CONECTA ARIZONA
Verdes por fuera, rojas por dentro; cáscara dura, textura rugosa y cubierta de espinas; la limpias, la abres y descubres la pulpa de color rojo intenso con diminutas semillas negras que se transforman en una explosión de dulzura en tu boca. Si no la conoces, esa puede ser una de las descripciones detalladas de la pitaya, la fruta de temporada del desierto sonorense. Una delicadeza obtenida por tiempo limitado.
En el centro de Hermosillo, en los alrededores del Mercado Municipal, que se encuentra en trabajos de remodelación, es una costumbre de cada verano, ver y buscar a los pitayeros, los vendedores de este fruto.
Desde temprano llegan con las cubetas en las que trasladan el fruto y cajas de cartón, que sirven como exhibidores; bolsas de plástico para que los clientes empaquen las frutas que eligen y, a veces, una toallita para abanicarse por el calor.
Al iniciar el verano, es común la expresión ¡llegaron las pitayas!, un festín de la gastronomía sonorense del que pocos se abstienen. Los proveedores de esta fruta, que recibe varios nombres en algunos países, pero que en Sonora es únicamente pitaya, se trasladan de Carbó, una población que está en el centro del estado.
Para llegar a Carbó, desde la frontera de Nogales, hay que desplazarse 132.35 millas al sur, por la carretera México 15. En este lugar se obtienen las pitayas que llegan a Hermosillo para ser vendidas hasta antes del mediodía, a esa hora, los madrugadores pitayeros, en su mayoría mujeres en esta temporada, ya partieron a casa, a prepararse para la jornada del día siguiente que inicia de madrugada.
“Hermosillo es la ciudad de la pitaya”: consumidor
En la entrada del andador de Elías Calles y Guerrero, Fátima conversa con dos compañeras que venden este fruto, así como también higos, y llama a los marchantes, “¡Pitayas!”, y la gente se detiene, pregunta el precio, pide una bolsita, las escoge; algunos tienen la costumbre de comerlas ahí, ir juntando las cáscaras, que se cuentan al final del consumo. No pueden esperar para llegar a casa.
Así es el caso de Armando Mendoza, un hombre que comparte con la gente que tiene alrededor cuántas pitayas come en una sola ocasión, “hasta diez”, dice. Lo interrumpimos para platicar con él y dice “me tiembla la mano”, de la emoción, del deseo que lo invade al pensar en disfrutar este manjar del desierto, al que no tiene fácil acceso.
Casualmente radica “al norte, muy al norte, en Phoenix”, y uno de sus objetivos al visitar la capital sonorense es deleitarse con el sabor de esta fruta. Armando asegura que Hermosillo es la ciudad de la pitaya, mientras nos convida a disfrutarlas.
Fátima invita a las fiestas de la pitaya, en Carbó
Por parte, Fátima, de sonrisa franca y conversación amena, compartió con Conecta Arizona que, desde hace 18 años viaja de Carbó a Hermosillo cada verano para vender esta fruta; la gente se muestra muy contenta y emocionada de que lleguen las pitayas.
Además de venderlas, también prepara otros productos como mermelada o jalea, con las que rellena empanadas, otro postre tradicional del recetario sonorense. Las pitayas no sólo se consumen frías y al natural; ella comparte que prepara costillas de puerco en salsa de pitaya, que cocina mezclándolas con algún chile, como el chiltepín, sugiere (otro oro rojo del desierto sonorense), pico de pájaro o habanero.
Mientras platica, con el conocimiento total del producto que vende, y con la pitaya en la mano, sin dirigirle la mirada, la palpa y retira las espinas. Al tiempo que comparte su receta. Una vez que se reduce en la sartén, la pitaya cocida con el picante de tu preferencia, bañas las costillas, dejas un tiempo al fuego para que se integren los sabores y sirves.
Su relación con este fruto no solo se remite a la venta, compartió que, de niña, acompañaba a su papá a bajar pitayas, salían del pueblo y se desplazaban al monte, a alrededor de 36 kilómetros de Carbó, por la carretera internacional.
“Caminamos como dos horas dentro del monte, y ahí empieza mi papá a bajar las pitayas”.
Fátima invita a la comunidad de Conecta Arizona al Festival de la pitaya, que se realiza cada año en su pueblo, Carbó, donde se hace honor a este fruto. Detalló que este viernes habrá una muestra gastronómica de la pitaya; el sábado habrá un baile popular en el que se corona a la reina de la pitaya, y el domingo habrá carreras (de caballos) otro elemento cultural de Sonora. “¡Se ponen muy bonitas las fiestas de Carbó!”, expresó.
¿Comes chúcata? Juana la vende
A pocos metros de ella, Juana Chávez también tiene su punto de venta. Los productos que trae de Carbó este verano son pitayas, mermelada de pitaya, higos y chúcata.
Esta última es una goma de consistencia espesa y color dorado que se obtiene de los troncos del árbol de mezquite. Cuando está en el árbol es blanda y hay quienes la retiran y la mastican. A la chúcata se le adjudican propiedades medicinales, la remojan en agua para que se ablande, de esta manera, la chupan y beben el agua donde la tuvieron previamente.
Juana viaja diariamente a Hermosillo para vender sus productos regionales; otra forma de consumir la pitaya que mencionó es el vino; también se prepara como nieve, agua fresca, en jamoncillo, galletas, paletas heladas, como ‘curadito’ con bacanora, como un ingrediente de cervezas artesanales, con pollo y hasta en tamales, por mencionar algunas formas de usarla.
Este fruto silvestre, también se conoce como fruta del dragón, se obtiene de una planta cactácea; los pitayeros que las colectan, lo hacen desde que aparecen los primeros rayos del sol, o antes, bien protegidos contra éste y también protegiendo sus pies y piernas de un esporádico y nada deseado encuentro con reptiles que reposan al pie del cactus.
Para alcanzar la fruta, utilizan una vara larga con un pico en la punta, al que llaman pitayero o chibiri, la depositan en la cubeta y al terminar, la limpian y la distribuyen, la sea a revendedores o hacen el viaje de 51.5 millas para llegar al mercado hermosillense, que los espera en el punto de todos los años. En el centro, alrededor del mercado.