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Dr. Martin Camargo Balbastro

Desde California, las montañas Rocallosas se precipitan hacia México para, al cruzar la frontera, sin visa, cambiar de nombre y continuar como Sierra Madre Occidental. Pero entre el sur de Arizona y el norte de Sonora se produce una discontinuidad geológica. Se rompe la cadena montañosa y se disgrega para reaparecer como una serie de formaciones relativamente aisladas: montañas de al menos mil 600 metros de altura, con encinos y pinos en las alturas rodeadas por un mar de semidesierto. Por eso se les llama Islas del Cielo. Del lado de Sonora hay más de 60. Biológicamente son sistemas frágiles por tantos gradientes de temperatura que soportan: del semidesierto rico en cactáceas a la vegetación de pinos y encinos en las cumbres, donde hay osos y pumas. Pasando la latitud cercana a Hermosillo, la Sierra Madre Occidental resurge como una cordillera continua. En ese sistema frágil de las Islas del Cielo se encuentran las ricas vetas de cobre que explotan varias compañías mineras. Por razones históricas se encuentran en el peor lugar si se analiza su ubicación desde el punto de vista de la salud de la cuenca del río Sonora. Fue en 1900 que William Cornell Greene, que pasó a la historia por la huelga de Cananea, consiguió un permiso del gobierno federal para explotar el agua del Ojo de Arbayo, manantial donde se origina la cuenca del río Sonora. El prisma ambiental con el que hoy se analizan los proyectos de minería era inexistente en ese entonces. Hoy difícilmente se otorgaría un permiso para explotación minera en el nacimiento de una cuenca hidrológica. El conflicto actual tiene que ver con los derechos adquiridos de una minería secular, con antecedentes de explotación minera y acaparamiento de derechos de agua desde inicios del siglo XX y las exigencias de sustentabilidad ambiental que ganan relevancia y urgencia ante las evidencias del cambio climático. El derrame de 40 mil metros cúbicos de sustancias tóxicas hacia el río Bacanuchi a inicios de septiembre, desde un represo que se preparaba para la ampliación de la mina Buenavista del Cobre, ha puesto la atención pública en un aspecto urgente, pero de importancia apenas coyuntural. De paso, la inminente campaña electoral hacia 2015 ha encendido motores en Sonora y ha puesto al descubierto probables abusos del gobernador en el manejo del agua para su beneficio personal. Aunque esas noticias suenan apetitosas para ganar los titulares de los medios, no deben desviar la atención del problema de fondo que se puso en evidencia con el derrame tóxico en el río Bacanuchi. Desde el punto de vista de los criterios contemporáneos de sustentabilidad ambiental, las instalaciones de la mina Buenavista del Cobre, tal y como se encuentran en la actualidad, representan un riesgo para la cuenca del río Sonora. Ese riesgo está representado principalmente por la presa de jales de la mina, de tamaño incomparablemente mayor que el pequeño represo que causó el derrame tóxico en el río Bacanuchi, afluente del río Sonora. La presa de jales tiene una superficie mayor que la de toda la ciudad de Cananea y en la actualidad más que presa es una playa. Es decir, ha perdido profundidad pues está completamente azolvada y para que siga prestando los servicios de presa de jales, Grupo México ha venido elevando la cortina, que es de tierra. Las fotografías tomadas recientemente muestran la erosión de la cortina causada por las lluvias. Y desde hace más de dos décadas, los ejidatarios y rancheros de la región han denunciado las filtraciones con origen en la presa de jales. Grupo México ha anunciado una serie muy importante de inversiones que tienen como objeto elevar la producción actual de cobre de 200 mil toneladas anuales a aproximadamente 500 mil para 2016. No hay forma en que la actual presa de jales pueda soportar un incremento tan sustancial de los restos de la producción sin representar un riesgo para la salud ambiental de esa región de la sierra sonorense, cuya influencia se extiende hasta la capital del estado. Las autoridades ambientales, que han jugado un papel tan importante y positivo en el actual conflicto, deben ahora volver su atención hacia la presa mencionada: las exigencias que se derivarán de las ambiciosas metas de ampliación de la producción y estudiar la viabilidad de la actual presa de jales o la conveniencia de reubicarla hacia un lugar que no represente un riesgo para la cuenca del río Sonora e incluso su potencial influencia hacia la cuenca del río Yaqui. Aunque el carácter agresivo de la minería hacia el medio ambiente provoque una reacción inicial de rechazo, es importante reconocer que esta actividad produce elementos esenciales para el desarrollo de la industria y de la vida moderna. El cobre es esencial en las telecomunicaciones y lo seguirá siendo en numerosas industrias. Es posible que una minería sustentable no sea un paradigma cercano, pero el papel del Estado y de los legisladores es el de mitigar los daños previsibles y desarrollar figuras de protección ambiental en las que se exija la ampliación de zonas de protección ambiental que compensen el daño causado por la devastación de la capa vegetal que se sigue de la minería a cielo abierto, como la que se practica en la región de Cananea. La campaña por 2015, elección en la que se juega la gubernatura del estado, gana los titulares y opaca los riesgos y retos más profundos. El peligro representado por una presa de jales gigantesca y obsoleta y metas ambiciosas de elevación de la producción que exigen tareas preventivas de las autoridades ambientales

2014-09-15

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