Thomas L. Friedman / The New York Times
Si estás confundido por las estrategias zigzagueantes del presidente Donald Trump sobre Ucrania, los aranceles, los microchips o diversos temas, no es culpa tuya. La culpa es de Trump. Lo que estás viendo es a un presidente que se postuló a la reelección para evitar ser procesado penalmente y vengarse de quienes acusó falsamente de haberle robado las elecciones de 2020. Nunca tuvo una teoría coherente sobre las grandes tendencias del mundo actual y de cómo alinear mejor a Estados Unidos con ellas para prosperar en el siglo XXI. No se postuló a la presidencia para eso.
Y una vez que ganó, Trump recuperó sus viejas obsesiones y agravios —con los aranceles y Vladimir Putin y Volodímir Zelenski y Canadá— y dotó a su gobierno de un número extraordinario de ideólogos extremistas que cumplían un criterio primordial: la lealtad ante todo a Trump y a sus caprichos por encima de la Constitución, los valores tradicionales de la política exterior estadounidense o las leyes básicas de la economía.
El resultado es lo que estás viendo hoy: un cóctel desquiciado de aranceles intermitentes, ayuda intermitente a Ucrania, recortes intermitentes a departamentos y programas gubernamentales tanto nacionales como extranjeros, decretos contradictorios realizados por secretarios del gabinete y miembros del personal unidos por el miedo a que Elon Musk o Trump tuiteen sobre ellos si se desvían de cualquier línea política que haya surgido sin filtrar en los últimos cinco minutos de las redes sociales de nuestro Querido Líder.