Se equivocan los morenistas que creen que corearle “no estás solo” a Adán Augusto es una forma de proteger al partido. Es lo opuesto.
El caso Tabasco no es solamente una acusación de lazos político-criminales. Es un caso que, de ser corroborado, reflejaría una profunda traición por parte de Adán Augusto a Morena y, de fondo, a la Presidenta misma. Me explico.
Quien conoce de temas de seguridad lo sabe bien: a primera vista, el caso Tabasco no es extraordinario.
El modus operandi es bien conocido. Un gobernador quiere controlar el crimen. Para lograrlo, hace acuerdos con un operador político-criminal de su confianza que le promete “calmar la plaza” utilizando mecanismos extrajudiciales. Mientras el operador está al mando y no enfrenta rivalidad, la violencia se controla.
Lo que sí es extraordinario es que Adán Augusto haya decidido torpedear las decisiones de Morena en Tabasco. Incluso las avaladas por Sheinbaum.
El problema comenzó cuando Javier May, un conocido adversario político de Augusto, ganó la encuesta de Morena para ser candidato a gobernador de Tabasco. La derrota del candidato favorito de Adán Augusto, el político Raúl Ojeda, fue un duro golpe para Adán, pero vino con el aval de Sheinbaum, quien para entonces ya era la dirigente oficial del movimiento.
El encumbramiento de Javier May coincide con la pérdida de efectividad de La Barredora como controlador del crimen de la zona. De hecho, la gran crisis de La Barredora comienza apenas un mes después de que May ganó la encuesta. En diciembre del 2023 sucedió el primer “villahermosazo”, una batalla campal entre líderes de La Barredora, que inició una ola de violencia de la que Tabasco todavía no se recupera.
En México, las rivalidades políticas suelen coincidir con incrementos en violencia. Como ha mostrado amplia literatura académica del tema, cuando un mismo territorio tiene distintos liderazgos partidistas, la probabilidad de violencia criminal aumenta, en parte porque los acuerdos político-criminales se vuelven menos estables. En cierta medida, en nuestro país las fracturas políticas encuentran su espejo en fracturas criminales.
Es por ello que muchos esperaban que la dominancia de Morena a nivel local tuviera como corolario una reducción de la violencia criminal. Ello solo sucedería, sin embargo, si Morena se comportaba como una unidad, un monolito que no torpedeaba las decisiones internas de su propio partido por conflictos internos. En Tabasco no parece haber sido el caso.
Si esta interpretación es cierta, Adán Augusto no solo es culpable de haber tenido —por omisión o preferencia— al líder de un grupo criminal al mando de la seguridad del Estado. También lo es de haber permitido que, en la sucesión de la gubernatura de Tabasco, los equilibrios se comportaran de la misma forma en la que se comportan cuando un grupo político le entrega el mando a su oposición.
Es decir, la traición de Adán no es solo a la legalidad, es también una traición a Morena. El senador prefirió hundir el barco antes que permitir que otro lo navegara. Y no cualquier barco. Tabasco es la joya histórica del Obradorismo.
La deslealtad a la Presidenta, al partido y al México que López Obrador buscaba construir es algo grave. Muy grave. El equipo de seguridad de Sheinbaum, de la mano de Omar García Harfuch, lleva tiempo intentando apagar el fuego de Tabasco. Adán Augusto sí debería estar solo.
