Dossier Político
La noticia de la muerte de tres niñas y su madre, cuyos cuerpos fueron encontrados en la Costa de Hermosillo, Sonora, ha conmovido profundamente a toda la sociedad mexicana.
Hoy sólo te respira consternación.
Dolor.
Incertidumbre.
Este trágico acontecimiento deja un vacío irreparable en las vidas de los familiares cercanos y también resalta las profundas crisis sociales que atraviesa el país, las cuales nos obligan a reflexionar sobre los contextos que originan tales hechos y las responsabilidades que tenemos como sociedad y autoridades.
Es una tragedia que ha desbordado los límites del dolor, especialmente en un contexto donde la violencia, la impunidad y la descomposición del tejido social continúan creciendo, sin que exista una respuesta efectiva de parte de las autoridades.
El caso en cuestión, como muchos otros en México, refleja una sociedad que, aunque ansía justicia, se ve impotente ante la sistemática falta de respuesta por parte de instituciones encargadas de salvaguardar los derechos y la seguridad de los ciudadanos.
Y es que las preguntas no dejan de surgir:
¿Qué llevó a estas vidas a este destino tan fatal?
¿Por qué aún, en pleno siglo XXI, continuamos siendo testigos de tan crueles hechos, donde la violencia se cierne sobre los más vulnerables?
Es un recordatorio de la deshumanización progresiva que atraviesa a muchas regiones del país, en donde las autoridades se ven sobrepasadas por la creciente inseguridad, el narcotráfico y una justicia que se siente lejana.
Sin embargo, el verdadero escándalo no radica en la falta de acción inmediata ante el crimen, radica en el olvido de las víctimas, quienes a menudo desaparecen en las estadísticas de una nación que, aparentemente, se ha acostumbrado a los horrores de la violencia.
Lo que sucedió en la Costa de Hermosillo no debe ser un caso más.
No puede ni debe pasar desapercibido.
Este suceso exige que como sociedad revisemos nuestras prioridades, que volvamos a poner el enfoque en la protección de los más vulnerables: nuestras niñas, nuestras madres, nuestras familias.
Los medios de comunicación, el sistema judicial, las autoridades locales y federales debemos cuestionarse por qué casos como este siguen ocurriendo y por qué no se ha logrado establecer una verdadera cultura de prevención.
Los feminicidios, el abuso infantil y la violencia de género siguen siendo problemáticas críticas que, en muchos casos, son invisibilizadas.
Nos enfrentamos a una epidemia silenciosa y el dolor de las familias afectadas, es una señal de alarma que debe ser escuchada por todos.
El dolor por la muerte de estas niñas y su madre pertenece a sus seres queridos y a toda la nación.
La indignación y la condena que despierta este crimen deben movilizarnos a exigir justicia, a que no quede impune, a que las autoridades rindan cuentas, y a que este país retome el camino de la empatía, el respeto por la vida y la paz.
No podemos seguir permitiendo que tragedias como esta se repitan una y otra vez.
Es hora de poner un alto a la violencia y asegurar que el grito de justicia no se apague ante el dolor.
Las vidas de las víctimas, en su fragilidad y vulnerabilidad, merecen ser protegidas, no nomás recordadas en lamentos.
Que la memoria de estas niñas y su madre sirva para despertar en nosotros el sentido de urgencia que tanto necesita México en estos tiempos de creciente desesperanza.
Las inocentes niñas Medelín, Meredith y Karla no debieron morir.
¡Urge la paz en Sonora!
¡Basta ya de tanta violencia!
La justicia no puede esperar.
Al tiempo.
El autor con más de 30 años de experiencia en medios de comunicación, es periodista en Derechos Humanos, Migración y Medioambiente.
Es defensor de Derechos Humanos
Director de AM Diario, colaborador en medios de Sonora como Dossier Político, Pajarito News, de Arizona como Irreverente Noticias y Ciudad de México como Esfera Noticias.