Si su propósito es disfrutar lo que ha hecho Netflix, los admiradores de la novela no deberían esperar en la pantalla una experiencia estética que solo puede brindarles la lectura del texto original
Orlando Oliveros
“Cuando la gente ve una película basada en un libro quiere que sea una ilustración fiel de este. Pero una adaptación cinematográfica es la trasposición que el público se niega a aceptar”. La frase la dijo Gabriel García Márquez durante una entrevista. Le habían preguntado sobre el fracaso de muchos cineastas que llevaron su universo literario a la pantalla. “La gente va a verme a mí, no a los directores. Acostumbran a juzgarlos a través de mí, de lo que logran hacer de lo mío, en la medida en que se parecen… o no se parecen”, concluyó.
La entrevista, que data de 1988 y alude a películas como Eréndira y Crónica de una muerte anunciada, podría haber sido publicada este mes, a propósito del lanzamiento de la serie de Netflix basada en Cien años de soledad. El diagnóstico es el mismo: en 2024, como en el siglo pasado, millones de lectores ansían ver la impronta del narrador colombiano en las adaptaciones audiovisuales de su obra. El deseo de tropezar con el Macondo escrito pronto se convierte en desencanto, porque encienden el televisor buscando a Gabo y en su lugar encuentran a los directores Alex García López y Laura Mora. De García Márquez a García-Mora. Un tránsito amargo.
Es lo que sucede cuando se le exigen peras al olmo. La literatura, el cine y la televisión poseen códigos de representación muy distintos entre sí. Por lo tanto, resulta imposible que una serie sea idéntica a la novela que la engendra. Si su propósito es disfrutar lo que ha hecho Netflix, los admiradores de Cien años de soledad no deberían esperar en la pantalla una experiencia estética que sólo puede brindarles la lectura del texto original. Tan pronto se acepta esta limitación, el trabajo de Alex García López y Laura Mora adquiere sus propias luces y sombras. La Úrsula adulta, el conmovedor camino de José Arcadio Buendía hacia la locura, la tristeza de Arcadio, el espectáculo salvaje de la guerra (que casi siempre entra mejor por los ojos), la escenografía de Macondo: son algunos aspectos que la serie maneja bien y que solo deslucen cuando se abusa de la voz en off de un narrador en cuya cadencia haría falta más autoridad.
La certeza de que Netflix no ofrece la novela de García Márquez, sino una mediación de ella ha interpelado a otro público: el que no va a ver la serie porque siente que arruinará la imagen del Macondo interior construido durante la lectura. Es una decisión que, en cierto modo, fue promovida por el propio García Márquez. Desde la publicación de Cien años de soledad en 1967, el autor rechazó varias ofertas millonarias para la adaptación cinematográfica de su libro. Él creía que una película sobre los Buendía acabaría con la libertad de los lectores para identificarse con los personajes e imaginarlos a su antojo. Según esto, nadie que haya visto la serie de Netflix pensará en el coronel Aureliano Buendía con un rostro diferente al del actor bogotano Claudio Cataño.
Ese veredicto me parece una exageración. Vi Troya varias veces antes de leer la Ilíada, y en ningún momento de mi lectura imaginé a Aquiles con la estampa de Brad Pitt. Podría decir algo similar con el Pedro Páramo, que interpretó recientemente Manuel García Rulfo o el Gandalf de Ian McKellen. Los universos literarios contundentes como el de García Márquez, Rulfo o Tolkien ejercen tal autoridad sobre el buen lector que no existe casting alguno que pueda reemplazarlos. Javier Bardem no suplantó a Florentino Ariza en la adaptación de El amor en los tiempos del cólera y tampoco Irene Papas derrocó a la abuela desalmada cuando la encarnó en Eréndira. A pesar de su maravilloso papel, dudo que la actriz Marleyda Soto borre a las incontables Úrsulas que millones de personas han concebido en su cabeza durante casi 60 años. La victoria de la imagen cinematográfica sobre los recursos infinitos de la imaginación, esa que Gabo temía y que hoy muchos auguran, está lejos de producirse.
Sospecho que el recelo a la serie basada en Cien años de soledad también se origina en la sensación de que, al adaptar la novela, Netflix está profanándola. Otra exageración. Cien años de soledad no es un texto sagrado, sino una obra maestra escrita por un hombre cuyo talento y popularidad están a la altura de Cervantes, Shakespeare o Tolstoi. Es natural que sea conversada, debatida, criticada y recreada a lo largo de las generaciones, y que las interpretaciones que se hagan en su nombre no sean exclusivas de la literatura, tal como ocurre con el Quijote, Las aventuras de Huckleberry Finn o la Divina Comedia.
Las dos temporadas de ocho episodios con las que Netflix pretende contarnos un siglo alimentan esta secuencia de interpretaciones. Es algo tan saludable para el legado del escritor como las opiniones de los críticos, las discusiones literarias de cantina, las reseñas periodísticas o los proyectos de la Fundación Gabo. Pues forma parte de la inmensa conversación que a diario se sostiene alrededor de la vida y obra de Gabriel García Márquez. Temas tan esenciales para el entendimiento de la condición humana como el amor, la soledad, la muerte y el poder seguirán hablándose gracias a las “profanaciones” de Cien años de soledad: una novela que en la cultura popular ha demostrado tener todas las oportunidades sobre la tierra.
Orlando Oliveros es escritor, periodista cultural y experto en la obra de Gabriel García Márquez.