Ante las bravatas acentuadas, la sobriedad reiterada. Frente a la segunda amenaza del gobierno de Estados Unidos de imponer exorbitantes aranceles a México a partir del sábado (la primera fue a través de una no muy clara orden ejecutiva de Trump la semana pasada, la segunda la disparó el martes la vocera de la Casa Blanca con la vulgaridad con que se esparce un chisme: tengo entendido que va a ocurrir, que los mexicanos se van a joder), la presidenta Sheinbaum podía envolverse en el patrioterismo inútil y podía también dar una respuesta sensata, sencilla. Ayer, cabeza fría, respondió a la amenaza de los aranceles con la economía de palabras de lo bien razonado: “No creemos que vaya a ocurrir, la verdad”. Y agregó, sin perder el tono ni la calma: “Si ocurre, también tenemos nuestro plan, lo informaríamos en su momento, pero no creemos que vaya a ocurrir porque hay conversaciones, hay diálogo”. Ningún mexicano sabe si el sábado Trump hará realidad la bravata. Sí sabemos, en cambio, que no hubo fuga de capitales después de la expresión de Palacio Nacional, que el dólar no se movió de los 20.50 y que el país no se acabó pese al eco resonante de que, ahora sí, ahí viene el lobo.