Después de muchos años de colaboración conjunta, la semana pasada el doctor Lorenzo Meyer anunció su retiro del programa noticioso que conduce la destacada periodista Carmen Aristegui. Lorenzo, un querido ex colega de El Colegio de México, explicó su decisión diciendo que desentonaba con el espacio y que sus opiniones ya no resonaban con la audiencia del programa.
Aunque su despedida fue en buenos términos, su salida no deja de ser preocupante, sobre todo en un momento en el que se necesitan más y mejores discusiones sobre los distintos temas que inciden en la vida pública del país. Desentonar en el debate público nunca ha sido más necesario que ahora. Lo peor que le puede pasar a nuestra conversación pública es que se acaben los desentonos, que se disienta cada vez menos. Para las audiencias, lo más útil es que haya un debate amplio, informado y plural, y no solo propaganda de uno u otro lado del espectro político.
Los espacios de pensamiento único son muy cómodos, en ellos prevalece la palmadita en la espalda y la convergencia de posturas, pero de poco sirven para alimentar y contribuir al debate. Allí se predica al converso. Esto ocurre en espacios como Atypical TV, aunque también esto se ha comenzado a observar en medios públicos, en donde el disenso y la diversidad de posturas brillan por su ausencia. Estos espacios pueden servir como propaganda y para reafirmar posturas, pero desde el punto de vista de la contribución al debate público sirven de muy poco, por no decir nada.
Hace muchos años tuve un blog que se llamaba “El Placer de Disentir”. Gracias a él y a lo que escribía allí, un día recibí un mensaje de Leo Zuckerman, a quien no tenía el gusto de conocer. Leo me contó que tenía un proyecto de programa televisivo de opinión pública y que quería invitarme a participar en él. Leo pensaba, con razón, que mi postura desentonaría con la de otros invitados. Así fue muchas veces y durante varios años.
Evidentemente, mis posturas no siempre resonaban con la audiencia mayoritaria del programa, pero en la medida en la que el debate era respetuoso y con argumentos, todos ganábamos. Las discrepancias de opinión nos obligaban a documentarnos más, a argumentar mejor, a afinar nuestros razonamientos y a pensar en aristas que quizás no habíamos considerado. Me considero muy afortunado (y siempre estaré agradecido por ello) de haber podido participar con regularidad en un espacio como ese, en donde las discrepancias y las diferencias de opinión eran la norma, no la excepción.
Cass Sunstein, un reconocido abogado e intelectual público estadunidense, escribió un magnífico libro sobre el tema del pensamiento homogéneo (La conformidad). En uno de sus capítulos, Sunstein describe algunos ejercicios sociales en donde se muestra cómo la interacción entre personas que de por sí piensan en forma similar, solo conduce a reafirmar sus posturas y a tornarlas aún más extremas. En ese sentido, los desentonos pueden servir para matizar posturas y para alejarnos de la polarización. Por ello, reitero mi deseo y esperanza porque en el debate público haya cada vez más, no menos, desentonos. El país y nuestra conversación pública lo merecen.