En los días más aciagos y sangrientos de la “guerra de los extraditables” cuando Pablo Escobar, con la consigna de que “más vale una tumba aquí que una celda en los Estados Unidos”, estremecía a Colombia con atentados dinamiteros, tuve una ocurrencia estúpida.
Quería entrevistarlo y como la ley penalizaba con severidad a cualquier periodista que se acercara al capo, decidí volverme “secuestrable”. La entrevista grabada en esas condiciones sería una especie de pago por mi liberación. NBC estuvo de acuerdo y con esa misión viajé a Medellín.
Además de que era una valentonada, una insensatez, una pendejada, mi ocurrencia no tenía valor periodístico. Los capos no tienen nada que decir. Todo acercamiento a ellos es a fin de cuentas solo un ejercicio de vanidad y una oportunidad para que te usen los criminales o quienes los persiguen.
Afortunadamente, gente a la que respeto y admiro me convenció de que se trataba de una locura y de que jamás me quitaría a la DEA de encima. Un bombazo en el estacionamiento del hotel Intercontinental hizo además que NBC me retirara de la zona.
Si allá en Colombia, Escobar luchaba contra la extradición matando con dinamita —la “bomba atómica del pueblo”— a policías, soldados y civiles, aquí, en nuestro país, a los capos les había bastado, hasta ahora, con disparar cañonazos de plata a jueces, magistrados y ministros para que los blindaran con amparos y todo tipo de argucias legales.
Ahí les mandamos ahora a los estadunidenses —en “un acto de justicia y autoridad sin precedentes”— un avión cargado, cargado de criminales. 29 capos que tienen cuentas pendientes en aquel país y que aquí operaban desde los penales, donde se resistían a la extradición.
Ojalá no se negocie con ellos y se les convierta en testigos protegidos.
Ojalá se les juzgue con rigor, se les sentencie con severidad y, en todo caso, se les reduzca la pena si entregan información sobre los capos y cárteles de la droga estadunidenses que les compraban la mercancía y los dotaban de armamento.
Ojalá que los fiscales tengan el coraje de investigar los nexos de esos 29 con las CIA, la DEA y la ATF.
Ojalá no se guarde ese silencio hipócrita y ominoso que cubrió el caso de Pablo Escobar, quien traficó cocaína con la CIA y por encargo de esa agencia financió a los escuadrones de la muerte en El Salvador.