Los últimos presidentes de México han comenzado sus mandatos con una ‘papa caliente’ en las manos, eventos que por omisión o por comisión complicaron sus ejercicios de manera más o menos grave, dependiendo de la forma en que los procesaron políticamente.
Carlos Salinas nunca pudo despojarse de la sombra del fraude electoral de 1988, pero recompuso el camino abriendo espacios políticos a la oposición y creando instituciones orientadas a transparentar y democratizar la vida pública, el IFE (hoy INE) entre ellas, o el Pronasol, un ente que podría considerarse el abuelo de los programas del Bienestar actuales.
Le funcionó bien, aunque entre diciembre y enero del último año de su sexenio el éxito económico era una caldera que explotó de fea manera más adelante, y el éxito político se le fue al caño con el levantamiento armado de los zapatistas en Chiapas, el asesinato de Colosio y otros crímenes políticos de alto impacto.
A Zedillo le reventó en la cara lo que llamó ‘el error de diciembre’ y entre la crisis económica y política se le quebró la hegemonía priista de 70 años, teniendo que entregar por primera vez el poder presidencial a un sucesor venido de otro partido: el PAN.
El sexenio de inicio más terso fue el de Vicente Fox. Natural, si se considera que elranchero bigotón y desparpajado conectó con un amplio sector de los electores, incluyendo varios personajes de izquierda que promovieron el llamado ‘voto útil’ en su favor. Pero muy pronto se perdió en las frivolidades e incompetencias: las toallas de Los Pinos, su boda con Martha Sahagún, su empeño por dejarla como sucesora y los escándalos de presunta corrupción de los hijos de esta, su segunda esposa.
Pero el principal problema se llamó Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño llegó el mismo año 2000 a la jefatura del entonces Distrito Federal y desde allí supo robarle todos los reflectores. Al final de su sexenio, la intención de desaforar a AMLO fue la última palada en la tumba política del guanajuatense.
Felipe Calderón tuvo el inicio más accidentado de todos. La sombra del fraude electoral que lo llevó a la presidencia fue una pesada lápida con la que aún carga. Si su idea de que con la guerra al narcotráfico aligeraría esa carga y ganaría un poco de legitimidad fue todo lo contrario. No necesitamos mucho para probar las consecuencias de esto.
Peña Nieto despertó de nuevo la esperanza de un sector del priismo que vio en él la ilusión de recuperar el poder y revivir viejas glorias. Pero en los albores de su sexenio le estallaron casi al mismo tiempo la negra noche de Iguala y la casa blanca de La Gaviota. Peña se despeñó.
López Obrador tenía poco más de un mes cuando estalló el ducto de Pemex en Tlahuelilpan dejando un saldo trágico de 131 muertos. El gran bono democrático con el que llegó le permitió salir ileso de ese episodio que a otro presidente le hubiera resultado carísimo. Ese bono democrático le dio para mucho más, incluso para asumir públicamente que él dio la orden de liberar a Ovidio Guzmán en su primera captura. Sorteó la pandemia de la Covid 19 que dejó un saldo de 800 mil muertos y la política de ‘abrazos, no balazos’ que cerró con casi 200 mil asesinatos. Aun así condujo su propia sucesión y llevó a Claudia Sheinbaum a ganar la presidencia con 36 millones de votos. 6 millones más de los que él obtuvo. (Ojo: no estoy invisibilizando a Claudia; creo que cualquiera que hubiera sido el candidato de Morena, el resultado hubiese sido muy similar).
El principal problema de Claudia Sheinbaum en el arranque de su sexenio se llama Rubén Rocha Moya.
El aún gobernador de Sinaloa representa todo aquello con lo que no quisiera lidiar la nueva presidenta: la simbiosis del poder político con el poder del crimen organizado; el papel del gobierno como juez y parte en la guerra entre facciones del que ha sido considerado el cártel más poderoso del mundo; la corrupción del Poder Judicial y la Procuraduría estatal de Sinaloa, que la llevó a fabricar un montaje digno de Loret de Mola para hacer creer que a Melesio Cuén, diputado federal y enemigo político de Rocha Moya había sido asesinado en una gasolinera, y no en el rancho donde agentes estadunidenses levantaron al expoderoso narcotraficante Ismael ‘Mayo’ Zambada.
El episodio es de todos conocido. El Mayo había dicho en una carta que a esa reunión estaba convocado el gobernador de Sinaloa y Melesio Cuén, así como Joaquín Guzmán López, el hijo de ‘El Chapo’ Guzmán, quien lo habría amarrado y entregado a los agentes gringos para su traslado a Texas. El gobierno negó esa versión, que incluía el asesinato de Cuén en ese rancho, pero ahora hasta la FGR la confirma.
Rocha es el único gobernador cuya firma no aparece en un desplegado de apoyo a la presidenta en la confrontación con el Poder Judicial.
Cualquiera diría que el gobernador de Sinaloa ‘está parado sobre un jabón’ y que podría caer en cualquier momento. Se ha convertido en la peor carga para Claudia Sheinbaum.
Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, Rubén Rocha Moya debe tener buenas cartas bajo la manga para buscar impunidad. No es gratuito que en un evento en Culiacán, tanto el aún presidente AMLO como la electa Claudia, le dieran su abierto respaldo y confianza. Lo mismo hicieron los gobernadores de Morena en un desplegado aparecido en esos días.
Rocha Moya, me queda claro, sabe demasiado.
Claudia también comienza con varios ‘fierros en la lumbre’, pero el tema del gobernador de Sinaloa es una de las peores cargas de arranque de sexenio para la nueva presidenta.
II
Desde hace días comenzaron a llegar a Hermosillo las comitivas que participarán en la Plenaria de la Comisión Sonora-EEUU, un encuentro que encabezarán los gobernadores de Sonora y Arizona, Katie Hobbs y Alfonso Durazo, respectivamente, y en la que estará presente el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar.
Todo se encuentra listo para que este jueves 24 y viernes 25 se lleve a cabo esta cumbre bilateral, la más importante que se realiza en la frontera norte de México y donde el tema central serán los trabajos encaminados a potenciar la llamada ‘Megarregión, ese espacio que integran Sonora y Arizona donde convergen en una agenda común aspectos económicos, políticos, sociales y culturales.
Una agenda, por cierto, que ha debido ser actualizada debido a los nuevos tiempos y necesidades de ambos estados, siempre viendo hacia el futuro a partir de la estrategia que desde Sonora se ha trazado con el Plan Sonora de Energías Sostenibles, donde todos los temas tienen un enfoque futurista.
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