De Turkmenistán se sabe tan poco como que sus ancestros fueron clave para la existencia de México por un curioso golpe de la Historia
Fran Ruiz Perea
Existe un sitio geológico único en el planeta, tan surrealista y misterioso que su apodo lo dice todo: la Puerta del Infierno, una caldera de fuego perenne en medio del país probablemente más surrealista y misterioso del mundo: Turkmenistán. Poco se sabe de este país centroasiático, pero lo que casi nadie sabe es que cambió, sin pretenderlo y por un golpe del destino, el rumbo de la Historia, incluido lo que ahora es México.
Ocurrió hace unos mil años, cuando tribus túrquicas decidieron avanzar desde Asia Central hacia el oeste del mundo. En 1453 y ya convertidos al islam, tomaron Constantinopla y levantaron un imperio musulmán, cerrando la ruta de las especias de Oriente a los cristianos europeos… hasta que un tal Cristóbal Colón convenció a la reina de Castilla de llegar a las Indias rodeando el mundo por el desconocido mar occidental, sin saber que en su camino sus navegantes se toparían con la América precolombino, en 1492.
Pero, ni los descendientes de los imperios Otomano y Español valoraron el papel de aquellas tribus centroasiáticas, ni los actuales descendientes de esas tribus reclaman su papel protagónico en la Historia. Al contrario, parecen disfrutar de su propio hermetismo, lo que contribuye a la percepción de que los turkmenos son un pueblo diferente al resto del mundo.
Dos fallas humanas y el fin de un imperio
La historia del Turkmenistán moderno empezó a forjarse a finales del siglo XX, cuando el país aún formaba parte de la URSS, y uno de sus capítulos trascendentales es, precisamente, el surgimiento de esa “Puerta del Infierno”.
En 1971, un equipo de geólogos soviéticos perforaba el desierto de Karakum, en la República Soviética Socialista de Turkmenistán (RSST), en busca de petróleo. En vez del preciado oro negro, descubrieron una caverna llena de gas natural que colapsó, formando un cráter de 70 metros de diámetro y 30 de profundidad. Los científicos temían que el gas metano que escapaba del cráter fuera tóxico, por lo que decidieron prenderle fuego, pensando que el gas se consumiría en pocos días (pero han pasado ya 54 años y sigue ardiendo). Para evitar represalias, la falla humana fue encubierta mediante sobornos a la burocracia soviética, tan ineficiente y corrupta que incubó otros casos de negligencia mucho más graves, al punto de que uno de ellos precipitó el fin de la Unión Soviética.
El 26 abril de 1986 estalló el reactor 4 de la central nuclear de Chernobyl en la RSS de Ucrania por otra falla humana. La mayor catástrofe radioactiva de la historia precipitó el derrumbe del imperio soviético a finales de 1991 del que surgieron 15 países, entre ellos los cinco de Asia Central: Kazajstán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán.
Pero, lejos de abrazar la democracia, las nuevas repúblicas asiáticas se convirtieron en regímenes autoritarios, aunque ninguno a niveles tan extremos como Turkmenistán, que en tiempo récord compitió con Corea del Norte en el podio de país más hermético del mundo y donde, el culto a la personalidad también alcanzó niveles de paroxismo, aunque sin imágenes de histeria colectiva en torno a Kim Jong-un, precisamente por el país más cerrado del mundo.
Hay, además, una diferencia fundamental entre ambos regímenes herméticos: Corea del Norte basa su existencia en amenazar a sus vecinos (y al mundo) con armas nucleares y con el tercer Ejército más grande del planeta, sin importar la hambruna del pueblo: mientras que Turkmenistán no tiene el menor interés en amenazar a otras naciones, aunque niegue al pueblo la libertad y su líder gaste la riqueza natural del país en estatuas absurdas y no en el bienestar.
El fundador que envió al espacio su filosofía

El primer líder de Turkmenistán independiente fue Saparmyrat Nyýazow, quien asumió el poder en 1991 tras la disolución de la Unión Soviética. Se autoproclamó presidente vitalicio y creó un culto a su personalidad, adoptando el título de “Turkmenbashi” (“Padre de los turcomanos”).
