Con motivo del 50 aniversario luctuoso de Lucio Cabañas, maestro rural, dirigente estudiantil y líder guerrillero, publicamos una revisión de su vida y lucha en defensa de campesinos, víctimas de abusos e injusticias de las autoridades en la sierra de Guerrero.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- De niño campesino a líder normalista de Ayotzinapa, el maestro y defensor de los pobres que se convirtió en comandante guerrillero, el hombre más perseguido por el ejército mexicano hasta su asesinato en El Otatal, Guerrero, el 2 de diciembre de 1974, durante la última acción militar de una guerra interna de seis años, Lucio Cabañas Barrientos resonó hasta las puertas del Departamento de Estado de Estados Unidos en el pulsante teatro de la Guerra Fría, y sigue inspirando relatos y memorias que, entre los pliegues del mito y la historia, mantienen viva su figura medio siglo después.
En las entrañas de la Sierra Madre del Sur, en un barareque ubicado a cien metros del barrio de El Porvenir en la Costa Grande de Guerrero, nació por la mañana Lucio Cabañas Barrientos el 15 de diciembre de 1936, según el libro del registro civil de Atoyac de Álvarez consultado por Proceso.
Sus primeros años de vida, así como los de sus hermanos Facunda la mayor y Pablo el más chico, estuvieron marcados por la ausencia de sus padres. Su madre Rafaela Gervasio había sido obligada a entregarle los niños al padre Cesáreo Cabañas, quien también se alejó de sus hijos durante un tiempo, como recuerda Pablo Cabañas en su obra testimonial El joven Lucio Cabañas Barrientos, editada por el Taller editorial La Casa del Mago.
Desde entonces Lucio y sus hermanos quedaron bajo el cuidado de su abuela paterna Aldegunda y sus tías Dominga y Marciana. Años más tarde Cesáreo volvió tras un periodo en la Ciudad de México y en 1945 se mudaron a El Cayaco, en Coyuca de Benítez.
Pervive su recuerdo. Foto: Saúl López/Cuartoscuro.
Allí, Cesáreo poseía una hectárea de cocoteros y un solar donde sus hijos se enseñaron a trabajar la tierra. “Hicimos casas, enramadas, corrales, milpas, tlacololes; chaponamos las huertas de coco y café, cosechamos la copra, cortamos café”, cuenta Cabañas.
Por ser niños campesinos, Pablo y Lucio desatendieron la escuela. Cuando llegaba la época de la cosecha del café —a mediados de noviembre y hasta marzo— se dedicaban a trabajar en la huerta, por lo que sólo asistían a clases de abril a junio. No obstante, en los planes de Cesáreo estaba que los niños continuaran sus estudios, por lo que ya había programado que sus hijos e hija se trasladaran a la Ciudad de México, donde vivía su abuelo, el otrora general revolucionario Pablo Cabañas Macedo.
Muy pronto el anhelo de Cesáreo quedó frustrado cuando su padre murió a los pocos días de terminar 1949. Meses después, en marzo los hermanos Cabañas recibieron un nuevo golpe cuando Cesáreo fue asesinado por unos primos, quienes le habían pagado al segundo comandante de la policía Ventura Rodríguez para que le disparara.
En la orfandad, los hermanos se dedicaron sólo a trabajar para su familia, a merced de los malos tratos: Facunda en las labores domésticas y Pablo y Lucio en la huerta familiar en Las Patacuas chiquitas, o contratándose también como peones en otras huertas: “Así sembramos milpas, ajonjolí, arroz, frijol, calabaza, sandía”, recuerda Pablo.
Como todo costeño, el pequeño Lucio mantuvo el espíritu alegre incluso en la adversidad. Platicador y bromista, además de curioso, así es como lo describe el menor de los Cabañas en su obra citada anteriormente. “Por excelencia él fue platicón, juguetón, travieso, y bromista”. Además, a su corta edad las personas adultas lo consultaban para pedirle un comentario, un consejo: “Tenía un imán que atraía. Las personas lo buscaban, lo seguían para platicar con él”, recuerda Pablo.
A pesar de la incredulidad de su familia por bailador y noviero, Lucio mantuvo el anhelo de volver a la escuela y en 1954 salió de Atoyac para trasladarse a Tixtla, donde continuó sus estudios. Poco después comenzaría a involucrarse en la política estudiantil de la Normal Rural de Ayotzinapa hasta convertirse en el líder normalista más notable de su historia.
