Empresas como Trump Media, y sectores como el de las cárceles privadas o los fabricantes de armas, han sufrido en Bolsa ante el ascenso en las encuestas de la candidata demócrata
Alvaro Sánchez / El País
La sesión bursátil que siguió al intento de asesinato de Donald Trump del pasado 14 de julio marcó un nuevo escenario para muchos inversores. El candidato republicano salió casi indemne tras ser tiroteado, y su imagen, puño en alto con restos de sangre en el rostro, dio la vuelta al mundo. Pocos dudaban entonces de que esa instantánea, tan poderosa, multiplicaba sus opciones de victoria frente a un Joe Biden mermado físicamente y que perdía apoyos internos día a día después de un debate desastroso. Las empresas que a priori se beneficiarían más de una victoria trumpista, desde dueñas de prisiones privadas como Geo Group y CoreCivic, fabricantes de armas como Smith & Wesson Brands y Sturm, Ruger & Co, el bitcoin, o el propio imperio mediático del aspirante, Trump Media, lo reflejaron enseguida con subidas en sus cotizaciones.
La fiesta estaba lista… hasta que apareció Kamala Harris. Su irrupción tras la renuncia de Joe Biden ha reducido las opciones de Trump, por detrás en los sondeos en las tres últimas semanas: según las encuestas del agregador de RealClearPolitics (RCP), Harris ahora tiene un 48,4% de probabilidades de lograr la presidencia, frente al 46,9% del republicano. Y la cautela, cuando no el temor, se ha apoderado de quienes colocaron su dinero en acciones sensibles a una derrota de Trump. Ese miedo es algo más que una percepción: el banco de inversión Goldman Sachs elaboró dos índices de acciones, uno que se beneficiaría de las políticas de Trump y otro que haría lo propio con las de Harris, y su evolución en Bolsa hasta este martes no podía ser más reveladora: mientras los títulos de la demócrata repuntaron un 6% desde la salida de Biden, los del republicano cayeron un 4%, en una curva que ha seguido tendencias opuestas.
Se ha hablado mucho en el último mes del llamado Trump Trade, o lo que es lo mismo, de invertir en las compañías ganadoras de un nuevo mandato del político neoyorquino. En la lista de acciones de Goldman aparecen entre otras las petroleras como Exxon y Chevron —beneficiadas por el negacionismo climático de Trump, y su rechazo a reducir el uso de combustibles fósiles—, fabricantes de coches estadounidenses como General Motors y Ford a los que ayudaría frente a la competencia extranjera, sobre todo china, grandes farmacéuticas, aseguradoras de salud privadas, instituciones de educación privada, bancos y las citadas compañías de armas y prisiones. El último sector al que Trump corteja sin pudor es el de las criptomonedas: acudió a un acto multitudinario en Nashville, y en su declaración figura que posee entre 1 y 5 millones de dólares en ethereum, la segunda criptodivisa en importancia tras el bitcoin.
Mucho menos ruido ha hecho el Harris Trade. Aquí, los analistas sitúan a empresas de energías renovables, infraestructuras, fabricantes de coches eléctricos y a las compañías expuestas a China, que se librarían del previsible recrudecimiento de la guerra comercial con las políticas proteccionistas de Trump. En la lista de Goldman Sachs aparecen como potenciales ganadoras de una victoria demócrata firmas como Enhpase Energy, del sector de la energía solar, las cadenas de tiendas minoristas Kohl y Gap, y los fabricantes de coches eléctricos Rivian y Lucid.
Se da la paradoja de que uno de los multimillonarios más activos en defensa de Trump, el controvertido Elon Musk, fundador de Tesla, tendría sobre el papel más motivos para apoyar la política de promoción del vehículo eléctrico de Harris, y no la de un Trump, que en su campaña se ha mostrado contradictorio en sus comentarios sobre ellos. Primero atacó el coche eléctrico, e incluso lanzó la idea de acabar con las ayudas públicas a su compra, y luego, tal ver por el creciente influjo de Musk, los calificó de “increíbles”. Sin embargo, la inmersión de Musk en las aguas de la política, posicionándose contra la inmigración, pronosticando una guerra civil en Europa, y sonando como futuro consejero de Trump si este gana, parece tener raíces mucho más profundas que la mayor o menor aversión del republicano hacia el coche eléctrico.
Trump ha recorrido con el bitcoin un camino similar al del coche eléctrico: en 2021 dijo que era un fraude y que no le gustaba porque competía contra el dólar. Ahora, con los inversores en criptomonedas convertidos en un lobby de 50 millones de potenciales votantes que ha regado con 119 millones de dólares en donaciones las campañas de los candidatos procripto, su opinión ha dado un vuelco. En el evento Bitcoin 2024 de Nashville de julio prometió crear una reserva estratégica federal de bitcoins y despedir el primer día que llegue a la Casa Blanca a Gary Gensler, presidente de la Comisión de Valores y Bolsa de Estados Unidos (la SEC), el hombre que con más ahínco ha tratado de regular el sector, y por tanto el más odiado por los criptocreyentes. Desde aquella intervención hasta hoy, ya con Kamala Harris en la carrera, el bitcoin ha perdido un 12%.
La demócrata ha sido mucho más discreta con el sector de los criptoactivos, que nunca ha tenido buena sintonía con su antecesor, Joe Biden. Pese a su perfil bajo, miembros del equipo de Harris se han reunido con algunos grandes empresarios cripto, pero no ha tenido grandes guiños con ellos, al menos en público. Evitó ir a Nashville, donde estaba invitada, y no ha tocado el tema en sus discursos, posiblemente porque tiene mucho que perder y poco que ganar si coloca la cuestión en el centro del debate y se enfrenta a un Trump entregado a la causa cripto.
Una de las propuestas que más inquietud puede causar en Wall Street es la de aumentar el impuesto de sociedades del 21% actual al 28%. En 2017, Donald Trump acometió su mayor reducción de la historia reciente, al rebajarlo 14 puntos desde el 35%. Ahora, Harris pretende recuperar parte de esos ingresos con el objetivo de que las grandes corporaciones contribuyan más y crear nuevas oportunidades para la clase media. No será tan sencillo: una victoria sin controlar las dos Cámaras del Congreso limitaría su margen de maniobra.