Se dice que ningún presidente de la era moderna ha conseguido el poder que hoy detenta Claudia Sheinbaum. Un primer vistazo así lo haría pensar. Su corriente política controla el Poder Ejecutivo y el Legislativo y muy pronto tendrá una influencia decisiva en el Judicial, domina los poderes estatales a lo largo del territorio nacional y la oposición política que enfrenta está desdibujada. Habría que remontarse a los gobiernos de los años ochenta, e incluso antes, para describir una situación parecida. Con una enorme diferencia: ninguno de ellos contaba con el apoyo masivo que representa más de 80 por ciento de aprobación y una base social activa y movilizable.
Pero, mirado desde otra perspectiva, se trata de un poder sumamente frágil respecto a los desafíos que hoy afronta. Para decirlo rápido: no hay manera de que Sheinbaum dedique sus fines de semana al esparcimiento personal cualquiera que este sea, como lo hacía Enrique Peña Nieto en los campos de golf. El poder del priista era considerablemente menor, pero también lo eran sus retos. La carga depositada en las espaldas de Sheinbaum obliga a semanas de 7 días de 16 a 18 horas, prácticamente por el resto del sexenio y muy probablemente ni así alcance. Gestionar el orden vigente, como lo hacía Peña Nieto, es muy distinto a intentar una transformación significativa de la vida pública, como lo hace esta segunda versión de la 4T. Modernizar a fondo la administración pública, activar la economía amenazada por una recesión, responder a la mayor amenaza económica y política externa que el país haya experimentado en su historia moderna, afrontar ahora sí a la delincuencia organizada, reducir de manera significativa la pobreza y la desigualdad histórica de la sociedad mexicana.
Contemplar a Claudia Sheinbaum caminando hacia el micrófono cada mañana para afrontar los retos del día me genera sensaciones encontradas. Por un lado, la fortaleza que supone tal popularidad, la fuerza de su partido o los elogios unánimes de la comunidad internacional por su habilidad delante del intríngulis mundial que representa Trump. Un empoderamiento que otorga seguridad y aplomo, sin duda.
Por otro lado, la multiplicidad de tantos frentes abiertos, muchos de ellos implacables y cuyo desenlace resulta difícil de prever. Poderes o no, el hecho es que la cobija que tiene a su disposición la Presidenta es mucho más pequeña de lo que se necesita. Enderezar la precaria situación de Pemex; generar millones de empleos para abatir la economía informal que concentra el 54 por ciento de la población ocupada; activar la inversión pública y privada a pesar de la incertidumbre que la paraliza; abatir al crimen organizado que ahora ha brotado por todo el territorio; sacar adelante la reforma judicial para que se convierta en un avance y no en un retroceso, como sucedió temporalmente con el tema de las medicinas o la cobertura médica; impedir que el efecto Trump se traduzca en la emigración de la planta industrial atraída por el nearshoring; supervisar a los propios cuadros del partido para evitar que el poder de Morena se convierta en fuente adicional de corrupción. El lector puede asumir que el etcétera que continúa podría abarcar varios párrafos más. Una tarea nada envidiable; algo que tendría que llevar a ponernos en los zapatos por un instante la próxima vez que escuchemos algo sobre el poder de la primera mujer Presidenta.
El hecho es que, frente a esta enorme agenda, el tablero de mandos que tiene a su disposición Sheinbaum ya no parece tan imponente. Muchos botones y palancas, sí, pero con efectos parciales e intermitentes sobre la conducción de la nave en la que viajamos todos. Quizá su tablero es más amplio que el de los pilotos anteriores, pero también es cierto que la zona que atravesamos es mucho más accidentada y que la máquina afronta serios desperfectos por caducidad: a) la integración con Norteamérica se está agotando y su implosión tendría efectos brutales sobre el empleo; b) imposible seguir pateando el bote de la inseguridad pública y el poder de los cárteles; c) desde el sexenio de Fox la economía venía desacelerándose (2.2 por ciento de crecimiento anual promedio durante 18 años) y con López Obrador y la pandemia prácticamente se estancó (0.8 por ciento anual). Ahora habrá que procurar el milagro de una recuperación o, por lo menos, evitar el desplome.
Imposible saber en qué terminará esta travesía, en parte porque hay variables decisivas que escapan al control de la propia Presidenta. Con todo, los primeros cinco meses de su gestión confirman un rasgo que arrojó la investigación que realicé hace más de un año para su perfil biográfico: se trata del mejor cuadro con el que cuenta hoy en día la administración pública de nuestro país.
Cualquiera sean las circunstancias que vayamos a afrontar como nación, es satisfactorio saber que contamos con un piloto responsable y capaz. Se está dotando del equipo necesario y, sobre todo, ha conseguido puestas en común con buena parte de los actores económicos y políticos del país para trabajar juntos de cara a los nuevos desafíos. Un logro que no es menor en los tiempos de polarización que vivimos. Esperemos que eso alcance para sortear lo que nos espera o, por lo menos, encararlos de la mejor manera posible.