El ensueño de Pablo Cabañas
Mientras trabajaba en las huertas de coco y los cafetales, Lucio imaginaba con profunda admiración a su abuelo Pablo Cabañas Macedo, uno de los generales agraristas más importantes de la Costa Grande de Guerrero, actuando primero en las filas de Gustavo A. Madero y después bajo las órdenes del general Emiliano Zapata, con Heliodoro Castillo y Jesús H. Salgado.
Poco a poco, Lucio había recogido algunas anécdotas sobre su abuelo general en la lucha contra las injusticias y la organización de los campesinos para que se defendieran de los abusivos terratenientes, según relata Pablo Cabañas en su libro mencionado anteriormente.
En mayo de 1926 el general Cabañas Macedo había vuelto a tomar las armas al lado de los hermanos Baldomero y Amadeo Vidales, Feliciano Radilla, Fernando Hernández Heredia, Sotero Chávez y Onofre Barrientos, quienes al mando de más de 400 hombres atacaron el puerto de Acapulco desde el cerro del Veladero, según diversos informes consultados por Proceso, ubicados en la caja 245 de los archivos de la desaparecida Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales —antes DGIPS—, en el Archivo General de la Nación (AGN).
Los vidalistas, inspirados en la insurrección de José María Morelos en 1810 como señala Jayson Porter en su investigación doctoral “Making the Coast Pacific: Oilseeds, Environmental Violence and Justice in Guerrero and Sinaloa, 1900-1960”, de Northwerstern University, se levantaron en contra de las familias españolas de la región que concentraban amplias porciones de tierra cultivable.
Tras el ataque al puerto, los vidalistas también prendieron fuego a la fábrica de jabón La Especial y destruyeron plantaciones de coco y algodón pertenecientes a terratenientes españoles en El Ticuí y Aguas Blancas, así como también incendiaron la Fábrica Industrial de Hilados y Tejidos de esta última localidad y se dirigieron a Atoyac, según los archivos de inteligencia mencionados.
De forma similar a lo que afrontaría Lucio después, su abuelo el general Pablo Cabañas como parte de los vidalistas, fue perseguido de inmediato por tropas de la Secretaría de Guerra y Marina bajo las órdenes del general Joaquín Amaro, en una campaña contrainsurgente que buscó aniquilarlos, como también menciona Porter.
El líder de los hijos de los campesinos
Desde 1956 Chío –como le decían de cariño su hermana Cunda y su hermano Pablo–, había ingresado al primer grado de secundaria en Ayotzinapa cuando aún se impartía ésta en la Normal. Apenas un año después, en 1957 formó parte del Comité de la sociedad de alumnos y poco después también sería elegido secretario general de la Sociedad de Alumnos, como testimonia Pablo Cabañas en su libro.
Mientras tanto, en Ayotzinapa los estudiantes de origen campesino recibían una enseñanza teórica y práctica, para la promoción agrícola, social y de salubridad y en mínimo grado las de investigación por la carencia de personal, según relata en El caso Ayotzinapa o La gran calumnia, Hipólito Cárdenas Deloya en 1965.
Además de las enseñanzas, los normalistas llevaban el estudio del marxismo en las sesiones de formación política, cuya tradición se remonta al menos a la década de 1940. En 1958, Lucio junto a Donaciano Maganda Téllez, Félix Neri y Margarito Ponce, ocuparon la directiva del COPI, según una carta del maestro Ezequiel Adame referida anteriormente.
Poco después, los normalistas estarían recibiendo por medio de la radio de onda corta, las noticias del triunfo de la guerrilla de Fidel Castro y Ernesto Guevara en Cuba, un evento que marcaría profundamente a su generación, así como también al escenario geoestratégico de la Guerra Fría.
En esos años también se habían venido despertando varias expresiones contra el gobernador general de la entidad Raúl Caballero Aburto, las cuales crecieron hasta convertirse en una revuelta cívica que demandó la desaparición de poderes en el estado en 1960, como documentó el historiador guerrerense Salvador Román Román en su estudio Revuelta cívica en Guerrero (1957-1960). La democracia imposible, editado por el INEHRM.
El general Caballero había sido señalado de cometer diferentes delitos. Lo más grave era la “violación a las garantías individuales” durante la implementación de la campaña de “despistolización”, en la que las policías allanaban las casas durante la noche, buscando armas y hombres.
Ellos eran sacados de sus casas de forma arbitraria, asesinados y sus cuerpos abandonados en un lugar que incluso fue conocido por la gente como “Paso o Puente Caballero Aburto”, según quedó asentado en la queja que numerosas organizaciones sociales de Guerrero dirigieron a las Comisiones unidas del Senado de la República, ubicada en el expediente 165 del tomo 6, en el libro 199 de la 44 legislatura del Senado, obtenido por Proceso.
