La Independencia de México no la logró el cura Miguel Hidalgo, sino el militar criollo Agustín de Iturbide, en 1821.
Iturbide nada quería tener que ver con la rebelión de Hidalgo, ni con los insurgentes a quienes seguía viendo como forajidos.
Algunos simpatizantes de aquellos insurgentes se colaron al Congreso que estableció la República en 1824. Asumieron el elogio de los insurgentes como precursores de la Independencia y de la mismísima República que nacía.
Hidalgo fue entonces el padre republicano de la nación. Él, que había iniciado su insurgencia gritando vivas al monarca Fernando VII.
La transfiguración histórica de Hidalgo corrió desde entonces la suerte triunfal de la República.
Iturbide cayó al abismo tratando de hacerse emperador. Fue derrotado por los republicanos de la época y expulsado de la historia de la Independencia.
Una ley del Congreso Republicano del 19 de abril de 1823 declaró beneméritos a Hidalgo y a otros insurgentes. Los restos de Hidalgo fueron exhumados y vueltos a enterrar con honores.
El 17 de septiembre de 1810, día de la arenga de Hidalgo en Dolores, se declaró fecha de la Independencia (luego cambiarían al 16).
“Fue así”, dice O’Gorman, “como Hidalgo pasó, legalmente, de ser cabecilla de salteadores a iniciador de nuestra Independencia”.
Poco quedó en los anales patrióticos del monárquico “sacerdote novohispano”. Hidalgo empezó a ser “el venerable filósofo virgiliano de corazón sensible” que reunía a “sus fieles para instruirlos en los derechos ciudadanos y redimirlos del abismo de ignorancia en que los tiene sepultados la más cruel e injusta de las tiranías”.
Las urgencias guerreras de la causa liberal ante la guerra civil y la intervención francesa de los 1860s parieron la siguiente transfiguración de Hidalgo.
Dijo indeleblemente Ignacio Ramírez: “No descendemos del indio ni del español, sino de Hidalgo, verdadero padre de la patria”.
El Hidalgo necesario para ese momento no era el anciano virgiliano sino el guerrero autor de la consigna: “Id a coger gachupines”‘: el ángel de la guerra sin cuartel. “Solo su ejemplo”, escribió Ramírez, “llevará la República a la victoria”.
Así fue como Hidalgo presidió también las cruentas guerras de la República, cincuenta años después de su cruenta y fracasada guerra de Independencia.