Durante años anduve con mi cámara al hombro registrando conflictos armados y siguiéndole el paso a movimientos sociales en distintos países.
Vi a unos cuantos vencer y a la mayoría caer derrotados. Supe de heroínas y héroes que fueron consecuentes hasta el final y de otras y otros que dieron la espalda a sus pueblos y a su propia causa.
Aprendí que, en general, las heroínas y los héroes suelen morir jóvenes porque la vida, al prolongarse, puede debilitar tanto al cuerpo como al espíritu.
“Mientras vives —me dijo un comandante guerrillero en El Salvador— existe la posibilidad de que te acobardes, te quiebres o te seduzcan y traiciones. Solo cuando la muerte te congela en un instante preciso de integridad y consecuencia puede decirse de ti que cumpliste con tu deber”.
Estando lejos pensaba en mi regreso a México. Que no llegara la guerra a mi patria se volvió una obsesión. Que conquistáramos aquí, sin derramar sangre, la democracia, mi único propósito.
Eso me llevó a acercarme y seguir los pasos de Cuauhtémoc Cárdenas, de Andrés Manuel López Obrador, de Claudia Sheinbaum Pardo. Hoy me siento orgulloso y sereno.
Ciertamente aún no se acaba con la violencia criminal resultado de la guerra contra el narco que nos impuso Felipe Calderón, pero mi patria, esa misma donde el PRI y el PAN se robaban elecciones, da una lección a las democracias del mundo.
Aquí, sin romper ni un vidrio, triunfó una revolución que, en lugar de aferrarse al poder como han hecho las izquierdas en América Latina, lo primero que hizo fue reformar la Constitución para establecer la revocación de mandato.
Aquí esta revolución triunfante, además de la reforma al Poder Judicial, un cambio estructural de enorme trascendencia, ha establecido la no reelección para los cargos de elección popular y ha legislado para impedir que dinastías familiares se perpetúen en el poder.
Registré el momento en que Andrés Manuel entraba por primera vez a Palacio Nacional y grabé a Claudia, la primera presidenta de nuestra historia, al cruzar ese mismo umbral. Sé de la consecuencia de ambos y de su vocación democrática, y sé también que esta revolución pacífica que se produce en libertad se juega la vida en las urnas.
¿Qué más puedo pedirle a la vida?