Los exponentes de la extrema derecha internacional amplifican las críticas contra Sheinbaum para hacerse con un país clave para su agenda pero históricamente blindado
Elena San José
Las fuertes protestas contra el Gobierno de Claudia Sheinbaum dejaron el sábado pasado una imagen poco frecuente en México, que ha funcionado históricamente como un dique de contención contra la extrema derecha regional y global. El creciente malestar social por la inseguridad del país, alimentado por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, y el hartazgo por una corrupción que parece endémica, han abierto una pequeña brecha en el muro que ha sido rápidamente aprovechada por los principales exponentes de la ultraderecha. Los argentinos Eduardo Menoni, Agustín Antonetti y Agustín Laje, el español Javier Negre o el estadounidense Alex Jones encabezan la lista de quienes tratan ahora de ensanchar el pequeño boquete en un país que es clave para su agenda pero que se resiste a que esta penetre.
México está entre las 15 economías más grandes del mundo y es la segunda de América Latina, solo por detrás de Brasil. Comparte, además, una frontera de más de 3.000 kilómetros con Estados Unidos, donde el discurso ultra tiene en el presidente, Donald Trump, a su mayor defensor y al principal interesado en que triunfe en su vecino del sur. Todo lo que pasa en el país latino importa y resuena fuera. “De los Gobiernos de izquierda que quedan en el continente, México es claramente el más importante y el más exitoso. Ni siquiera Lula en Brasil tiene la fuerza que tiene hoy Sheinbaum”, apunta Lisandro Devoto, politólogo de la UNAM. Eso lo convierte en un objetivo prioritario.
México es, además, el principal enlace entre países y regiones, agrega Mario Santiago, experto en ultraderecha del Instituto Mora: “Vox y algunos otros actores en España traducen el debate de las nuevas derechas europeas para América Latina, y el primer puente de llegada de esta circulación de ideas, de textos y de personajes es México”. “Últimamente, por obvias razones, Argentina ocupa ese lugar, pero tiene mucha menos proyección en la región”, completa.
Tumbar el muro mexicano es de vital importancia para que el discurso de la extrema derecha continúe su cruzada y así lo observan los propios interesados. “México es un país clave para que la libertad domine América Latina y para que la libertad tenga un país superimportante de su lado”, ha dicho el difusor de bulos Javier Negre, que ha anunciado que va a “redoblar” su apuesta e invertir en un medio mexicano de gran difusión para ganar presencia en el territorio. Tanto él como el resto de agitadores han tratado de amplificar unas imágenes que, sacadas de contexto, ilustran un país donde el Gobierno trata de mantenerse a flote entre la contestación social. “En la medida en que se consigue una fotografía, una primera plana de alguien herido, comienza la narrativa del caos, que es la que han intentado construir”, apuntala Mario Santiago.
Ese tipo de estrategias, implementadas en otros países con éxito, en México no terminan nunca de surtir efecto. “Me parece que acá todavía están en un momento de experimentación. De lanzar una y otra imagen, probar un símbolo, probar otro, para ver cuáles son los que realmente están cohesionando”, considera el especialista. “Desde hace años están intentando, ponen dinero, ponen esfuerzo, ponen recursos y no lo consiguen”, señala también Ernesto Bohoslavsky, autor del libro Historia mínima de las derechas latinoamericanas, que considera que México es la prueba del “carácter irreductiblemente nacional de la política”. “Existe el riesgo de pensar que pesan mucho los actores internacionales a la hora de hacer política en cada país, y quizás pesan más en países más pequeños, pero en un país como México es más difícil que metan cuchara actores externos”, templa el experto.
El planteamiento del “complot internacional” que intenta esbozar el Gobierno es también para Mario Santiago un poco “tramposo”, pues entran en juego otros factores locales a los que el Ejecutivo debe prestar atención sin minimizarlos. El país norteamericano tiene un caldo de cultivo propio que lo hace susceptible de que estos discursos permeen poco a poco. El Gobierno de Claudia Sheinbaum goza de extraordinarios índices de popularidad, no así su partido, Morena, que pierde respaldo en cada nueva encuesta, agrandando a marchas forzadas la distancia con la mandataria.

El partido oficialista es percibido por algunos sectores de la sociedad como la nueva cara de la corrupción en un país donde este fenómeno ha campado impune durante el último siglo de la mano de otras formaciones. Los recientes escándalos protagonizados por algunos de sus miembros, como el senador y exgobernador de Tabasco, Adán Augusto López, aparecen, además, en un momento de profundo cambio institucional en el país, con la reforma judicial como principal exponente. “Hay un proceso de concentración de poder, de eliminación de contrapesos, en un sistema de partidos más agotado, donde la oposición se ha debilitado mucho”, resume Devoto.
En ese contexto surgen figuras locales que buscan capitalizar el descontento de quienes no se sienten parte de la apabullante mayoría morenista. El empresario Ricardo Salinas Pliego, quien polemiza con el Gobierno cada día y quien se opone con más fiereza a él, ha sido el principal altavoz de ese malestar, coinciden los expertos. No por casualidad se sitúa fuera de la esfera política, que goza de profundo descrédito, aunque el magnate tontee cada tanto con dar el paso definitivo de entrada. Los especialistas ven en él al posible relevo de un Eduardo Verástegui que nunca terminó de despegar y cuyo capital político quedó pulverizado tras su disputa con el presidente ultra argentino, Javier Milei, que dinamitó la celebración de la CPAC, el principal foro de encuentro de los conservadores. “Es probable que gracias a Salinas Pliego se vuelva a organizar la convención el año que viene en México”, dice Mario Santiago, que no descarta que el millonario se convierta en el próximo referente de un movimiento de unidad. El propio líder de la oposición mexicana, el conservador Jorge Romero, lo expresó claramente en una entrevista con EL PAÍS este fin de semana: “Si él se anima, avanza y vemos que va creciendo en el ánimo, por supuesto que no lo descartamos”.
La trayectoria de México del último siglo, marcada por la tradición secular y por la hegemonía de un partido, el PRI, en el que cabían todas las tendencias políticas, ha vacunado al país frente a la posible formación de partidos de extrema derecha, que ha sido repelida una y otra vez. “Quienes hoy reivindican la ultraderecha o esa libertad que solo disfrutan los privilegiados no conocen la historia de México ni a nuestro pueblo”, aseguraba la presidenta en su discurso de este jueves por el 115 aniversario de la Revolución mexicana.
Nada apunta todavía a que un movimiento pueda ganar fuerza lo suficientemente rápido como para suponer una oposición real al empuje de la presidenta. Ningún país, sin embargo, cuenta con un blindaje absoluto en el largo plazo en un contexto donde las fronteras cada vez son más permeables a lo que pasa alrededor. “La ultraderecha ya ha penetrado, en una escala menor, y más allá de lo que pasó el fin de semana”, dice Mario Santiago. Su público susceptible, añade el experto, es el mismo que en tantos otros lugares: “Los menores de 18 años, los jóvenes que están entrando al mundo laboral y resintiéndolo, los hombres que, por distintas razones, se sienten agraviados por lo que identifican como ideología de género y, por supuesto, clases medias altas y de la élite económica que se sienten agraviadas por distintas razones desde el triunfo de Andrés Manuel López Obrador”.
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