Los liberales del primer ministro Carney se encaminan a la mayoría absoluta, según los sondeos. En febrero lideraban las encuestas los conservadores, que perdieron su ventaja por la ofensiva del presidente de EE UU
María Antonia Sánchez y Jaime Porras
Canadá acude este lunes a las urnas para renovar el Parlamento federal, en plena guerra comercial y de soberanía contra Estados Unidos. Lo que en otras circunstancias habría sido un proceso puramente de trámite, lejos de los focos, ha concitado el interés de miles de medios de comunicación del mundo entero porque de las urnas saldrá una imagen muy aproximada de cómo será la pelea con el presidente Donald Trump. El estadounidense no solo ha castigado con aranceles a su vecino, sino que también amenaza con convertirlo en el Estado número 51 de Estados Unidos. Por eso las elecciones tienen un aire de refundación nacional, pero también de preparación de la trinchera.
Las circunstancias especiales que rodean el proceso han exacerbado la participación y las expectativas de los partidos. En los cuatro días de votación anticipada que discurrieron entre el Viernes Santo y el Lunes de Pascua, votaron 7,3 millones de personas, una cuarta parte del censo y un 25% más que en los comicios de 2021. Pero la sombra de Trump ha obrado, sobre todo, un reajuste de las expectativas partidistas. Los conservadores, que durante meses lideraron los sondeos de opinión de voto con 25 puntos de ventaja sobre los liberales de Mark Carney, el primer ministro que en enero sustituyó a Justin Trudeau, han visto como su ventaja se esfumaba por las amenazas de Trump, su modelo político.
Los liberales, quemados por una década de malos resultados económicos y peleas internas, se ven ahora ya en el Gobierno, con un pronóstico de 187 escaños —la mayoría absoluta está en 172—, seguidos por conservadores (125), el soberanista Bloque Quebequés (23) y el socialdemócrata Nuevo Partido Democrático (NDP, en sus siglas inglesas), con siete. El Partido Verde sacaría un escaño, según el agregador de sondeos 338, en una valoración publicada este sábado.
Por encima del ruido que Trump acostumbra hacer, y que ha puesto a Canadá en pie de guerra —o de frente de resistencia como mínimo—, los programas de los diferentes partidos han tenido dificultad para hacerse oír: se trata, para votantes de todo el espectro político, de votar al candidato más firme para oponerse a Trump. De ahí que Pierre Poilievre, el líder conservador que ha visto esfumarse un triunfo casi seguro, haya pescado en los últimos días en el banco del voto joven, más desalentado por la falta de oportunidades y el coste de la vida, mientras Carney ha sabido granjearse el voto de la población más asentada, o con más que perder.
El trasvase de votos del resto de partidos a Carney por temor a que Trump cumpla sus amenazas explica la revolución copernicana de las encuestas en solo un mes de campaña. Shania, votante tradicional de NDP que votó el lunes pasado en Toronto, aseguraba que su única preocupación era pararle los pies a Trump, aunque no comulgue con el ideario liberal. “Llámalo voto útil si quieres, pero no quiero desperdiciar un voto en un momento tan trascendental como este. Espero que haber votado a Carney sirva para algo”, explicaba.
Shemhar, de 27 años, un refugiado eritreo llegado a Canadá hace siete y que este lunes votará por primera vez tras recibir la nacionalidad hace diez meses, se decantará por “algún partido pequeño, como el Verde o cualquier otro, porque todos los grandes son iguales y no se ocupan de la gente, solo de sus juegos de poder y de mantenerse en el mismo el mayor tiempo posible. Están muy lejos de las preocupaciones reales de la población, sobre todo de los jóvenes”, decía este domingo en Ottawa.
Aunque el objetivo declarado de todos, incluidos los conservadores, un partido a imagen y semejanza de Trump, es frenar al presidente de EE UU, el clamor de los canadienses de una mejora en sus condiciones de vida tras la inflación galopante que siguió a la pandemia ha modulado también los programas de los candidatos. Aunque hay similitudes entre algunas propuestas de liberales y conservadores, también hay profundas diferencias en varios temas, entre ellos la respuesta a las amenazas de Donald Trump.
Ambos prometen eliminar el IVA en la compra de una primera vivienda cuyo valor sea inferior a un millón de dólares aproximadamente, y bajar los impuestos a la clase media, la más golpeada por la crisis. En política energética, proponen una ventanilla única para agilizar el estudio y la aprobación de grandes proyectos. Carney promete un plazo de dos años, mientras que Poilievre quiere que las decisiones se tomen en seis meses. Los dos también coinciden en que Canadá debe producir más petróleo, en respuesta a las amenazas arancelarias de Trump. El líder liberal y el líder conservador también están de acuerdo en la conveniencia de devolver a determinados solicitantes de asilo a EE UU en virtud del llamado Acuerdo sobre la Seguridad de los Terceros Países.
Ahí acaban las analogías. La oposición a la guerra arancelaria de Trump vehicula el programa liberal, mientras que los conservadores se oponen, como Trump, a todo lo que suene a woke y a seguir destinando dinero a la ayuda internacional y a “agencias internacionales hostiles como la UNRWA”, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. En cuestiones de seguridad y lucha contra la delincuencia, se hace patente la firmeza de los conservadores, al proponer permitir a los jueces que condenen a delincuentes reincidentes a penas de prisión consecutivas, sin posibilidad de libertad condicional o fianza. También quieren imponer cadenas perpetuas a los traficantes de fentanilo —el narcotráfico en el origen del castigo de Trump a Canadá y México— y dar a la policía mayores poderes para desmantelar campamentos en espacios públicos. En el programa conservador no hay una sola mención a la comunidad LGTBI.
En cuanto a la lucha contra el cambio climático, los conservadores están radicalmente en contra y los liberales proponen una solución de compromiso que no satisface a los expertos: potenciar a la vez la producción de petróleo de bajo impacto, bajo coste y bajas emisiones de carbono y, a la vez, el almacenamiento de carbono. La amenaza de EE UU, el país al que van tres cuartas partes de la producción de crudo de Canadá, ha hecho a los liberales replantearse sus políticas más verdes: en su corto mandato como primer ministro, Carney ha eliminado la impopular tasa sobre el carbono, una reivindicación clásica de los conservadores y que estos le acusan de haberse apropiado.
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