Mtra. Yolanda Carrillo Vázquez
No había sorpresas en ese parque. Cada tarde y cada noche de cada día lo encontraríamos ahí, en el mismo lugar.
El restaurante, adornado de palmeras que se sucedían al arbitrio de algún jardinero ausente, se llenaba de luces desde temprano.
Las Delicias del Parque encendía sus ventanas puntualmente y de la misma manera aparecería él, de postura recta y pantalón negro con camisa blanca. Tan morena su tez y tan negro su pelo peinado en onda decidida a la izquierda. No hablaba, sólo se presentaba a tu auto sin mirarte y con libreta en mano.
Durante la mañana, había mesas pequeñas con sillas alineadas alrededor. Nosotros preferíamos permanecer dentro del carro, la comodidad y las charlas íntimas en ese espacio cobijado, y la bandeja colgada en una de sus puertas para sostener los alimentos era una aventura.
En las noches de verano podíamos escuchar las melodías de moda interrumpidas por el aletear de pájaros, por esos vuelos intempestivos y las ramas crujientes.
En las noches frías, el recogimiento mullido del auto invitaba a chocolate caliente, a pan remojado en confidencias tempranas.
No importaba estación alguna. El joven de camisa blanca y pantalón negro llegaba puntual, en escucha eterna.
Envuelto en ese mutismo, intentaba asomarme a su vida secreta. Mi intención no revelada fue inútil. Él iba y venía presuroso ajeno, solo.
El tiempo gira, encuentra otros rumbos, otros aires.
El paseo por el parque dejó de ser costumbre. Ahora pasamos ligeros y distraídos, y tanto… que no advertimos la hierba seca, ni la ausencia de algunas palmeras antes tan airosas. De reojo, atisbamos grupos de niños en excursión y nos preguntamos qué podrán encontrar ahí
Tal vez perdimos el sabor del viento y ahora cerramos las ventanas. O quizás las prisas nos conducen a lugares oscuros con luces parpadeantes. ¿Quién recordará a esas aves mecidas en los árboles?
Elegimos otros sitios de dispersión, invitamos a familia nueva, la creada como adultos.
Y en esa rutina distinta, un día perdido, recordando de pronto nostalgias idas, regresamos al sitio escondido en el parque.
¿Habrá servicio al auto? ¿Existirán esas charolas que pendían de las ventanillas? Y… ¿quién atenderá pedidos, ¿quién escuchará atento?
Estacionamos despacio, como si Las Delicias fuera un espejismo que no deseáramos interrumpir… tal vez así los pájaros seguirían dormidos y las ramas al viento susurrarían lento.
Con prudencia recorrí la mirada por ese espacio, las mesas eran distintas y a juego las sillas. Faroles suspendidos del techo esparcían otra luz. Sólo atisbé a lo lejos a un señor de pelo cano, muy blanco, con raya decidida al lado izquierdo, diligente y silencioso, que se dirigía presuroso de mesa en mesa. Alto, esbelto, de pantalón negro y camisa blanca.
*** La autora estudió Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora con Estudios de posgrado en Pedagogía Terapéutica, Potenciación Creativa. Participante en antologías de microrelatos en las editoriales Academia de Escritores y Diversidad Literaria.
Libros: Cuando la Tierra era Blanda, adaptación literaria de 12 relatos indígenas de Sonora (2005). La Niña, relatos publicados por Caligrama (2028) y relatos publicados en diversas revistas. Productora de documentales. Desde hace 22 años dirige el Centro Tomatis de Sonora