Educado en Occidente, se esperaba que Bashar tuviera una agenda reformista que abriera el régimen autoritario personalista de su padre. No fue así. Por el contrario, se convirtió en un dictador aún más cruel
Estos días he recordado mucho a mi amigo Alberto, argentino que emigró a Israel, quien luchó en la Guerra de Yom Kipur en 1973. Antes que surgieran Hamás y Hezbolá, los grandes enemigos de Israel eran los países árabes, en particular sus vecinos. Alberto siempre me decía que el más peligroso de todos era Siria.
Los israelíes se quedaron traumados por aquel conflicto bélico de 1973. El dictador sirio Háfez al-Ásad, quien llegó al poder en 1971 y se quedó hasta el día que murió en 2000, había rearmado al Ejército de su país para convertirlo en el poder militar más dominante de los países árabes. Aliado estratégico de la Unión Soviética, compró las mejores armas disponibles en ese momento. Los tres primeros días de la Guerra de Yom Kipur, los sirios lograron importantes avances en Israel y estuvieron a punto de dividir en dos el territorio de ese país.
Se dice que la primera ministra israelí, Golda Meir, preocupada por el avance de los sirios en el norte y los egipcios en el sur, consideró la amenaza de utilizar armas nucleares para defender a la nación judía. No fue necesario porque los israelíes detuvieron la marcha de sus enemigos, recuperaron el territorio perdido e incursionaron en Siria donde se quedaron a unos kilómetros de llegar a su capital, Damasco, cuando se negoció un alto al fuego.
Egipto eventualmente firmó un tratado de paz con Israel. Lo mismo Jordania, el otro vecino árabe. El que siempre se rehusó a negociar fue Siria que se mantuvo como enemigo del pequeño Estado judío. “Con Ásad en el poder, nunca va a poder haber paz en Israel”, comentaba Alberto.
El dictador sirio murió en 2000 y, como buen régimen tiránico, dejó a su hijo Bashar al-Ásad en el poder. Se tuvo que reformar la Constitución porque el vástago tenía menos de los 40 años que exigía la Carta Magna para acceder a la Presidencia.
Educado en Occidente, se esperaba que Bashar tuviera una agenda reformista que abriera el régimen autoritario personalista de su padre. No fue así. Por el contrario, se convirtió en un dictador aún más cruel.
En 2011 llegó la llamada “Primavera árabe” a Siria. La gente pedía en las calles reformas políticas y respeto a los derechos humanos. Las autoridades respondieron con una represión atroz. Comenzó, así, la guerra civil en ese país.
Para mantenerse en el poder, Bashar al-Ásad se alió con Rusia —que tiene importantes intereses en ese país al contar con dos bases militares que le dan acceso al Mediterráneo—, con el régimen teocrático de Irán y las milicias terroristas de Hezbolá. Durante nueve años pudo contener a las fuerzas opositoras kurdas y los grupos islamistas del Frente Al Nusra y el Estado Islámico.
El costo fue altísimo. “Un estudio realizado por el Centro Sirio para la Investigación de Políticas publicado en febrero de 2016, estimó que la cifra de muertos era de 470 mil y de 1.9 millones de heridos”. Agréguese millones de desplazados internos y refugiados en el extranjero. Ásad incluso utilizó armas químicas en la ciudad de Jan Sheijun, punto fronterizo entre la zona rebelde y la gubernamental.
Estos últimos días, las fuerzas opositoras de repente comenzaron a avanzar a una velocidad meteórica llegando, sin que nadie las detuviera, a Damasco. Bashar al-Ásad tomó un avión para refugiarse en Rusia. Después de casi diez años de guerra civil, y 50 de dictadura de padre e hijo, cayó el régimen tiránico de los Ásad.
Al final, los aliados de Bashar al-Ásad no tuvieron la fuerza para mantenerlo en el poder. Los rusos andan ocupados y desgastados por la guerra en Ucrania. Irán y Hezbolá están muy debilitados por los ataques que le han propinado las fuerzas israelíes en los últimos meses. Sin estos apoyos, Ásad no pudo aguantar.
Por eso recordé estos días a mi querido Alberto. Finalmente había caído el que, hace unas décadas, había sido el gran enemigo de Israel. País que, por cierto, aprovechó la caída de Ásad para bombardear, como nunca había hecho en su historia, las instalaciones militares de Siria. Esto con el objetivo de eliminar todo el armamento que tenían los sirios y evitar, así, que cayera en manos de grupos interesados en atacar al Estado judío.
Porque una cosa no sabemos: ¿quién se va a quedar con el poder en Siria después de cinco décadas de los Ásad?
Hay muchos intereses en juego que involucran a Líbano, Turquía, Rusia, Irán, Irak, Israel y Estados Unidos. Hoy no parece haber una sola fuerza política que pueda unir de nuevo a este país, por lo que el escenario más probable es la balcanización de Siria.
Así, se pinta una rayita más al tigre en esa región tan conflictiva del mundo.
- X: @leozuckermann