Obviamente, es terrible, dijo la semana pasada la presidenta Sheinbaum sobre el campamento en Teuchitlán, hallado por una de las no hace tanto satanizadas organizaciones de buscadores. Seguramente la Presidenta palpó el horror y, en vez de demeritarlo o tomarlo como una embestida contra ella, asumió ayer la brutal deuda de la 4T con los desaparecidos. El anuncio de ayer reconoce lo que no se hizo o se hizo mal con López Obrador. Le da al problema rango de prioridad nacional y promete buscar a las víctimas, localizarlas, identificarlas y atender a los familiares. Asegura que se comportará con sensibilidad y empatía, inexistentes en el anterior gobierno, y que fortalecerá a las disminuidas comisiones de Búsqueda y Atención a Víctimas y, quizá lo más destacado: afirma desde Palacio Nacional que “nunca confrontará a una madre cuyo familiar esté desaparecido”. Severa la crítica, revitalizadora la propuesta. Veremos si la conduce con energía, recursos, convicción, o si lo de ayer fue mera aparatosidad política para tratar de saltar una crisis en el país de los 120 mil desaparecidos, 76% menores de edad, 54% mujeres. La patria heredada que no puede seguir siendo la de la primera Presidenta.