Al llegar estas fechas, el mundo parece acelerarse. Entre las luces que parpadean, las compras de último minuto y el incesante ir y venir de autos y gente por las calles de la ciudad, es fácil perderse en el ruido. Sin embargo, la Nochebuena y la Navidad nos invitan a hacer algo que hoy en día parece un acto de rebeldía: detenernos.
La Nochebuena no se trata solo de la cena o los brindis; es el símbolo de la espera compartida. Es ese momento en el que, sin importar lo que haya pasado durante el año, nos reunimos en torno a una mesa —ya sea física o virtual— para decir: “Aquí estoy, y me importa que tú también estés”.
A veces nos preocupamos demasiado porque todo sea “perfecto”: el menú, la decoración, los regalos, etcétera. Pero, al final del día, lo que nuestros amigos y familiares recordarán no es el sabor del pavo o el papel del envoltorio, sino cómo los hicimos sentir. La verdadera magia de la Nochebuena reside en las historias contadas por milésima vez, en las risas espontáneas y en el silencio cómplice de quienes se quieren.
La Navidad: Un renacer de la esperanza
Cuando amanece el 25, el mundo se siente distinto. La Navidad es, en su esencia, una celebración del nacimiento y la esperanza. Es un recordatorio de que, incluso en los tiempos más oscuros o difíciles, siempre hay una luz que vuelve a encenderse.
Esta fecha nos regala la oportunidad de agradecer por las batallas ganadas y por las lecciones aprendidas; de soltar las cargas que no queremos llevar al nuevo año y de permitirnos volver a mirar el futuro con la ilusión de un niño.
Mi deseo para todos ustedes, mis lectores y amigos: que en esta Navidad el regalo más grande no sea algo que se pueda envolver, sino algo que se pueda sentir. Que la paz que tanto buscamos afuera, la encontremos primero dentro de nosotros mismos, que no nos falte una silla ocupada, un abrazo sincero y la certeza de que, mientras estemos juntos, siempre habrá un motivo para brindar.
¡Feliz Nochebuena y una muy bendecida Navidad para todos!
Su amigo: Oscar Castro Valdez





