Disminuida al punto de la inanición, arrinconada, sin espacio para moverse, sin discurso ni capacidad de convocatoria, concluye la era de Norma Piña —presidenta de la Suprema Corte—. Perdió en cada partida estratégica. Una derrota catastrófica, por la dimensión y consecuencias. La bofetada de la presidenta Sheinbaum al excluirla de la fiesta de ayer fue sólo el remate de una masacre. La derrota de Norma Piña es también de los ministros Aguilar, González Alcántara, Gutiérrez Ortiz Mena, Laynez, Pardo, Pérez Dayán y Ríos Farjat. Se dirá que en lo público no hay derrotas definitivas, sí, pero no veo cómo esta generación remonte los dos años de humillaciones inagotables (“corruptos, podridos”), la reforma judicial consumada, la supremacía constitucional, las tómbolas. Es una derrota histórica y ustedes la encarnaron, le digo al ministro Laynez. “Yo creo que sí, sería absurdo que tratara de contestarte de otra manera”, concede. “Pero no es la derrota de los ministros, es del Poder Judicial en conjunto, que, desestabilizado, aporta muy poca certeza jurídica en un momento en que el país requeriría exactamente de lo contrario. Y esto, por desgracia, creo que va a durar muchos años”. La derrota. Con adjetivos.