A estas alturas nadie pone en discusión que Claudia Sheinbaum fue, desde el principio del sexenio obradorista -y muy probablemente desde antes- el proyecto del presidente para sucederlo.
Le abrió los espacios precisos y de mayor relevancia, tendió sobre ella un manto de protección que la blindó en los momentos más aciagos -la tragedia en el Colegio Rébsamen, la de la Línea 12, por citar dos de los más críticos durante la gestión de Claudia como jefa de Gobierno- y la llevó de la mano rumbo a la candidatura de Morena.
Cuando apenas se abrió la contienda interna para elegir al candidato presidencial y fiel a su estilo exento de simulaciones, López Obrador no dudó un instante en aparecer públicamente al lado de Claudia, levantándole la mano y señalándola con el dedo índice. El mensaje no podía ser más claro.
Y cuando digo que López Obrador no simula, es que no simula: por ejemplo si antes se simulaba que había un proceso abierto en el que jugaban varios candidatos, siempre había un ‘tapado’ cuya identidad todos conocíamos, comenzando desde luego por el presidente en turno. Esta vez no hubo esa simulación. Desde el principio se supo que Sheinbaum era la elegida y lo demás fue un estira y afloja entre otros precandidatos para negociar posiciones.
A Claudia se le ha cuestionado que no toma distancia del proyecto obradorista, pero hay un dejo de ingenuidad en quienes piensan de esa manera. La Cuarta Transformación es hoy por hoy, electoralmente, el proyecto más exitoso que se recuerde desde antes de la mitad del siglo pasado. Con asignaturas pendientes y con fuertes cuestionamientos en temas de seguridad, salud, transparencia, tentaciones autoritarias y sonados casos de corrupción, pero electoralmente es una eficiente y afinada máquina de ganar votos.
En esa lógica es que sería ingenuo pensar que Claudia tomará distancia del proyecto que tiene un líder indiscutible y al que le debe la candidatura. Y más ingenuo pensar en un deslinde.
Eso no va a suceder y la propia candidata lo dejó muy claro a lo largo de su campaña cuando hizo de la frase ‘Continuidad con cambio’ el mejor anticipo de lo que vendrá.
Cuál de las dos premisas pesará más en el nuevo gobierno es lo que ocupará los primeros lugares de la agenda pública en los próximos seis años. Claramente la política social se mantendrá intacta en cuanto a sus programas sociales que incluso serán ampliados y fortalecidos; la política exterior, creo, tendrá ese mismo destino. Claudia tiene su mirada más puesta en Latinoamérica y el Caribe que en el norte del Tío Sam.
Los megaproyectos del obradorismo serán otro de los temas que no solo tendrán continuidad, sino que tenderán a ampliarse. Ya dijo que no habrá nuevas refinerías, pero sí una extensión significativa de la red ferroviaria que López Obrador rescató con el Tren Maya y el Tren Transítsmico.
Pero hay otros rubros en los que, una vez que Claudia Sheinbaum se cruce la banda presidencial al pecho (por cierto, la encargada de cruzársela es Ifigenia Martínez, un icono de la izquierda mexicana) será interesante ver el rumbo que toman.
El tema de la reforma al poder judicial, por ejemplo, tiene sus bemoles. En algún momento, Claudia titubeó en cuanto a los tiempos para la aprobación y la implementación de la misma, aunque después hubo de rectificar y plegarse a las formas y los tiempos propuestos por el presidente. No hay que olvidar que los diputados federales y senadores a quienes les tocará aprobar esa reforma le deben más a López Obrador que a la presidenta electa.
Pero las consecuencias de esa reforma, como la electoral y la de los organismos autónomos ya no le tocará administrarlas a López Obrador, sino a Claudia Sheinbaum y ahí es donde se abre el dilema de la continuidad o el cambio. O al menos, el de los matices entre ambas premisas.
En Materia de seguridad pública, y concretamente en el tema del combate al crimen organizado resulta hasta morboso asomarse a lo que va a hacer la nueva presidenta, a la que en lo personal no la imagino visitando frecuentemente Badiraguato o saludando a familiares de los relevos en los liderazgos de los cárteles mexicanos.
A la nueva comandanta en jefe de las Fuerzas Armadas (y la menciono así porque bajo su mando estará el Ejército, la Marina y la Guardia Nacional) no la imagino llevando por el camino de la continuidad la política de abrazos y no balazos, ni cargando sobre sus espaldas el resultado de esa política que ya acumula más de 800 mil muertos en una guerra por lo menos tolerada desde el gobierno, entre las bandas criminales.
Es una realidad que esos grupos han acumulado gran poder, que tienen control de buena parte del territorio nacional (una prerrogativa del Estado); que han llevado a niveles espeluznantes el control sobre actividades productivas y que el cobro de piso y la extorsión le disputan al Estado otra de sus facultades que es el cobro de impuestos. Baste preguntar a los productores de aguacate y limón; a pescadores y transportistas y a grandes, pequeños y medianos empresarios.
El nuevo secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch, creo, no tiene una visión compatible con lo que hasta ahora se ha hecho en esa materia y falta ver cuál es la que tienen los nuevos titulares de la Sedena y la Marina.
Este tema, como el de las políticas de salud pública pueden ser dos en los que se adviertan más tendencias al cambio que a la continuidad, pero ya veremos.
Lo cierto es que ayer el TEPJF entregó a Claudia Sheinbaum la constancia que la acredita como presidenta electa (ya le quitaron lo virtual) en un evento que marca, de acuerdo a la tradición política mexicana ese punto de inflexión en el que el presidente en funciones comienza a eclipsarse por su sucesor, en este caso sucesora, aunque en muchos sentidos, la tradición política mexicana no funciona para explicar una gestión como la de López Obrador, el primer presidente en la historia que le entregará el poder a una mujer.
Y esto no es asunto menor. De hecho este sí puede ser calificado, sin cortapisas ni regateos como un hecho histórico e inédito, al que por cierto acudieron todos los gobernadores en funciones y electos que integran la Conago, entre los que se encontraba por supuesto el de Sonora, Alfonso Durazo Montaño.
Entrevistado allá en la Ciudad de México, el mandatario sonorense calificó el mensaje de la presidenta electa como “profundo y completo” y celebró el interés de Claudia Sheinbaum hacia los proyectos de desarrollo en el estado, específicamente los que integran el Plan Sonora de Energía Sostenible: “Tenemos la esperanza de que a la entidad le seguirá yendo muy bien en el nuevo gobierno”, dijo Durazo.
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