Podemos intentar desde ahora recrear el camino que nos llevó a la autocracia, como un primer apunte de lo que podríamos llamar “la anatomía de la tumba” de la democracia mexicana.
La primera estación fue la de los altos componentes de una elección de Estado que le dieron al gobierno el triunfo en las elecciones del 2 de junio.
Fue una estación construida con base en dos factores de carácter ascendente, es decir, que fueron de menos a más, hasta ser abrumadores.
El primer factor fue la continua ilegalidad en que incurrieron el presidente y su gobierno para intervenir las elecciones, poniendo todos sus poderes, legales y no legales, al servicio electoral de Morena y sus aliados.
El segundo factor fue la maquinaria de compra e inducción del voto, mediante el uso de los llamados “programas sociales”, nada sino reparto de dinero en efectivo, entregado bajo la amenaza explícita, en las campañas electorales, de que esos dineros dejarían de recibirse si la gente no votaba por Morena y aliados.
Los componentes de la elección de Estado no explican todo el resultado de la elección, pero sí partes sustanciales de los votos alcanzados por la candidata presidencial (59%) y por los partidos oficialistas en el Congreso (54%).
La segunda estación del camino a la autocracia fue la conversión del 54% de la votación recibida en las urnas por el oficialismo para el Congreso en una representación del 74%, equivalente a una mayoría constitucional, es decir, una subrepresentación del 20%, muy superior al 8% permitido por la Constitución.
La tercera estación fue la complicidad de los órganos electorales y el Tribunal Electoral para validar ese abuso de sobrerrepresentación. Las mayorías de consejeros del INE y de magistrados del Tribunal Electoral fueron cómplices de la maniobra.
La cuarta estación fue el aprovechamiento veloz de estas mayorías constitucionales fabricadas para imponer el plan C y cambiar la Constitución, sobornando a los senadores que faltaban para el efecto y estableciendo el fin del equilibrio y la división de poderes en la Constitución.
Cuatro votos cómplices en la Suprema Corte bastaron para que ésta obsequiara la legitimidad final a esta cuarta estación de nuestro camino a la autocracia.
Y ahí vamos.