Sin nada que perder en lo político, la moribunda administración de Joe Biden, o quien quiera que comande al Gobierno de Estados Unidos detrás de esa fachada, ha decidido explorar los límites del apocalipsis nuclear y acercarse lo más posible al punto de ignición, al punto de no retorno, como si ese límite no existiera.
O al menos es lo que parecen intentar, rebasando una a una las líneas rojas que les marcan desde Rusia, como si no hubiera riesgo alguno en rodear de bases militares a la primera potencia nuclear del planeta, llevar la guerra a sus fronteras y meterla en su territorio con equipo militar de la OTAN y decenas de miles de tropas, como si no hubiera consecuencias en lanzar sobre sus bases militares misiles con el sello de Estados Unidos y Gran Bretaña, como si la opción nuclear fuera tan impensable que “los rusos no se atreverán”, como repiten políticos de Bruselas y Washington.
En medio de la cumbre del G-20, donde se suponía que habría un mensaje unificado en torno a las 20 economías más pujantes del planeta, los medios estadounidenses basados en “fuentes de la Casa Blanca” se robaron los encabezados, al anunciar que el Presidente Biden había dado el permiso a Ucrania para atacar territorio ruso con los misiles ATACMS.
Mientras un extraviado Joe Biden no encontraba el sitio para la foto oficial en Rio de Janeiro, los medios en el mundo hablaban sobre la real posibilidad del estallido de la Tercera Guerra Mundial.
En septiembre pasado, cuando Biden y el recién electo primer ministro de Gran Bretaña, el laborista Keir Starmer, analizaban avalar a Ucrania el uso de sus misiles ATACMS y Storm Shadow para atacar territorio ruso, el Presidente Vladimir Putin habló de la actualización de su doctrina nuclear, donde ahora consideraba que un ataque en suelo ruso con armas convencionales (como los misiles antes citados), usadas por un país sin armas nucleares, (como Ucrania), pero con apoyo de potencias nucleares como Estados Unidos o Inglaterra, podría desatar una respuesta con armas nucleares.
Quizá ese anuncio de Putin aplazó la decisión de ambos mandatarios, pero una vez pasada la elección estadounidense, el triunfo de un Donald Trump, cuyo discurso se opone tajantemente a la guerra en Ucrania e incluso a desmantelar la OTAN, fue quizá el motivo que le quitó el cerrojo a la Caja de Pandora.
Muchos analistas advertían que los meses más peligrosos para el planeta vendrían entre el día de la elección y la toma de posesión del nuevo presidente de Estados Unidos… y aquí un botón de muestra.
No se trata solo del permiso para el uso de los misiles, quienes operan los sistemas deben ser militares estadounidenses y británicos, los planes de vuelo requieren del uso de satélites de estos países, es decir, el involucramiento total de la OTAN en ataques sobre Rusia.
Luego de la anuencia para el uso de misiles de alcance medio sobre Rusia, Putin firmó la modificación a la docrtina nuclear.
A poco del anuncio los ataques iniciaron; desde Ucrania lanzaron dos oleadas de misiles ATACMS estadounidenses y Storm Shadow británicos y el mundo contuvo la respiración.
La madrugada del 21 de noviembre vino la respuesta rusa que fue también un gran mensaje: Un misil desconocido hasta enconces, llamado Oreshnik (Avellano), salió de la atmósfera terrestre y en su reingreso, de su cabeza salieron seis ojivas que descendieron a más de 12 mil kilómetros por hora, 3.3 kilómetros por segundo sobre una fábrica de armamento que data de la era soviética. Como “cortesía”, los rusos avisaron 30 minutos antes del lanzamiento, a su contraparte estadounidense, pero el ataque era imparable.
Los videos en Dnipropetrovsk muestran una especie de relámpagos tocando tierra. Se discute si llevaban carga explosiva y en todo caso es información que tanto Ucrania como la OTAN se guardarán para sí, lo mismo que las imágenes satelitales del sitio del impacto, pero tan solo la fuerza cinética de tales ojivas son capaces de hacer estallar y vaporizar todo lo que haya en la superficie y en los búnkers o refugios subterráneos, casi sin importar su profundidad.
El discurso de Putin hacia su ejército, hacia sus ciudadanos y hacia el mundo dijo que el ataque con misiles estadounidenses y británicos implicaba que el conflicto en Ucrania había alcanzado una dimensión global.
Dijo que el Oreshnik es una de varias nuevas armas que tienen en su arsenal, que ningún país tiene aún tal tecnología y mucho menos defensa para detenerlos. Que fácilmente pueden ser equipados con cabezas nucleares y que, de atacar a algún otro país de la OTAN, avisarán con antelación para que los civiles puedan huir del sitio.
Para algunos el mensaje es muy claro; Rusia cuenta con la capacidad de poner en 15 minutos o menos ese misil imparable con o sin carga nuclear, en cualquier país de Europa, sin embargo, la OTAN planea reunirse para discutir el plan de acción.
Mientras tanto, los medios de comunicación estadounidense nos muestran que se siguen explorando los límites. Algunos hablan de la intención de Estados Unidos de dar a Ucrania misiles con mayor alcance para atacar en Moscú y otras ciudades o instalaciones militares de la “Rusia Profunda”, incluso se baraja la idea de dotar con armas nucleares al régimen de Volodimir Zelenski.
En medio de la escalada, donde cada día se explora qué tanto más se puede avanzar hacia el límite de la destrucción, el Contraalmirante Thomas R. Buchanan, Director de Planes y Política del Comando Estratégico, es decir, el encargado del arsenal nuclear, dijo en una conferencia que no es lo deseable el conflicto nuclear, pero que su país estaría dispuesto a ir a un “intercambio” con Rusia, si después de este, (o sea tras el exterminio de cientos o miles de millones de seres humanos), Estados Unidos puede prevalecer como hasta ahora, como líder del mundo.
Cuesta creer la insensatez de los “líderes mundiales”, que en aras de tener en sus manos las riendas de la economía y el látigo del esclavista al mando de países enteros, buscan ahora más que nunca con sus acciones y amenazas, dónde está el límite del abismo.