Amigas y amigos de Sonora:
Hoy quiero hablarles desde el corazón de una generación que no se conforma con mirar el problema; quiere transformarlo. Los jóvenes sonorenses, nacidos en la era de la información, no creen en los discursos vacíos ni en las soluciones improvisadas. Han crecido entre la inseguridad, la desigualdad y la desconfianza institucional, pero no se han rendido. Han aprendido a pensar con la lucidez que da la verdad cruda, y desde ahí reclaman una Ingeniería Social que no maquille la realidad, sino que la rediseñe desde su raíz. Ellos saben que la violencia no es solo ausencia de orden: es ausencia de oportunidades, de sentido, de propósito. Por eso piden un modelo político que entienda que la seguridad no se impone con armas, sino se construye con educación, empleo y justicia social. El joven sonorense no busca venganza, busca equilibrio. No pide control, pide comunidad. No exige represión, exige respeto.
Cuando ellos hablan de salud, no piensan únicamente en hospitales ni medicamentos, sino en bienestar integral. La Ingeniería Social que proponen implica una nueva estructura de pensamiento, donde la salud física, mental y emocional sean prioridad pública. Entienden que un pueblo enfermo no puede ser libre, y que la prevención es más poderosa que la cura. Reclaman sistemas que no discriminen, médicos que escuchen, gobiernos que sientan. Sonora, dicen ellos, no puede seguir midiendo su desarrollo solo por la infraestructura, sino por la felicidad y la esperanza de su gente. La juventud quiere participar en el diseño de políticas que integren tecnología, conciencia ambiental y cuidado humano; saben que la salud es también un acto político, un reflejo de cuánto ama un gobierno a su pueblo.
Y cuando observan la pobreza extrema, los jóvenes la miran con una mezcla de indignación y compasión. No entienden cómo, en un estado tan rico en recursos, aún haya familias que viven sin agua, sin techo y sin voz. Desde su visión digital, la pobreza no es un destino: es un error de programación social que puede corregirse si hay voluntad. Para ellos, la Ingeniería Social no es un concepto académico: es una herramienta para reconfigurar los sistemas de distribución, eliminar la indiferencia y generar movilidad real. Piden políticas que no entreguen dádivas, sino conocimientos; que no construyan dependencia, sino autonomía. Sonora debe ser un territorio donde nacer pobre no signifique morir invisible. El joven quiere participar, quiere crear redes, quiere producir soluciones. No espera que el Estado lo salve: quiere que el Estado lo escuche y lo incluya.
Por eso afirmo, con la certeza de quien confía en la inteligencia colectiva, que Sonora tiene en su juventud el germen de una nueva era política. La Ingeniería Social que planteo no es un sueño, es un diseño: un modelo donde la seguridad nazca del respeto, la salud del amor y la riqueza de la equidad. Los jóvenes no quieren que la política les prometa el cielo; quiere que les devuelva la tierra. No pide milagros, pide método. Y ese método se llama conciencia: conciencia en la toma de decisiones, en el gasto público, en la educación, en el trato humano. Si escuchamos a nuestros jóvenes, si dejamos que su pensamiento tecnológico, ético y valiente guíe nuestras reformas, Sonora no solo será más seguro, más sano y más justo: será el ejemplo nacional de lo que ocurre cuando una sociedad se atreve a pensar con el corazón y a gobernar con inteligencia.








