Alejandro Matty Ortega
La movilización y marcha del 15 de noviembre (15,N) surge en un momento de creciente indignación ciudadana por la inseguridad, la corrupción y la impunidad en México.
Un detonante clave fue el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, ocurrido el 1 de noviembre de 2025, lo que ha alimentado la sensación de crisis de gobernabilidad y la pérdida de confianza en el Estado.
El movimiento define su identidad en términos generacionales:
“Generación Z” (nacidos entre finales de los 90 y principios de los 2010), y en redes se ha usado una bandera con la calavera pirata inspirada en el anime One Piece.
A pesar de su origen juvenil, participaron también personas de otras generaciones, y voces críticas del gobierno señalan un posible respaldo o infiltración de figuras políticas mayormente opositoras.
Los convocantes insistieron, con anterioridad, en que la marcha sería pacífica y deslindaron actos vandálicos atribuidos a “grupos externos”.
Preparativos y movilización
En Ciudad de México, la marcha comenzó en el Ángel de la Independencia y se dirigió hacia el Zócalo.
Se reportó que la convocatoria abarcó más de 50 ciudades en todo el país.
Por parte de las autoridades, se implementó un operativo de seguridad significativo; se instalaron vallas metálicas alrededor del Palacio Nacional y otras zonas sensibles para prevenir desbordes.
El movimiento cuenta con un pliego de exigencias amplio, pide mayor seguridad y también revocación de mandato, organismos independientes, elecciones limpias y mayor transparencia.
Desarrollo de la marcha y desenlace
Según la Secretaría de Gobierno de la CDMX y la SSC, el evento congregó a 17 mil personas en la capital.
Sin embargo, algunas fuentes independientes y medios periodísticos estiman una cifra mayor: por ejemplo, Marca México reporta alrededor de 50 mil asistentes en la Ciudad de México.
En otras ciudades, participaron también miles de jóvenes y ciudadanos, aunque no todos los reportes ofrecen un conteo detallado por sede.
La marcha comenzó de forma mayormente pacífica, con consignas por justicia, seguridad, contra la corrupción y por rendición de cuentas.
Sin embargo, hacia el Zócalo se produjo un punto de inflexión: un grupo identificado como el “bloque negro” (encapuchados) comenzó a golpear las vallas que protegían el Palacio Nacional con martillos y piedras.
La policía respondió con gases lacrimógenos y extintores para controlar el desbordamiento.
Hubo heridos: según la SSC, 20 civiles y 100 policías lesionados fueron atendidos en el lugar, y también 40 fueron hospitalizados.
Además, se dieron 20 detenciones por faltas administrativas.
Reacciones institucionales y mediáticas
El gobierno capitalino y autoridades de seguridad han denunciado que algunos manifestantes fueron violentos y que el “bloque negro” no representa al movimiento generacional.
Por su parte, los organizadores y jóvenes previnieron esa posibilidad días antes, diciendo que esos actos no están alineados con su causa.
Algunos críticos del movimiento apuntan que figuras políticas de oposición se han acercado al evento, lo que podría poner en duda la pureza del reclamo generacional.
La presidenta Claudia Sheinbaum manifestó que se trató de una convocatoria con apoyo de “bots” en redes y usuarios externos, cuestionando la autenticidad del carácter juvenil y apartidista del movimiento.
Criticó la violencia de los encapuchados.
Evaluación: ¿éxito o fracaso?
Para determinar si la marcha fue un éxito o un fracaso, es útil analizar varios criterios: asistencia, impacto simbólico, repercusión política, costo social/político y cumplimiento de objetivos.
Asistencia e impacto simbólico
La marcha logró movilizar a decenas de miles según algunos reportes (17 mil según autoridades, hasta 50 mil según medios).
Esa diferencia muestra una tensión entre lo oficial y lo mediático, pero incluso el número más bajo no es despreciable para un movimiento emergente.
Más allá de los números, el hecho de que la Generación Z, históricamente menos movilizada políticamente que generaciones anteriores, organice una manifestación nacional es simbólicamente potente: una señal de que los jóvenes no solo están indignados, sino dispuestos a organizarse y presentarse en espacios públicos.
El uso de iconografía pop (bandera pirata de One Piece) refuerza que el movimiento es genuinamente juvenil y adapta su lenguaje para conectar con su generación.
Repercusión política
El pliego de demandas, seguridad, independencia institucional, revocación de mandato, es ambicioso y va más allá de una protesta “antigobierno”: hay una crítica estructural al sistema.
El hecho de que figuras opositoras se hayan mostrado interesadas puede ser visto como un doble filo: por un lado aumenta la visibilidad y el peso político del movimiento; por otro, puede diluir su carácter apartidista y generar desconfianza sobre su autonomía.
El gobierno respondió con prevención (vallas, operativo de seguridad) y también con deslegitimación (acusaciones de bots, cooptación): esto indica que percibe a la movilización como una amenaza real, lo que para los jóvenes organizadores podría considerarse un reconocimiento de relevancia.
Costo social y riesgos
El brote de violencia con el “bloque negro” manchó en parte la narrativa del movimiento pacífico.
Las confrontaciones y las heridas a policías/civiles pueden dañar la legitimidad pública del movimiento si se percibe que no tienen control sobre sus propios contingentes más radicales.
Las detenciones y el despliegue de fuerzas de seguridad, implican un costo político al Estado, pero también podrían servir para radicalizar a parte de la juventud o reforzar narrativas conspirativas sobre represión.
Si bien los organizadores se deslindaron de los actos violentos, la posibilidad de infiltración (según sus críticos) podría debilitar su credibilidad futura.
Sostenibilidad y legado
Para que esta marcha no quede como un evento aislado, los jóvenes de la Generación Z deberán traducir su movilización en acciones concretas: organización continua, seguimiento de las demandas, exigencia política, alianzas o presión institucional.
Su capacidad para mantener la unidad generacional (sin que grupos más viejos o partidos la secuestren) será clave para su relevancia futura.
Reflexión
La marcha del 15N de la Generación Z en la Ciudad de México y su réplica en más de 50 ciudades como Hermosillo y Cajeme, puede considerarse una movilización exitosa desde una perspectiva simbólica y de visibilidad.
Logró convocar a miles de personas, muchas de ellas jóvenes, levantar un discurso generacional potente y llevar al debate público temas estructurales como la corrupción, la impunidad y la seguridad.
Sin embargo, no fue un éxito total sin matices: los disturbios y la presencia del “bloque negro” restan fuerza a su narrativa exclusivamente pacífica; las acusaciones de cooptación política y apoyo de figuras opositoras generan dudas sobre su autonomía y queda por ver si las demandas serán satisfactoriamente canalizadas hacia cambios reales.
En última instancia, el verdadero éxito del movimiento dependerá de su capacidad para institucionalizarse, mantenerse cohesionado y convertir la indignación generacional en propuestas concretas de transformación.
Si lo logra, podría marcar un antes y un después en la participación política de la Generación Z en México.
Si no, podría quedar como un episodio simbólico, con gran potencia mediática pero escasa incidencia política real.
Al tiempo.





