“Trump no gobierna un país, dirige un espectáculo.”
Donald Trump no gobierna para todos los estadounidenses, gobierna para su electorado. Su discurso no busca convencer a la nación entera, sino reforzar la fe de los que ya lo siguen. Por eso grita contra los carteles mexicanos, contra Maduro en Venezuela o contra cualquier enemigo extranjero que pueda inventar.
Porque necesita enemigos afuera para ocultar que el verdadero enemigo lo tiene adentro.
El problema real está dentro
El drama del narcotráfico no cruza la frontera sur ni llega en barcos por el Caribe.
El verdadero cáncer está dentro: una sociedad quebrada por la adicción, por el fentanilo —“Leandro” en la jerga callejera— que circula en cada ciudad y se cuela incluso desde Canadá.
“La guerra no está en los puertos, está en las calles de Ohio, en las morgues saturadas, en los suburbios donde cada semana muere un joven más.”
Espectáculo militar para las cámaras
Trump vende espectáculo militar, pero ignora lo evidente.
Mueve portaviones al Caribe, amenaza con tropas en México, mientras las mafias locales de EE. UU. lavan millones en bancos estadounidenses y alimentan la epidemia de sobredosis.
Su portavoz lo dice claro:
“Maduro no es presidente legítimo, es un fugitivo y jefe de un cartel narco-terrorista acusado en EE. UU. de traficar drogas. Trump está preparado para usar todo el poder americano para detener el narcotráfico.”
Suena épico, suena fuerte… pero es teatro. No va dirigido a Caracas: cada palabra está escrita para Ohio, Texas y Florida.
Militarizar la capital: limpiar la pobreza de la vista
El show también se monta en casa.
En agosto de 2025, Trump federalizó la policía de Washington D.C., desplegó la Guardia Nacional y arrasó con los campamentos de personas sin hogar cerca de los monumentos.
La excusa: “combatir la inseguridad”.
La realidad: la ciudad tenía el nivel de violencia más bajo en 30 años.
Lo que vendió como seguridad fue en realidad un desplazamiento masivo de los más pobres, expulsados de la capital para no arruinar la postal del poder.
La narrativa como poder
El teatro hacia afuera y la militarización hacia adentro responden a la misma lógica: producir imágenes de propaganda. No solucionan nada, pero dan votos.
Su jugada no es geopolítica, es electoral: inventar enemigos, mostrar músculo y hacerse ver como el único capaz de “proteger a América”.
La pregunta sigue abierta:
¿A quién le habla Trump?
La respuesta: a su base, a sus fieles, a los que necesitan creer que la culpa siempre es de otro.
Y en esa voz estridente queda la verdad:
Trump no gobierna una nación, dirige un espectáculo.