Desde 1959 los normalistas de Ayotzinapa ya habían formado parte de los comités cívicos municipales que se organizaron en varias localidades, encabezados por el Comité Cívico Guerrerense –después denominada Asociación Cívica Guerrerense, dirigida por Darío López Carmona, Genaro Vázquez, Jesús Sotelo y Blas Vergara.
Para 1960 el conflicto universitario se mantenía activo, pero en octubre se intensificó cuando el Frente de Estudiantes declaró la huelga para exigir la solución de problemáticas específicas de la Universidad y se aliaron con los normalistas de Ayotzinapa, entre ellos Lucio Cabañas, quienes comenzaron a visitar comunidades de toda la entidad pidiendo la desaparición de poderes de Guerrero, según el historiador Salvador Román.
Poco antes, cuenta el historiador, Lucio también había comenzado a participar en la fundación del Frente Reivindicador de las Juventudes Guerrerenses, integrado además por estudiantes de todos los niveles, incuyendo primaria y secundaria, el denominado Frente Zapatista y campesinos de la copra, el café del municipio de Atoyac.
Con el paso de los días las manifestaciones anticaballeristas se volvían cada vez más contundentes; por todo el estado hubo una amplia propaganda y los militantes pronunciaron incendiarios mítines en las principales plazas de Chilpancingo, Iguala, Taxco y Acapulco. A partir del 29 de octubre de 1960, los manifestantes establecieron un plantón a pie del palacio de gobierno de la capital del estado, frente al jardín “Cuéllar”, como una forma simbólica de clausura de las instalaciones gubernamentales.
Aunque al poco tiempo fue desalojada por policías y soldados, quienes ahuyentaron a los manifestantes hacia la alameda “Francisco Granados Maldonado”, de cara al edificio de la Universidad, todos estos lugares de protesta recurrente y símbolos de la lucha anticaballerista en todo el estado.
En solidaridad con el movimiento guerrerense, en octubre la normal de Ayotzinapa también paró las clases y los estudiantes nombraron al costeño Lucio Cabañas presidente del comité de huelga, según el mismo Román Román; entonces comenzarían a recorrer en brigadas algunas poblaciones cercanas para manifestarse contra el gobierno del general.
De vuelta en Tixtla, los estudiantes campesinos de Ayotzinapa dirigidos por Cabañas participaron en marchas pacíficas, donde protestaban contra Caballero y el entonces presidente Adolfo López Mateos.
Sin embargo meses después el tono de sus posturas se habría radicalizado y provocó la alarma de la policía judicial, la cual informaba que los normalistas habían roto los vidrios de la presidencia municipal y atacado con estopas mojadas de gasolina, para sacar a los presos, como dio a conocer Salvador Román en la investigación referida anteriormente.
Para inicios de noviembre se encendieron las alarmas en Bucareli. Los agentes de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS), que reportaban todos los hechos políticos relevantes comenzaron a dar seguimiento a las actividades políticas de Lucio Cabañas, como parte del denominado “catálogo de comunistas”, de la agencia de inteligencia mexicana.
Cabañas en la sierra. Foto: Archivo Proceso.
Según el primer tomo de la versión pública de Lucio Cabañas Barrientos de la DFS consultada en el AGN, el primero de noviembre los normalistas de Ayotzinapa se sumaron a una marcha en Chilpancingo que comenzó en la alameda Granados Maldonado y recorrió la avenida Miguel Alemán para arribar al Jardín Cuéllar.
En uno de los informes de inteligencia firmado por el coronel Diplomado Estado Mayor (DEM) Manuel Escamilla, los estudiantes habían repartido un volante en el que acusaban a Raúl Caballero de violar la Constitución, “porque los hijos de los campesinos han sido asesinados en sus hogares y porque han sentido en carne propia los nefastos hechos del mal gobierno”.
Para fines de noviembre de 1960 el gobernador Caballero Aburto, junto con los poderes del estado, decretaron la clausura de la Universidad y ordenó la ocupación de las instalaciones por la policía y efectivos del 27 batallón de infantería del ejército mexicano. Al saber de la presencia de las fuerzas policiales, los ciudadanos acudieron a la plaza pública en apoyo de los estudiantes, pero fueron desalojados por los soldados y los agentes judiciales.
A partir de esta fecha, las garantías individuales en Chilpancingo se suspendieron de hecho: el ejército patrullaba las calles de la ciudad y mantuvo el bloqueo de las carreteras que conducían a la capital, esto para evitar que más manifestantes arribaran a la Universidad en apoyo de los estudiantes y la ciudadanía, según Román Román.
