Pareciera que a López Obrador le está llegando la nostalgia del año siete. Está reaccionando como el político que no quiere que el poder concreto se le vaya.
Estamos viviendo tiempos inéditos en la vida pública del país.
Lo singular no es el hecho de que haya un proceso de transición en el que el gobierno entrante sea del mismo partido.
Esto ocurrió en 2006, con el triunfo de Calderón, y años atrás, con el de Zedillo en 1994.
La gran diferencia es que Fox no pretendió quedarse como el hombre fuerte del PAN, aquel que decidía y mandaba, al margen del presidente Calderón. Fox se fue… al rancho y allí se quedó.
Doce años antes, con el triunfo de Ernesto Zedillo en la elección de 1994, Salinas también entró en un conflicto con el nuevo gobierno proveniente de su partido.
Su hermano acabó en la cárcel y él en una inédita huelga de hambre que lo único que cambió fue la relación entre el gobierno saliente y el entrante.
No veo ninguno de esos cuadros en la actual circunstancia.
Claudia no va a chocar públicamente con López Obrador y éste no va a ser ‘desterrado’ al rancho de Palenque.
Bueno… siempre y cuando el actual presidente mantenga las reglas y las formas después del 1 de octubre.
En días recientes se hizo visible la tentación de AMLO de seguir mandando.
El martes 16 de julio, no tuvo ningún pudor para pedir que los titulares del IMSS y de la Cofepris, así como el subsecretario de prevención y promoción de la salud, se queden en sus cargos.
¿Qué necesidad tendría el presidente de hacer públicas sus recomendaciones a la virtual presidenta electa?
Si cree en realidad que son funcionarios excepcionales, tiene muchas horas en las giras de fin de semana para expresar en privado sus preferencias.
Seguramente Claudia Sheinbaum las tomaría muy en cuenta.
El tema no son los personajes ni los cargos para los que los propone.
El asunto es el mensaje público respecto a su interés de que algunas personas permanezcan en sus cargos, por la razón que sea.
Si Sheinbaum designa a otros para esos cargos, cuando corresponda, va a aparecer como que actúo sin tomar en cuenta a AMLO sugiriendo que se está estableciendo distancia entre ella y el presidente López Obrador, lo que ella no quiere.
Pero si los ratifica, siguiendo la sugerencia de AMLO, dará pie a que se considere que ella simplemente sigue las indicaciones del actual presidente.
Es decir, cualquiera que sea la decisión, habrá un costo para Claudia.
Si los dos son del mismo partido, y si el propio López Obrador seleccionó a Claudia para que fuera su sucesora, ¿por qué la estaría poniendo en dilemas que solo la debilitarían?
La única explicación plausible es que AMLO está reaccionando como el político que no quiere que el poder concreto se le vaya.
No basta con su legado; tampoco con el hecho de que diversos colaboradores suyos sigan como parte del equipo de Sheinbaum; ni siquiera con el hecho de Claudia haya asumido proyectos que le son tan apreciados como la reforma judicial.
Pareciera que a López Obrador le está llegando la nostalgia del año siete.
Aún para un político que mantendrá un gran poder efectivo por la autoridad que tiene sobre su movimiento, no le será indiferente el hecho de que después del 1 de octubre se levantará y las cámaras y los micrófonos ya no lo estarán acompañando.
La agenda nacional dejará de girar alrededor del púlpito que él ocupa en el Palacio Nacional.
No sabemos qué hará como expresidente alguien que por años, o incluso por décadas ha estado acostumbrado a ser el eje de la vida pública nacional.
Le habíamos anticipado en esta columna que para Claudia, el periodo del 3 de junio al 1 de octubre sería muy complicado.
Corrijo ahora, me parece que sus complicaciones no se van a acabar el 1 de octubre, en vista de la nostalgia que ya ha evidenciado AMLO.