Sin “aislarse en la burbuja de Palacio Nacional”, sin eludir la responsabilidad de dar la cara por sus actos y de informar al pueblo de México y a la prensa —en ese orden— sobre sus decisiones y sobre las acciones de su gobierno, directa, cotidiana, abiertamente y en persona en unas “mañaneras” a las que habrá de imprimir su sello distintivo. En el territorio más que en la oficina; recorriendo el país cada fin de semana, “cerca, cerca, cerca” de la gente, como ella misma dice, así habrá de gobernar Claudia Sheinbaum Pardo la 1era Presidenta de la República en nuestra historia.
No es cosa menor lo que vivimos; no se trata solo del cambio de mando habitual en una democracia. No se trata tampoco de presenciar cómo la banda presidencial pasa —como otras veces ha sucedido— de unas manos a otras. Estas no fueron unas elecciones más. 200 años de vida independiente han debido pasar para que una mujer ocupe la primera magistratura. Imposible, es preciso reiterarlo, hubiera sido este acontecimiento histórico, sin el proceso de transformación radical que desde el 2018, de manera pacífica, democrática y en libertad decidimos emprender —depositando, conscientemente, nuestros votos en las urnas— millones de mexicanas y mexicanos.
Cambió México; lo cambiamos y tanto que en una elección sin mancha alguna, casi 36 millones de votantes, no sólo refrendamos nuestra voluntad de dar continuidad a la transformación de la vida pública iniciada por Andrés Manuel López Obrador, sino que además, elegimos para conducir este proceso a una mujer; a una mujer que ha luchado toda la vida. Una mujer que, como dice Verónica Velasco, “posee la dimensión excepcional que el país necesita y que, por sus conocimientos, por su ética, por su congruencia, por sus aptitudes es la mejor, es la única, capaz de honrar el legado de López Obrador y consolidar, profundizar e imprimir un sello propio a esta revolución”.
No solo cambió, no solo cambiamos al país, cambiamos también la mayoría de quienes en él vivimos y ejercemos el derecho al voto. De la profundidad y radicalidad de este cambio silencioso, vivido en estos 6 últimos años, nos habla la aplastante victoria de Claudia y el hecho de que, además, obtuviera la mayoría calificada en el Congreso. Hacer la vida pública cada vez más pública —las mañaneras fueron vitales para lograrlo y el tipo de campaña de contacto extremo con la gente que hizo Claudia también— produjeron un conocimiento extendido, una apropiación plena, más bien, de los derechos, las libertades y las obligaciones de las y los ciudadanos en una democracia.
Que el pueblo manda, elige, pone y quita, ha dejado ha dejado de ser, para millones de personas en nuestro país, solamente una consigna. Dos elecciones ejemplares sucesivas y la práctica virtuosa de una izquierda que ha dejado de considerar a la democracia solo un medio, solo un instrumento táctico para conseguir otros fines y hoy se juega —limpiamente, además— la vida en las urnas han empoderado a la ciudadanía. La amplitud, diversidad y pluralidad de la transformación han generado, por otro lado, un sentimiento de pertenencia. Protagonistas del cambio se sienten hoy personas de muy distintos orígenes, convicciones y creencias.
Casa por casa, barrio por barrio, pueblo por pueblo, ciudad por ciudad durante años y pese a la represión, a las derrotas sufridas, a los fraudes electorales, cada quien por su lado y luego, por casi 20 años, luchando juntos, anduvieron Claudia y Andrés Manuel. “Cerca, cerca, cerca” de la gente, del pueblo raso siempre. De ese pueblo que decidió que ya era, ahora sí, tiempo de mujeres.