En su conferencia de ayer en Florida, el presidente electo Donald Trump dio un paso más en mostrar que sí piensa cumplir los anuncios que ha venido haciendo desde la pasada campaña electoral. Por eso es ingenuo pensar que su segundo periodo en la Casa Blanca será una repetición del primero, en el que, vigilado por un grupo de políticos experimentados, dejó muchas cosas sin hacer.
Mientras Trump se preparaba para hablar con los periodistas en su residencia de Mar-a-Lago, su hijo mayor aterrizaba en Nuuk, capital de Groenlandia, la isla que el magnate quiere añadir al territorio estadunidense por razones de “seguridad nacional”, y subió varias imágenes en su cuenta de X.
A Trump se le metió la idea de comprar Groenlandia en 2019, luego de que un amigo empresario, Ron Lauder –heredero del emporio de cosméticos Estée Lauder– se lo sugirió durante una reunión en la Casa Blanca. Para ello, hubo encuentros con diplomáticos de Dinamarca, país del que la isla forma parte como territorio autónomo.
En Copenhague, se abordó el tema como una broma, cosa que molestó mucho al mandatario estadunidense.
Mientras su hijo posteaba fotos en redes sociales, Trump planteaba que Estados Unidos quiere Groenlandia para proteger su soberanía. A pregunta expresa, no descartó utilizar la fuerza militar para apropiarse de ese territorio, igual que del canal de Panamá, pues ambos, dijo, han sido usados por China como parte de su estrategia de expansión global.
Lo cierto es que el gigante asiático se ha convertido en el principal inversionista en la isla de 2.1 millones de kilómetros cuadrados, superficie semejante a la de México. El primer ministro groenlandés visitó Pekín en 2017 para pedir que el gobierno chino financiara la construcción de tres aeropuertos, cosa que no fructificó sólo porque Washington persuadió al gobierno danés de echarse esa tarea al hombro.
Ubicada en el externo nororiental del continente americano, la isla ofrece acceso al Ártico y a Europa, y, de acuerdo con distintos estudios geológicos, apoyados con observación satelital, podría ser rico en tierras raras, elementos químicos esenciales para la electrónica, como itrio, escandio, neodimio y disprosio.
Las pretensiones de Trump sobre Groenlandia han creado tensiones con Dinamarca, un sólido aliado de Estados Unidos y parte de la OTAN. Cuando los estadunidenses compraron a los daneses las Islas Vírgenes en 1917 –para proteger el canal de Panamá–, quedó establecido que Washington reconocía los derechos de Copenhague sobre Groenlandia, cosa que Trump ahora pone en duda.
En la discusión de ayer en redes intervino también el empresario Elon Musk, quien dijo que los poco más de 50 mil groenlandeses serían bienvenidos como ciudadanos estadunidenses. Esto, en referencia al posible referéndum que podría llevarse a cabo este año, en el que los habitantes de la isla decidirían si se independizan de Dinamarca. Si eso se consumara, Estados Unidos ni siquiera tendría que comprar Groenlandia, pues ésta podría solicitar su incorporación a la Unión Americana, tal como lo hizo Texas hace 180 años.
La conferencia en Florida permitió a Trump poner de manifiesto que su ímpetu es real. Volvió a la carga contra México, amenazando de nuevo con imponer aranceles si nuestro país no controla la migración y el tráfico de drogas; acusando que el vecino del sur está controlado por los cárteles y se ha vuelto un lugar “peligroso”, e incluso –al fin y al cabo, amante de lo simbólico– anunciando que cambiará el nombre del golfo de México por golfo de América.
No, Trump no parece estar fanfarroneando. Tiene muchos mecanismos de presión para hacer que se cumplan sus promesas de campaña, y no sólo los aranceles. Por ejemplo, bastaría que suspendiera las exportaciones de gas natural –por supuestas razones de seguridad nacional– para meter en aprietos a México, que no cuenta con reservas de ese energético más allá de tres días.
Vienen tiempos difíciles para nuestro país. Ojalá haya el talento político para hacerles frente.