Debe quedar claro: el uso del gas fósil no es compatible con las acciones climáticas necesarias para hacerle frente a la crisis que ya está costando vidas y provocando desastres en todo el planeta.
Pablo Montaño / Conexiones Climáticas
El gobierno de Claudia Sheinbaum a través de Alicia Bárcena, titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), busca posicionarse como un líder climático y ambiental de cara a la Conferencia de las Partes de Cambio Climático (COP30), a celebrarse en Brasil en noviembre de este año. Para ello ha convocado a una cumbre de ministros y ministras de medio ambiente de Latinoamérica, con el objetivo de incrementar la ambición climática de la región. Dado el nivel de parálisis que representa la agenda climática, esto suena como un llamado sensato y necesario; sin embargo, todo apunta a que se trata de un simple desfile de voluntades y un lavado en verde (greenwashing) de las políticas fósiles de siempre.
En el marco de esta cumbre, organizaciones ambientales y climáticas de México y de varios países latinoamericanos, hemos salido a decir “si hay gas, no hay acción climática”. El llamado se hace dado a que México y otros países como Brasil, Argentina y Colombia insisten en expandir la demanda de gas fósil (mal llamado gas natural) para la generación de energía y la exportación. Debe quedar claro: el uso del gas fósil no es compatible con las acciones climáticas necesarias para hacerle frente a la crisis que ya está costando vidas y provocando desastres en todo el planeta. No existirá ninguna verdadera acción climática mientras sigamos quemando gas fósil. Tenemos que trabajar para retirar las instalaciones existentes e impedir la instalación de nuevas.
En México, hay varios proyectos que incrementan la demanda del gas y que vuelven inalcanzables los objetivos climáticos ya planteados. Los más escandalosos son las instalaciones para la exportación de Gas Natural Licuado (GNL). Estos proyectos representan un incremento importante del volumen de gas volcado a la exportación, además de producir emisiones acumuladas en su ciclo de vida (es decir, desde su extracción, pasando por su transporte y licuefacción hasta su uso final) que sobrepasan por sí mismas las emisiones de países enteros. El famoso y desastroso proyecto Saguaro, por ejemplo, emitiría la misma cantidad de CO2 en un año que Suecia y Portugal combinados. A este proyecto hay que sumar siete más que se han anunciado y que se encuentran en distintas fases. Es inaudito que el gobierno de México busque convencernos de forma tan descarada que pretende aumentar la ambición climática al tiempo que pretende impulsar una política energética basada en la quema, extracción y exportación de hidrocarburos como el gas fósil.
La política energética de México parece estar atrapada en el gas como la única fuente posible de generación de energía. A pesar de que México dejó de producir suficiente gas fósil para satisfacer la demanda interna desde el 2009, existen en proyecto más de 100 centrales eléctricas que requerirían gas natural fósil como combustible. De estas centrales algunas están en construcción, otras cuentan con permisos y algunas están pendientes de recibir su aprobación, y aunque es improbable que las 100 vean la luz, es muy preocupante que la política energética del país que se está impulsando sea una visión tan condescendiente sobre la gravedad de la crisis climática y sus impactos, repitiendo las mismas mentiras de una industria responsable de meter al planeta entero en una crisis sin precedentes.
Las recientes decisiones del gobierno de Sheinabum de tratar de reducir la enorme dependencia que el país tiene del gas importado de Estados Unidos –política que sus últimos tres predecesores han impulsado de forma acelerada–, de donde proviene el 90 % de nuestro consumo de gas, se ha retomado en el recién anunciado Plan PEMEX; a partir de ahí se mencionó la intención de utilizar la técnica de fracking para la extracción de gas en suelo mexicano. Además de que esto sumaría una cantidad enorme de emisiones producto de la quema del combustible y de las emisiones fugitivas que se liberan al momento de extraer, procesar y transportar el gas, esta técnica implicaría impactos altísimos a las poblaciones aledañas a los sitios en los que se realizaría la fracturación hidraúlica. Como no puede haber una política climática que dependa de hidrocarburos como el gas, tampoco se puede realizar fracking sin impactos socioecológicos: el fracking es una garantía para envenenar el agua, contaminar el aire y destruir el suelo. Las imágenes de la Cuenca del Pérmico en el estado de Texas en Estados Unidos pueden disipar cualquier duda.
Por si fuera poco, la operación y transportación del gas tiene importantes impactos adicionales. Un estudio reciente documentó que en Tabasco, Campeche y Veracruz se viven graves problemas de salud relacionados con la quema del gas en mecheros. Los fuegos son permanentes, envenenando el aire y provocando enfermedades en las niñas y niños, y riesgos en los embarazos de las mujeres de la región. Por su parte, los miles de kilómetros de gasoductos necesarios para transportar el gas, fragmentan el territorio y son propensos a fugas. Por último, los buques metaneros para la transportación del GNL serían una condena de muerte para las ballenas en todo el territorio nacional, además de suponer una fuente de contaminación inmanejable para los mares mexicanos.
Romper con la adicción al gas fósil es la verdadera prueba de la ambición climática de los gobiernos latinoamericanos. Es de celebrarse que se planteen cumbres que apunten a incrementar la ambición, que tanta falta hace para hacer frente al colapso del clima que enfrentamos. Lo que no podemos permitir es que esto ocurra como otra estrategia más de lavado verde para lavarle la cara y las manos a las industrias responsables de la crisis climática. La realidad es que no se puede tapar el sol con el dedo: seguir quemando gas fósil es un ecocidio. Implica el sacrificio de comunidades humanas y más que humanas a través de la devastación de la calidad del aire, agua y suelos. Implica una profundización de la crisis climática sostenida por los gobiernos para hacerles el negocio a la industria petrolera de Estados Unidos. El gas no es y nunca será un combustible limpio, verde o de transición. Sin importar lo que resulte en la cumbre de ministros, recordemos que: si hay gas no, hay acción climática.