Otra vez se produce en Chiapas un punto de inflexión en la historia de México. Nada será lo mismo en este país —me parece— después de lo sucedido el último fin de semana en esa entidad. Un cambio radical e imparable se ha echado andar en esa tierra en la que, en 1994 y en 2018, se anunciaron verdaderos cataclismos sociales.
Ahí, en las primeras horas de enero del 94, la irrupción del EZLN marcó el inicio del fin de la dominación del PRI en México. Ahí, en 2018 y de nuevo en San Cristóbal de las Casas, en un mitin de campaña, se hizo evidente —más allá de toda duda— que Andrés Manuel López Obrador iba a ser presidente de la República; lo que ya decían todas las encuestas lo confirmó la gente en la plaza.
Sucedió ahora en las Cañadas, en la Sierra Madre, en el Soconusco. Fueron decenas de miles de personas quienes, al abarrotar las plazas y salir a las carreteras a recibir y a manifestar su apoyo a Claudia Sheinbaum Pardo, marcaron un rumbo, a mi juicio irreversible, en la actual contienda electoral.
Lo sucedido en Chiapas, este sábado y domingo pasados, fue extraordinario, conmovedor y decisivo. Poco eco tuvo en los medios esa correntada de esperanza que recorrió el estado. No importa; no dictan ni la prensa, ni la radio, ni la televisión -por más que tengan una enorme influencia- la historia a los pueblos y menos cuando estos se deciden a consolidar una transformación por la que tantas décadas lucharon.
Para los pobres, lo ha dicho de manera insistente Andrés Manuel López Obrador, la democracia tiene que ver con la sobrevivencia. Los programas sociales, de los que ahora la oposición pretende hipócritamente apropiarse, han salvado a millones de personas que hoy no permitirán que se dé marcha atrás. Les va en ello la vida.
La estridencia de Xóchitl Gálvez, la guerra sucia electoral, los trucos publicitarios, el miedo que pretende infundir, el odio y la sed de venganza que siente y trata de contagiar, no calan en el ánimo de esas multitudes que están conscientes de que, por primera vez en la historia, fue López Obrador quien, por el bien de todos, los puso antes que a nadie.
Contra la esperanza de un pueblo es que lucha -y por eso será derrotada- la oposición conservadora en México. Su discurso ideologizado se estrella contra la realidad. Por más que de huipil se vistan es el racismo el que determina sus acciones y eso la gente lo siente y lo sabe.
Se anunció -lo anunciaron las multitudes- en Chiapas lo que será, estoy seguro, además de la victoria de Claudia, el fin del PRI. La alianza opositora no sobrevivirá a la debacle electoral y sin la alianza ese partido ya no será nada. Tampoco el PAN saldrá ileso y menos intacto. La historia nos enseña que solo las victorias unen; las derrotas separan.
Otras maneras habrá, a partir del 2 de junio y cuando empiece la repartición de culpas, de crear nuevas mayorías. Ponerle freno a la Transformación le será a los conservadores cada vez más difícil; por más que sigan teniendo de su lado la plata, las togas, el púlpito y los medios.
Paradójico resulta que la derecha conservadora tomara la decisión -con esos estrategas quién necesita enemigos- de enviar a Xóchitl a medir fuerzas a Chiapas inmediatamente después de que con Claudia ahí se desatara una marejada. Solo a experimentar anticipadamente una derrota aplastante, mandaron el PAN y el PRI, a su candidata.
Se dice que un punto de inflexión es el lugar y el momento en que se cruza el umbral y se produce una alteración, un cambio radical. Eso ha sido y esto es Chiapas para México. ¿Una mujer presidenta después de 200 años de vida republicana? ¿Una presidenta transformadora y de izquierda además? Muchos no lo hubiéramos imaginado; las y los chiapanecos sí.