Entre los peñascos de la serranía de Ronda, la memoria y la idiosincrasia se dan la mano cuando las oleadas de turistas se lo permiten. Pero la energía irradiada que despiden ambos conceptos doblega el pulso a todas las invasiones, como han hecho los habitantes de la fortaleza natural andaluza en la provincia de Málaga por los siglos de los siglos. Por el centro de la localidad se encuentra la sede de su Real Maestranza de Caballería, con una discreta altivez que desafía ahora el tiempo y hasta sus legados desde hace 450 años. ¿Cómo es capaz de sobrevivir allí plantada una institución cuyos orígenes son militares, nobles, se basaron en la defensa de territorios y privilegios o más tarde se centraron en la tauromaquia? ¿Cabe algo más anacrónico en este siglo? No. Pero quizás precisamente por eso, para sacar hábiles ventajas de sus paradojas, con sus miembros y responsables muy conscientes de su singularidad extemporánea, aunque indiscutiblemente secular, resiste en pleno siglo XXI.
También por acervo y por haber sabido poner hoy en valor lo que muchos han calificado como el petróleo de nuestra era: los datos. ¿Qué datos? Los apellidos, para empezar. La genealogía, una ciencia en pleno desarrollo que vive nuevos tiempos gracias a la revolución tecnológica. Y allí, entre las paredes encaladas, la arena y la madera de la Real Maestranza, descansan y permean cuatro siglos y medio de noblezas, estandartes y linajes. Quedaron en los anales por medio de, entre otras cosas, documentos de pureza de sangre para un país tan mestizo como obsesionado por la identidad de sus cristianos viejos. Entre esos dos polos en continuo conflicto, los restos marcan. Y sobreviven para siempre, en las atmósferas, pero también, menos mal, en ciertos archivos.
Como el genealógico que existe en la localidad malagueña, el más extenso de España: un millón de fichas y pruebas de diferentes linajes. Toda una fuente rigurosa en proceso de digitalización desde hace dos décadas para historiadores, pero también para cualquier curioso decidido a rastrear sus orígenes familiares en el mundo hispano.
Es el momento y la Real Maestranza no solo se ha adaptado en esto a los tiempos, sino que ha tratado de adelantarse. Algo que, para muchos, quizás, fuera en contra de una idea preconcebida sobre su naturaleza, pero que en una época hipertecnologizada y virtual ha producido efectos dispares, como una mayor curiosidad por conocer de dónde venimos. Hoy, millones de personas desean profundizar en sus orígenes y los avances digitales se lo permiten a golpe de clic.
Pero lejos de conformarnos con una búsqueda en pantalla, nos hemos trasladado a verlo, a olerlo, a tocarlo. Frente a los ficheros con las letras del abecedario preguntamos por nuestros apellidos menos comunes y ahí encontramos restos, pistas que nos conducen a lugares conocidos, pero también dispares. Nos enfrentamos en esas cajas ordenadas y rematadas de barniz entre todas sus fichas al viaje del origen. En el trayecto cabe la certeza, pero también en igual medida la incertidumbre o hasta el atropello de lo que en varias familias se ha contado de padres a hijos.
Más cuando perteneces a un país en el que el apellido marca una idiosincrasia que se multiplica, además, si su lengua juega en un ámbito global con más de 500 millones de hablantes. En lugares donde se ha perdido la pista de los ancestros, pero aumenta en cambio la curiosidad sobre ellos, un archivo genealógico como el de Ronda es una mina. “En América, la genealogía es una ciencia muy importante”, afirma Rafael Atienza, teniente hermano mayor de la Real Maestranza, es decir, su máximo responsable ejecutivo. Por la distancia, precisamente. “En Europa todo el mundo sabe dónde está y cómo es su pueblo de origen. Allí, no”.
La lejanía desaconsejaba el esfuerzo por hurgar en esos orígenes. La tecnología ha roto esa barrera. Hoy es posible, barato y rápido. De ahí el éxito de sitios en internet y empresas como Ancestry.com. “Cotiza muy al alza en Bolsa”, asegura Atienza. Es un modelo para muchos portales similares. La progresión de esta empresa estadounidense da cuenta de la visión de sus creadores y de cómo supieron intuir para el futuro en el ámbito de la tecnología, el poder que desata una curiosidad tan básica, tan primitiva. Fue fundada como start-up en 1990 por dos jóvenes de Utah, Paul Brent Allen y Dan Taggart. Treinta años después, en 2020, el grupo Blackstone la compró por 4.700 millones de dólares. ¿Renta o no la genealogía?