Gracias al maná del petróleo y sobre todo del gas, Turkmenbashi invirtió la repentina riqueza en levantar una capital pensada no en sus habitantes, sino en su propia fantasía.
El resultado es que Asjabat es la ciudad que ostenta el récord Guinness de más edificios y monumentos de mármol blanco (unos 500), armonía rota por una gigantesca estatua de sí mismo cubierta de oro y que gira con su rostro mirando al sol, para que siempre brille. Pero no todo brilla: prohibió la circulación de coches que no fueran de color blanco para que no desentonaran con la blancura de los edificios; prohibió la ópera, el ballet y el circo o tener dientes de oro, prohibió los partidos y la prensa libre, o tener mascotas, o la barba larga.
El culto que Nyyázow se profesaba a sí mismo sólo fue superado por el amor a su madre a la que concedió el honor de que el pan tradicional turkmeno y el mes de abril fuesen rebautizados con su nombre, Gurbansoltan.
“Quien lea el Ruhnama tres veces irá al Cielo”
En su delirio, Turkmenbashi escribió el libro sagrado Ruhnama, un compendio de vivencias propias mezcladas con leyendas heróicas, relatos épicos sin base histórica alguna, para asegurar que el pueblo turkmeno era “el elegido” y él su guía. El “padre de los turkmenos” proclamó que leerlo tres veces garantizaba la entrada al cielo, como justificación para su lectura obligatoria en escuelas, universidades e incluso para conseguir un puesto de trabajo.
En 2003, durante el apogeo al culto a su persona, Turkmenbashi ordenó levantar en una glorieta central de la capital un libro de seis metros de altura que se abría mecánicamente cada noche mostrando páginas digitales iluminadas del Ruhnama. Pero el cénit del delirio llegó en 2005, cuando ordenó que un ejemplar del Ruhnama fuera lanzado al espacio en un cohete ruso, como símbolo, dijo, de su importancia universal.
Lo único que no supo controlar Turkmenbashi fue su propia sucesión. Tan ensimismado estaba con el culto a sí mismo, que descuidó a sus hijos y no preparó a ninguno para heredar su poder absoluto.
Nueva dinastía, misma locura
El 21 de diciembre de 2006, Turkmenbashi falleció repentinamente de un infarto agudo al miocardio a los 66 años. En su testamento no dejó escrito su heredero político, por lo que la cúpula del partido único y el Ejército (herederos del autoritarismo de la época soviética) eligieron sucesor a Gurbanguly Berdimuhamedow, quien era entonces el viceprimer ministro y ministro de salud.
Aunque Berdimuhamedow prometió aperturismo, pronto consolidó rápidamente su poder y fue elegido presidente en 2007. Desde entonces, él también desarrolló su propio culto a la personalidad, empezando por la abolición del calendario de su antecesor, y nombrando heredero a su hijo Serdan para consolidar su dinastía autoritaria. Gurbanguly se autodenominó Arkadag (“Protector”) y erigió una estatua ecuestre de oro en su honor.
La nueva dinastía (desde 2022 bajo Serdan) mantuvo el control total sobre los recursos naturales, especialmente el gas, que exporta en un 80% a China. Los partidos políticos están prohibidos, al igual que internet, excepto el servicio que ofrece la plataforma TurkmenTelecom, monopolio estatal de acceso muy lento. Es imposible acceder a las redes sociales (Facebook, Instagram, Twitter, TikTok, YouTube), mensajería (WhatsApp, Telegram, Signal, Viber) y sitios web extranjeros.
Aunque Serdan muestra un perfil más tecnócrata, Turkmenistán sigue siendo un país cerrado al mundo y cerrado a los turistas, que necesitan una visa de entrada y un guía que hace las veces de espía para que el extranjero no entre en contacto con el pueblo ni pueda interrogarlo sobre cualquier cuestión.
Eso sí, los pocos que logran entrar podrán vivir un experiencia surrealista en los pocos lugares permitidos, desde el naranja de la Puerta del Infierno, a su regreso a Asjabat, un recorrido de casi cuatro horas por el desierto de arenas oscuras (Karakum en turco significa arena negra) y pasear por la blanca capital y sus anchas avenidas, para llegar a una fantasmagórica conclusión y a una pregunta: No hay nadie en la calle ¿Dónde están los turkmenos?