La represión sufrida en la capital del estado caldeó los ánimos de las y los anticaballeristas en todas las regiones y el movimiento creció enormemente. El 11 de diciembre en Atoyac, los estudiantes y campesinos integrantes del Frente Zapatista realizaron un mitin en el Palacio Municipal que terminó con la detención de varios estudiantes.
Entre ellos se encontraban Lucio Cabañas Barrientos, Galdino Guinto, Imperio Rebolledo Ayerdi, Victoriano Lucerna, Efraín Molina Martínez y hasta Rafaela Barrientos, madre de Lucio, entre otros que fueron liberados, volviendo la noche siguiente a manifestarse con antorchas y denuncias al gobierno de Raúl Caballero.
Finalmente, El 30 de diciembre de 1960 la tensión se tornó en enfrentamiento, cuando un soldado del cuarto batallón de infantería disparó contra un manifestante que había subido a un poste de luz para colocar una manta en la que se denostaba a Caballero Aburto. La noticia se esparció con rapidez y la ciudadanía acudió a las calles aledañas de la Granados Maldonado, sitiada por los soldados.
De acuerdo con la investigación de Román Román, en la plaza algunas personas habían tratado de contener posibles agresiones formando una valla entre los manifestantes y los soldados, mientras que otros se preparaban con piedras y palos para responder en caso de ser necesario.
Alrededor de las cuatro de la tarde, la crispación de los manifestantes hizo romper la valla humana y estalló una balacera generalizada entre soldados y anticaballeristas; el saldo de la masacre fue de 23 muertos y entre 35 y 37 heridos. El mismo día los palacios municipales de Tierra Colorada, Iguala, Acapulco, Taxco y otros ayuntamientos en posesión de los antiaburtistas, fueron recuperados por efectivos del ejército, quedando bajo el resguardo militar.
Soldados en la sierra de Guerrero. Foto: Archivo Proceso.
El Senado de la República finalmente determinó integrar una comisión que investigara las denuncias expuestas por los antiaburtistas, certificó la ausencia de los poderes locales y el estado militar que imperaba en varios territorios del estado y, después de más de tres años de protestas sociales, declaró la desaparición los poderes en Guerrero.
Lucio Cabañas, el cívico
Tras la desaparición de los poderes en el estado el 4 de enero de 1961, fue clara la presencia del poder de la Asociación Cívica Guerrerense, que se había formado a fuego lento a lo largo del movimiento antiaburtista, y había logrado establecer ayuntamientos populares en todo el estado, controlando los importantes municipios de Acapulco y Chilpancingo.
Sin embargo, la Asociación con Genaro Vázquez Rojas a la cabeza, dejando fuera a algunos sectores priistas que también habían participado en el CCG, logró aglutinar en su mayoría a las organizaciones campesinas locales y suscribió principios políticos fundamentalmente de carácter agrario, demócrata y antiimperialista.
De acuerdo con un memorándum de la DFS firmado por el coronel DEM Manuel Rangel Escamilla en la versión pública de Cabañas, el 10 de enero de 1961 informaba que la ACG había elegido un nuevo comité directivo, el cual había quedado conformado por Antonio Sotelo y Vázquez Rojas, mientras que en la secretaría de acción agraria estaría asignado el líder normalista Lucio Cabañas.
Aunque sólo duró un par de meses en el puesto, inmediatamente después Lucio fue nombrado secretario de acción juvenil de la ACG en Tixtla; poco después el joven estudiante campesino se distanciaría de los cívicos, pero continuaría su militancia como líder normalista, esta vez al frente de la denominada Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).
Dirigente de la FECSM
La Federación fue la organización estudiantil a nivel nacional que desde 1935 aglutinó a todas las normales rurales del país, con el fin de exigir mejoras en las escuelas. En 1961 Lucio estuvo al frente del Comité Ejecutivo Nacional de la FECSM hasta 1963.
A pesar de sus responsabilidades como dirigente nacional de dicha agrupación, Cabañas retornaba por temporadas a Atoyac para continuar con la organización estudiantil a nivel local. Según un informe de inteligencia fechado el 14 de marzo de 1963, Lucio seguía siendo secretario de Acción Juvenil del comité estatal de la ACG; vicepresidente del bloque de escuelas revolucionarias del estado de Guerrero y presidente del Frente estudiantil cívico de Guerrero.
En el mismo oficio se mencionaba que Lucio -el nombre ya sin tilde, que él mismo había borrado a su acta de nacimiento- se había trasladado de la Ciudad de México a Michoacán para entrevistarse con los delegados normalistas de La Huerta y Tiripetío, donde supuestamente organizarían paros de labores en las escuelas normales estatales, con el objetivo de apoyar el movimiento de la Universidad Nicolaíta.