Carlos Salinas de Gortari: las privatizaciones a granel, los negocios de su hermano Raúl y la partida secreta de la que disponía a su antojo.
Ernesto Zedillo: el Fobaproa, la privatización de Ferrocarriles Nacionales y su contratación como consejero en la empresa a la que se los entregó.
Vicente Fox: la desaparición de los excedentes petroleros, la escandalosa corrupción en su sexenio y los negocios de los hijos de Martha Sahagún.
Felipe Calderón: el negocio de la muerte con Genaro García Luna, la demolición de Pemex y sus negocios sucios con Repsol, Odebrecht e Iberdrola.
Enrique Peña Nieto: la compra de la Presidencia, las llamadas “reformas estructurales” y ahora la denuncia en Israel y el affaire Pegasus.
Todo sucedía en Los Pinos. La Presidencia de la República, en el periodo neoliberal, era el epicentro de la corrupción.
Los que se la robaron, el que la compró, los que pactaron la supuesta transición a la democracia, todos los que —bajo los colores del PRI y el PAN— se sentaron en la silla, además de llenarse los bolsillos con dinero del pueblo, se mancharon las manos de sangre inocente.
Sin autoritarismo, sin represión no habría podido, este atajo de ladrones, saquear al país como lo hicieron.
El bipartidismo, la democracia simulada, fue su coartada.
Los medios de comunicación y las y los intelectuales y las y los líderes de comunicación más influyentes quienes los validaron y son, por tanto, corresponsables de sus crímenes.
“No es mi fuerte la venganza”, dijo Andrés Manuel López Obrador, y decidió avanzar en el proceso de transformación en lugar de abrir los expedientes del pasado.
Solo si el pueblo así lo decidía procedería contra los ex presidentes.
Yo, como muchas y muchos mexicanos más, me pronuncié por llevarlos a juicio y trabajé para lograrlo.
Aunque conseguimos las firmas necesarias para que se realizara la consulta ciudadana (más de 3 millones), no obtuvimos la cantidad de votos que establece la Constitución para procesarlos.
Muchos de los que hoy exigen justicia se quedaron entonces con los brazos cruzados y la boca cerrada.
No quisieron las mayorías, con esa urgencia de futuro que las llevó a las urnas en 2018, mirar hacia atrás.
No olvidan. No perdonan.
Pero, más que con castigar con cárcel a Salinas, a Zedillo, a Fox, a Calderón o a Peña, quieren que a ellos y a otros como ellos, a sus cómplices, a sus partidos, a sus patrones se les exhiba, se les condene a la vergüenza y al olvido y se les cierre para siempre, pacífica y democráticamente, el paso.