Conocí al general Salvador Cienfuegos en una comida de diez personas en casa de un amigo común. Era mayo de 2021, seis meses después de la pesadilla del general en Estados Unidos. Recuerdo escucharlo decir, sin perder el porte: “El trato que me dieron los americanos fue humillante”. Y explicar los porqués fue un caso político. Sin importar que hubiera sido secretario de la Defensa Nacional con el presidente Peña Nieto, lo detuvieron en Los Ángeles en octubre de 2020, acusado de conspirar para traficar drogas en aquel país. Lo esposaron con sevicia. En noviembre, el Departamento de Estado informó que, por un acuerdo con el gobierno de López Obrador, se le retiraban los cargos. La jueza del caso dijo que, pese a ser cargos graves, lo dejaba en libertad para que fuera investigado por la FGR. La FGR no encontró nexos con los narcotraficantes y lo exoneró. Ayer, en la segunda fila del templete, Cienfuegos escuchó al general secretario Trevilla afirmarle a la presidenta Sheinbaum que la soberanía nacional no es negociable, y que la misión más importante del Ejército es defender la independencia de México. Fue durante la primera ceremonia de la Lealtad de Sheinbaum. Lealtad que atraviesa presidentes.