No es que de buenas a primeras la Real Maestranza de Caballería Ronda calibre asaltar los mercados bursátiles. Pero esa corriente marcada les hizo comprender el valor de poseer un legado que, más allá de su base tradicional, podía ayudarlos a encarar el futuro. En su caso lo harían sobre la base de un elemento que, en las empresas tecnológicas de ámbito globalizado y selvático, más obsesionadas por el beneficio rápido que por el servicio esmerado, falla. “Les falta rigor”, asegura Atienza. Un matiz importante que ellos, con sus propios datos y de una manera más cercana, aseguran querer aportar.
“Los suyos no son filtrados, se limitan a convertirse en bancos de datos no solo según la genealogía, sino también el ADN, muy codiciado por las industrias farmacéuticas. Nosotros ofrecemos en nuestros archivos para España e Hispanoamérica la más fidedigna información en ese primer campo que se pueda encontrar en nuestro ámbito”, garantiza el teniente hermano mayor.
Así lo cuenta también Ignacio Herrera de la Muela, director de la institución desde 2001. Llegó para probar como gestor cultural de experiencia tras su paso por la Fundación Olivar de Castillejo por un periodo que no creyó entonces se extendiera más de tres o cuatro años. Ha superado ya las dos décadas y no tiene planes de abandonar el puesto. Su gestión, unida a la visión de Atienza, ha colocado la institución en un presente donde han hallado un sentido y clavos donde agarrarse. En su despacho de la Real Maestranza, antes de mostrarnos la escuela de equitación con sus alumnos trasegando en torno a los caballos, la plaza de toros en que cada año tiene lugar la corrida goyesca, la biblioteca y las carpetas y ficheros de la institución, nos explica cómo no solo apostaron por poner en valor sus propios fondos, sino que decidieron comprar otros disponibles e igual de fiables. Por ejemplo, el archivo de los cronistas reyes de armas de la familia Rújula, tras un acuerdo que cerraron en 2017. Fue una adquisición clave, con datos recogidos desde el siglo XVII a lo largo de seis generaciones, y que incluyen certificaciones de escudos de armas, hidalguías, títulos nobiliarios, ejecutorias, genealogías y otra documentación diversa de interés para los investigadores. “Los cronistas reyes de armas se encargaban de certificar el uso de los escudos. Cada vez que se abría un documento debía incluirse la historia de cada linaje para corroborar orígenes, costumbres, procedencias. Aunque lo que también se observan en ellos son bastantes inconcreciones, por no decir mentiras, cara a lograr el objetivo que cada uno perseguía. Pero la información debía ser cotejada por los responsables del archivo”, afirma Ignacio Herrera.
Esta tarea la ejercían los más próximos y una vez pasada la prueba era plasmada en documentos bonitos, lustrosos, que se conservaban. Hoy lucen entre las estanterías de la Real Maestranza, desde que quedara en manos de la institución. Existen otros conjuntos de documentos de reyes de armas en fondos como el de la Biblioteca Nacional, por ejemplo, como los de la familia Zazo o los de Diego de Urbina. “La singularidad del Rújula reside en que recoge la de restos anteriores y en que crean un sistema propio de catalogación”, asegura el director, “un corpus documental con fichas, toda una base de datos primigenia en ese sentido. Amplísima, con más de un millón de apellidos de origen español y vigencia en América”.
Al Rújula se unen los propios fondos de la Real Maestranza. Estos datan de un siglo antes, concretamente de la fecha en que se creó, bajo el mandato de Felipe II, en 1573. La posesión de caballos resulta clave en general para el primer desarrollo de estos archivos desde la Edad Media. Poco a poco, la profesión militar se fue considerando oficio de nobles y la caballería destaca en el orden social. Ser dueño de un caballo marcaba la diferencia. Eso, unido a la acumulación de armas superiores, permitía la dedicación total al oficio de guerrero cualificado. A dicha condición se accedía, además, por méritos y actos heroicos, pero también por privilegios y títulos hereditarios que concedía la Corona y quedaban acreditados en documentos como ejecutorias, armoriales o cartas de hidalguía.
