Para algunos el gran conquistador del nuevo mundo, para otros destructor de culturas y pueblos
Alan Flores / El Sudcaliforniano
La Paz, Baja California Sur.- Hernán Cortés Pizarro, conquistador de México y figura clave en la incorporación de las Californias al dominio novohispano, falleció el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta, España. Este 2024, se cumplieron 477 años de su muerte.
Su arribo a la bahía y puerto de Santa Cruz (hoy La Paz) el 3 de mayo de 1535 marcó el inicio del reconocimiento de los vastos territorios que serían conocidos desde entonces como “las Californias”, incorporándolos a la geografía y la historia universales.
Al consultar la biografía de Hernán Cortés por Manuel Ramos Medina, director del Centro de Estudios de Historia de México Carso, podemos encontrar que fue nacido en Medellín, Badajoz, en 1485 y es considerado uno de los personajes más controvertidos del siglo XVI.
Para algunos, fue el gran conquistador que abrió las puertas de un nuevo mundo a la Corona española; para otros, un destructor de culturas y pueblos. A lo largo de los siglos, su figura ha sido mitificada y cuestionada en igual medida.
¿Golfo de California o “Mar de Cortés”?
Cortés llegó a las costas de Baja California con la intención de expandir los dominios de la Nueva España, un proyecto que lo llevó a explorar y asentar el puerto que hoy conocemos como La Paz.
Fue su espíritu aventurero y ambicioso lo que lo empujó a navegar por territorios inexplorados, buscando nuevas oportunidades y riquezas para él y para el imperio español.
La historia del Golfo de California, conocido popularmente como el “Mar de Cortés”, también está marcada por el sello del conquistador. Sin embargo, el nombre de esta región ha sido motivo de debate en los últimos tiempos.
El expresidente Andrés Manuel López Obrador, durante una gira en 2021 por Mexicali y San Felipe, destacó su preferencia por llamarlo “Golfo de California” en lugar del “Mar de Cortés”, señalando: “¿Qué Mar de Cortés ni qué nada? Es el Golfo de California”.
El nombre “Mar de Cortés” fue acuñado en 1539, cuando el explorador Francisco de Ulloa lo bautizó así en honor al conquistador que lo había financiado. A lo largo de los siglos, también se le ha llamado “Mar Bermejo” debido a los tonos rojizos que se observan en sus aguas por el plancton.
La Secretaría de Marina y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) han reconocido todos estos nombres a lo largo de la historia, pero el término “Mar de Cortés” sigue estando fuertemente asociado con la figura del conquistador.
El acuario del mundo
El golfo de California no solo tiene una importancia histórica, sino también un valor ambiental incalculable.
Jacques Cousteau lo denominó “el acuario del mundo” debido a su extraordinaria biodiversidad, que incluye especies en peligro de extinción como la vaquita marina y la totoaba.
El sitio abarca 244 islas, islotes y áreas costeras, y 12 áreas naturales protegidas que se distribuyen en los mil 557 kilómetros de extensión del Golfo de California. Han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (por sus siglas en inglés, UNESCO).
La muerte de Hernán Cortés no fue el fin de su influencia. Su legado continúa resonando en la forma en que se nombra y recuerda un espacio que, para muchos, simboliza no solo la conquista sino también la resistencia y la vida.
Tras sus éxitos y fracasos en América, Hernán Cortés regresó a España en 1540, donde esperaba ser recibido con honores por la Corona, pero la realidad fue distinta.
Relata el historiador que, a pesar de sus hazañas, Cortés enfrentó el olvido y la indiferencia de la corte española. Sus últimos años los vivió luchando por el reconocimiento de sus derechos y reclamando las recompensas prometidas por sus servicios.
Murió en relativa oscuridad y sin la gloria que había imaginado, aislado y enfrentando dificultades financieras.
Pidó que su cuerpo fuera trasladado a la Nueva España, una tierra que siempre consideró suya, y hoy sus restos descansan en la Iglesia de Jesús Nazareno, en la Ciudad de México, en el hospital que él mismo fundó.