En el mundo de las drogas de Mexicali y Tijuana hay una nueva sospechosa. En las calles la llaman “droga zombie”. Muchos creen que es un tranquilizante para caballos. Su nombre científico es xilacina y en realidad es un sedante veterinario que se combina con otros anestésicos y analgésicos para operaciones en mascotas pequeñas o en laboratorios donde se experimenta con roedores. Un estudio inédito aún ha descubierto restos de la sustancia en jeringuillas de consumidores habituales de heroína y metanfetamina de las dos ciudades. Si la crisis del fentanilo había tomado ya el norte de Baja California y otros puntos de la frontera con Estados Unidos, la llegada de la xilacina supone un riesgo letal más sobre las espaldas de una población, los adictos, extremadamente vulnerable de por sí. Las posibilidades de muertes por sobredosis se multiplican.
Llueve sobre mojado, sintetiza Silvia Cruz, farmacóloga veterana, coautora del libro Lo que hay que saber de drogas y participante en el estudio, financiado por el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt). Este no es un dato menor: teniendo en cuenta que el relato oficial de las autoridades mexicanas ha consistido en minimizar la crisis de los opioides y asegurar que solo afecta a Estados Unidos, una investigación pagada por un organismo público supone, en la práctica, un reconocimiento del problema y un ligero cambio de discurso.
Los resultados de la investigación, que no han sido todavía publicados, fueron compartidos con la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones (Conasama), que depende de la Secretaría de Salud. El organismo emitió una alerta sanitaria el 8 de abril: “Un estudio llevado a cabo en las ciudades de Tijuana y Mexicali encontró a la xilacina como adulterante en 35 residuos de heroína mezclada con fentanilo y de 26 residuos de fentanilo, de un total de 300 muestras analizadas con cromatografía de gases acoplado a espectrómetro de masas?.
Cuatro días después, Conasama publicó el primer estudio a nivel nacional focalizado en el uso de fentanilo: “En México, en 2023 se registraron 430 casos de atención por consumo de fentanilo, mientras que en 2022 fueron 333, los cuales se concentran en estados del norte del país como Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Sinaloa y Sonora. Esto muestra que el incremento es a nivel local, no nacional; sin embargo, la principal preocupación gira en torno a su alta letalidad”. Aunque los resultados oficiales todavía son bajos, ambas investigaciones muestran la preocupación de las autoridades.
“Lo veo como un avance, me da mucho gusto. Lo consideramos una sensibilidad que ayuda a poner atención a que desde hace rato el fentanilo está ahí”, señala Cruz, que también participó en el estudio que confirmó por primera vez el consumo de fentanilo en la región central de México, publicado el pasado diciembre en la revista médica Harm Reduction Journal.
Jeringuillas usadas
El equipo de investigadores, dirigido por Clara Fleiz, fue a la sede de una ONG en cada ciudad, Prevencasa en Tijuana y Verter en Mexicali, y a los lugares habituales de consumo callejero. Allí, intercambió jeringuillas usadas por otras nuevas. El objetivo era doble: reducir el riesgo de contagio de enfermedades entre los adictos y estudiar los residuos de las jeringas. Esta técnica tiene sus limitaciones, explica Cruz: “Con un residuo de jeringa solo puedes decir qué hay en ella, no exactamente qué consumió la persona”. Se tomaron más de 4.000 muestras que fueron analizadas en un estudio presuntivo, con unas tiritas que revelan si ha habido mezcla. Muchas tenían fentanilo y metanfetamina: “La gente toma metanfetamina y se baja [los efectos] con heroína contaminada con fentanilo, o al revés: se siente muy hacia abajo y se sube con la metanfetamina”, ilustra Cruz.
De esas 4.000 muestras se seleccionaron 300 para un estudio confirmatorio, con técnicas como la cromatografía y la espectrometría, “lo que te da una huella digital de qué tiene una sustancia química”. El 20% de esas 300 jeringuillas tenían restos de xilacina. En Mexicali, la presencia del sedante era mayor que en Tijuana: un 51% de las muestras presentaba la sustancia.
En la década de 1960, después de los primeros estudios de xilacina en humanos, se ilegalizó su uso en personas por los potentes efectos adversos. “Lo primero que hace es que relaja los músculos, la gente no mantiene la postura, se cae, se acuesta. Baja muchísimo la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Produce un aumento en la cantidad de azúcar en sangre, una hiperglucemia, que en momento de sobredosis puede ser un problema, y baja la frecuencia respiratoria, que es muy parecido a lo que hace la heroína. El riesgo de sobredosis es muy grande”, alerta Cruz.
México todavía no comercializa el antídoto para las sobredosis de fentanilo, la naloxona, que sí se encuentra en cualquier farmacia de Estados Unidos. Con la xilacina la cosa es más grave: al no ser un opioide, necesita una dosis mucho mayor del remedio. Legalizar la naloxona, dicen los expertos, es una cuestión de vida o muerte. “Ya estamos atrasados en usarla en la frontera y ahora es más urgente”, apremia Cruz. A diferencia de las mezclas de heroína y metanfetamina, que pueden ser buscadas por el consumidor, la adulteración con xilacina es una mezcla de los dealers, no de los adictos, aclara la farmacóloga.
El consumo prolongado de xilacina provoca también lesiones en la piel alrededor de las inyecciones que en la frontera norte los consumidores llaman cuerazos. El riesgo aumenta si toman también metanfetamina, algo extremadamente habitual entre los adictos a la heroína. La metanfetamina y la xilocina causan vasoconstricción: un estrechamiento de los vasos sanguíneos, como una carretera a la que se le cierran carriles. La sangre no puede pasar y se producen úlceras necróticas: el tejido, la piel, muere. Llegado ese momento, la atención tiene que ser casi inmediata. De lo contrario, la herida puede resultar en la amputación de los miembros afectados.
En octubre de 2023, otro equipo de cuatro científicos, entre los que estaba Cruz, publicó un estudio en la revista de divulgación Drug and Alcohol Dependence sobre los efectos de mezclar morfina —equivalente a la heroína— y xilacina en roedores. Las dosis de cada droga, individualmente, eran altas pero no letales. Con solo una de las sustancias, los ratones sobrevivían. “Al mezclarlas, el 90% de los animales se murieron. Estás potenciando los efectos de muerte porque los dos convergen en disminuir la respiración. Desde octubre han salido varios estudios en el mismo sentido”, resume la experta.
De Puerto Rico a Filadelfia
Cortar heroína con fentanilo y xilacina es una práctica que ya era habitual en Estados Unidos y Canadá, que emitieron sus propias alertas por el uso en seres humanos del sedante veterinario en 2022. Cuanto más consumes opioides, menos duran los efectos y antes aparece el temido síndrome de abstinencia. La xilacina alarga el viaje.
El uso de la xilacina para adulterar heroína comenzó en Puerto Rico en la década de 1980 y poco después dio el salto al Estados Unidos continental, especialmente a Filadelfia. Allí, en la actualidad “prácticamente casi toda la heroína se vende con fentanilo y es extraordinariamente frecuente la mezcla con xilacina”, asegura Cruz. “El fenómeno de la adulteración de drogas es supercomplejo, obedece a leyes de mercado, a que salga más barato y pegue más duro al consumidor”, remata.