La Real Maestranza se basaba en ese principio que regía en las cofradías nobles medievales. Felipe II las quiso resucitar y dotarlas de fuerza para defender un territorio que había sufrido rebeliones moriscas durante dos años a partir de 1568. Para prevenir otras las rescató en una cédula de 1572 en búsqueda, decía, “de soluciones inmediatas”. A su juicio, el llamamiento partió de una relajación general en la defensa del territorio: “Agora, parte con la paz y el ocio de tantos años que ha causado en el todo de las armas descuido, mucha parte de la dicha nobleza estaban desarmados y sin caballos y con muy poco uso de las armas y actos militares”. Es decir, había que espabilar y en Ronda le tocó a la Cofradía del Santo Espíritu, embrión de la Real Maestranza. Tras aquel periodo sin sobresaltos al que aludía el monarca, quedaron en permanente estado de guerra, muy centrados en la cría y adiestramiento de caballos, base de la actual escuela de equitación.
“Desde un determinado periodo, a toda persona que deseara ingresar se le abría un expediente. En los inicios no fue necesario porque todos los que la componían eran de Ronda y se conocían”, asegura Ignacio Herrera. Pero cuando deciden no abrir sus puertas a todo el mundo, comienzan las investigaciones de linaje y pureza de sangre. Sobre todo, estas aumentan a partir del siglo XVIII, con informes secretos de carácter social y económico respecto a los aspirantes. De ahí que en los papeles se encuentren ejecutorias de hidalguía, partidas matrimoniales, testificaciones respecto a la prueba de orígenes cristianos… “No estaba al alcance de todo el mundo demostrar la procedencia. Pero quienes podían permitírselo solían asegurarse de certificar sus ancestros”, según Herrera. Si además eras converso, aquello se convertía en una condición indispensable, necesaria para evitar imposiciones.
A toda esta maraña heredada en mitad de una sociedad opresora, clasista y cerrada entre sus círculos aristocráticos se le puede sacar, sin embargo en este siglo XXI, un buen partido. Lo que podría haberse quedado anclado en el fondo oscuro de los tiempos se ha convertido en materia a explotar. Para Ignacio Herrera, aparte de lo que pueda aportar a particulares, resulta útil a la hora de conocer la historia de multitud de ciudades o pueblos, así como montones de propiedades: saber de dónde proceden, a quiénes han pertenecido tierras, palacios, pagos, edificios. “Los apellidos, en este sentido, son una forma muy efectiva de bucear y adentrarse en cantidad de cuestiones. Toda una fuente”.
La conservación de todo ese legado a lo largo de cuatro siglos y medio no ha sido fácil. “El archivo ha sido esquilmado”, afirma el director. En diversos periodos. “Sobre todo en dos: durante la guerra de la Independencia en el XIX y durante la Guerra Civil en el siglo pasado. Los quemaron la gente de la serranía, precisamente porque era ahí donde se encontraban los certificados de propiedad de la tierra”. Así ocurre con todo tipo de documentos privados y protocolos notariales que no resistieron la anarquía desatada y la barbarie en todos los ámbitos de aquellos conflictos. “Por eso, andamos preocupados a la hora de tapar lagunas”, asegura Herrera.
Los fondos propios y el proveniente de la familia Rújula son las fuentes principales en este apartado de la Real Maestranza de Ronda. Pero cuentan con 35 archivos privados más. Desde hace una década se ha seguido toda una estrategia de captación al respecto. “Primero lo hicimos en el ámbito local, después por toda España”, afirma el director. “Principalmente provienen de familias nobiliarias y la alta burguesía, pero también de otros ámbitos. La mayoría perteneció a algunas de las 132 familias maestrantes. Su captación fue uno de los ejes que propuso Herrera al incorporarse, después de que le convenciera Atienza para trasladarse a Ronda. El principal responsable de la institución estaba decidido a modernizarla y, en lo posible, como reconoce él mismo: “Evitar lo que somos: un anacronismo”, asegura.
Para huir de él hallaron esta fórmula dentro de un plan mayor: “Convertirnos, sobre todo, en una institución cultural”, asegura el teniente hermano mayor. Ese nuevo rumbo ha atraído a figuras como la musicóloga de la Universidad Complutense Ana Carvajal. “Yo entré por los objetivos humanísticos de la institución”, asegura. “Por su compromiso a la hora de adoptar una vía más activa en la acción social y educativa”, afirma.