Desde la óptica del Congreso estadounidense, México ya es pieza clave en la cadena del litio, pero como taller ajeno, no como potencia que decide su propio futuro industrial.
Un informe del Servicio de Investigación del Congreso, fechado el 26 de noviembre de 2025, registra que nuestro país se ha convertido en el gran receptor de partes y baterías de ion-litio fabricadas en Estados Unidos.
Washington ya legisló subsidios, aranceles y créditos fiscales para anclar en su territorio la manufactura de baterías avanzadas. México, en cambio, aparece en esas páginas sólo como plataforma de ensamblaje y logística, mientras aquí seguimos hablando de nearshoring en abstracto, sin una estrategia propia para capturar el valor de la cadena que ya pasa por nuestro suelo.
En 2023, Estados Unidos exportó a México 43 millones de dólares en partes de baterías recargables distintas a las de plomo.
Un año después, en 2024, esa cifra se disparó a mil 900 millones de dólares y representó 95 por ciento de todas las exportaciones estadounidenses de ese tipo de partes.
Visto desde la estadística mexicana no aparece el mismo salto en “partes”, sino en baterías de ion-litio ya terminadas: las importaciones desde Estados Unidos pasaron de 109 millones de dólares en 2023 a mil 800 millones en 2024. Los analistas del Congreso concluyen que hay un truco de clasificación: lo que en Washington se registra como “partes” –probablemente celdas o módulos– aquí entra como baterías completas.
Traducido al castellano industrial, eso significa que en muy poco tiempo México se volvió el principal destino de las piezas clave de la nueva generación de baterías que salen de Estados Unidos.
Somos el nodo natural de una cadena de suministro que ese país quiere arrancar de la órbita de China, pero seguimos discutiendo refinación en Dos Bocas mientras por nuestras aduanas circulan, silenciosas, las celdas que van a definir el siguiente modelo automotriz y energético de la región.
El contexto global explica las prisas.
Los fabricantes chinos dominan entre 70 y 90 por ciento de la cadena mundial de valor de las baterías de ion-litio.
Ganaron ese terreno combinando integración vertical, producción a gran escala, subsidios y protecciones comerciales que les permiten ofrecer precios históricamente más bajos que sus competidores.
Según los cálculos citados en el informe con base en datos de Bloomberg, en 2024 algunas celdas producidas en Estados Unidos habrían sido alrededor de 90 por ciento más caras que las importadas desde China si no existieran los subsidios y aranceles aprobados por el Congreso. Sólo con créditos fiscales específicos para cada megavatio-hora producido y con un arancel de 25 por ciento a las baterías chinas se consigue que ciertos modelos estadounidenses compitan en precio.
Detrás de esa ingeniería de incentivos hay más de una década de leyes que han inyectado miles de millones de dólares a la cadena de baterías.
El resultado es visible: entre 2020 y 2024 el valor de la producción de baterías recargables en Estados Unidos creció 359 por ciento en términos reales, y el empleo en la industria alcanzó un máximo histórico de 54 mil 400 trabajadores en 2024, justo cuando el empleo manufacturero en general retrocedía.
En medio de ese reacomodo, México aparece como pieza clave. El salto de las exportaciones estadounidenses de partes y baterías de litio hacia nuestro país muestra que somos la plataforma de integración para la industria automotriz y de energía que abastece a Norteamérica.
Lo que el reporte no dice –porque no le toca– es qué hacemos nosotros con esa oportunidad. No hay en el documento menciones a una política industrial mexicana, ni a un programa de capacitación especializado, ni a un plan para atraer las etapas más sofisticadas de la cadena. Somos el “hub” natural, pero sin relato propio.




