratega, Steve Bannon, ha sido algo más preciso. En un programa de entrevistas hace dos semanas, se declaró convencido de que su antiguo jefe concurrirá a las elecciones por cuarta vez y las ganará por tercera. “El presidente Trump va a presentarse a un tercer mandato y jurará el cargo de nuevo al mediodía del 20 de enero de 2029. Va a ser el presidente de Estados Unidos”, apuntó el antiguo consejero político al presentador de televisión Bill Maher. Según él, hay “un equipo de gente” que trabaja para examinar posibles vías.
Una opción, argumenta Bannon, es reformar la Constitución. Pero esta es una tarea descomunal. Para aprobar una enmienda hace falta el voto a favor de dos tercios de las dos cámaras, hoy por hoy algo imposible. U organizar una conferencia de reforma constitucional, en la que al menos 38 Estados, tres cuartas partes de los 50 en los que se divide el país, tendrían que apoyar el cambio. De nuevo, una tarea que parece inalcanzable.
Otra conjetura en los círculos MAGA es que el actual vicepresidente, J. D. Vance, o algún otro político muy cercano a Trump, se presente a la presidencia como candidato republicano y proponga al magnate inmobiliario como su número dos. Una vez en la Casa Blanca, esa persona renunciaría y dejaría a Trump al cargo. El problema de esta hipótesis: está completamente vetada por la enmienda 12, que declara que “nadie que no pueda ser elegido presidente por motivos constitucionales podrá ser nombrado vicepresidente de EE UU”. Y el actual mandatario no puede volver a ser elegido presidente porque la Constitución se lo prohíbe.
Por ahora, al menos, parece haber muy poco interés entre el público estadounidense por ver a Trump perpetuarse en el poder. Su popularidad ha ido cayendo en picado en sus primeros 100 días de mandato. Una serie de encuestas publicadas este fin de semana revelan una caída en su nivel de aprobación, arrastrado por la desconfianza de los votantes sobre sus medidas arancelarias, su gestión económica, sus modos autoritarios y su relación con el hombre más rico del mundo, Elon Musk. Si en su investidura su índice de popularidad sobrepasaba el 50%, ahora se encuentra entre el 39% y el 44%, con una mayoría que considera que ha ido “demasiado lejos” en sus intentos de expandir el poder presidencial.
Según una encuesta elaborada por Ipsos y la agencia Reuters, menos de la cuarta parte de la población apoya la idea de que el republicano continúe al menos otros cuatro años más en la Casa Blanca. En cambio, un 75% rechaza la posibilidad. Incluso entre sus correligionarios republicanos, la opinión está mayoritariamente en contra: un 53% considera que Trump no debería hacerlo.
Eso al presidente parece importarle muy poco. En su web de merchandising sigue la gorra “Trump 2028” entre los primeros productos que aparecen disponibles. Su hijo Eric ya se ha fotografiado con ella puesta. Toda una declaración de intenciones. O un enorme troleo. En cualquier caso, un modo de hacer caja.