Moreno le cerró el diálogo y todas las puertas a Beltrones por no apoyarlo para ser presidente del PRI, luego lo perdonó y lo ha vuelto a castigar buscando su destrucción
ALEJANDRO SANCHEZ
El futuro del PRI era turbulento tras las elecciones de 2018. Un terco López Obrador, que por tercera vez había buscado la Presidencia, destrozó al candidato del partido al que buena parte del electorado le había brindado una nueva oportunidad para volver al poder, le arrebató gobernadores y le quitó la influencia en el Congreso federal. Manlio Fabio Beltrones, uno de los priistas que más imponía al interior, recurrió a su influencia para reflexionar con un grupo de exlegisladores lo acontecido y lo que iba a seguir en el partido.
El tricolor cargaba una racha perdedora. Por su experiencia y también por haber sido aplastado en las elecciones de 2016 por Morena, Beltrones sabía que los priistas fallaron una vez más de una forma tan condenable que merecían el peor de los castigos electorales, al hacerse pública la terrible corrupción de la nueva camada de gobernadores cuarentones de los que el entonces presidente Peña Nieto se había sentido orgulloso en un acto público presumiendo a la “nueva sangre del PRI”. Finalmente, él mismo se había encargado de poner la vara muy alto para su partido, con la que luego fue medido.
En una comida un día del lluvioso mes de agosto de 2018, Beltrones se encerró con un grupo de connotados priistas para reflexionar sobre el fenómeno que había resultado López Obrador al obtener un resultado inédito en el país, mismo que ni siquiera los del propio partido avasallante esperaron, al obtener más de 30 millones de votos, algo nunca antes logrado por ningún candidato presidencial y Morena además se quedaba con la mayoría simple en la Cámara de Diputados. El ascenso abrupto del partido lopezobradorista se sumaba al descalabro del PRI en siete gubernaturas en las elecciones estatales de 2016.
A aquella comida para pensar qué hacer para sacar al PRI del hoyo en que se hundía asistió Alejandro Moreno, quien había sido diputado en la anterior Legislatura de la que Beltrones fue coordinador. El joven priista era gobernador de Campeche. En ese encuentro no pudo hablar personalmente con el exjefe del partido, pero le dejó un mensaje con uno de los hombres más pegados a él. Se trataba de Marco Antonio Bernal, un político siempre con el rostro adusto de manera que casi nunca enseñaba su blanca dentadura y quien después de retirado de la política se dedicó a la comercialización y exportación de limones.
–¡Voy a ser el próximo presidente del PRI y necesito al líder para que me acompañe!
–Yo le transmito tu mensaje—contestó con una mirada inquisitiva que Moreno supo entender muy bien.
–A cambio, Beltrones va a controlar el PRI en Sonora, según recuerda un exlegislador que fue testigo. Sólo una condición: tiene mes y medio para decidir porque en ese tiempo cierro cabildeo para los apoyos.
Beltrones, dicen, no tuvo que cavilar ni darle tanta vuelta al asunto. No iba apoyar a Alejandro Moreno porque no confiaba en él. Siempre lo había considerado un hombre testarudo y poco leal dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de obtener ventajas para su propio beneficio. El entonces todopoderoso Manlio Fabio Beltrones había tenido un gesto de dignidad para presentar su dimisión a 10 meses de ser elegido presidente, de 2015 a 2019 que debió ser su periodo, pero el descalabro en las elecciones de junio de 2016 lo hicieron ofrecer disculpas a la militancia y dar paso a una dirección que garantizara transformaciones que el partido requería con urgencia. Conociéndolo, estaba seguro que Alejandro no era esa opción.
Acostumbrado a salirse con la suya pasando incluso por encima de sus más íntimas amistades, como lo fue el propio exsecretario de Gobernación con Peña Nieto, el hidalguense Miguel Osorio Chong, ganó la presidencia del PRI y le cerró el diálogo y todas las puertas a Beltrones. Su dirigencia estuvo marcada por nuevas turbulencias por la forma en que mantuvo la conformación del Comité Ejecutivo Nacional y detonó con la asociación que sostenía con los presidentes del PAN y PRD marcando un precedente en la historia del partido al asomarse la posibilidad de que por primera vez en su larga vida el PRI no llevaría candidato o candidata propia a la elección presidencial de 2024.
En una reunión cerrada con expresidentes y mientras todos exigían a Moreno dejar la presidencia, Manlio Fabio Beltrones asumió una posición diferente para concederle el beneficio de la duda a la dirigencia nacional y llamó a sus compañeros a cerrar filas a favor del político de Campeche, cuyas sienes brillaban como la plata propias del naciente envejecimiento. Además, en ese momento se discutía la posibilidad de una prórroga para que el ejército se mantuviera en las calles hasta el 2028. El presidente del PRI había presentado una propuesta muy mala y como Manlio había hecho una iniciativa más completa la puso a disposición del partido quedando bien con Moreno y con AMLO para votar con unanimidad una Ley de Seguridad que aplazó la presencia de los soldados fuera de los cuarteles para hacer labores de seguridad pública en el país.
Eso devolvió la confianza mutua. A Moreno se le olvidó que Beltrones no quiso apoyarlo y por el gesto mostrado entre los expresidentes del partido y frente a la polémica Ley de Seguridad, lo nombró candidato a senador y a su hija Sylvana Beltrones candidata a diputada federal, ambos por la vía plurinominal. Moreno además concedió que el PRI llevara mano en Sonora para competir por mayoría en su asociación con PAN y PRD, por lo que era casi imposible que perdiera la posibilidad de ganar una senaduría por primera minoría. Pero la nueva alianza entre ambos se vino abajo cuando Alejandro Moreno anunció su intención de reelegirse después de ser aplastado el 2 de junio de 2024 por Morena. Beltrones rechazó de forma contundente los nuevos planes de Alejandro.
Hay dos versiones que surgen desde dentro del PRI, la que dice, según testimonios, que cuando Moreno dio las candidaturas, puso como condición que lo apoyaran para reelegirse, la otra es que a Beltrones no se lo pidió y, por congruencia, éste no podía avalar la idea yendo contra la esencia del PRI y del propio senador electo, quien, con resultados menos catastróficos, ofreció su propia cabeza para llevar la dirigencia del partido por otros rumbos mejores. Aunque el viejo político quedó fuera de la bancada del tricolor en el Senado estará viéndose las caras con Moreno. Veremos de qué son capaces estos seis años de Legislatura.
POR ALEJANDRO SÁNCHEZ
COLABORADOR
@ALEXSANCHEZMX