Se agradecen las múltiples muestras de conciliación que ha ofrecido la virtual presidenta a empresarios, cámaras y mercados financieros de cara a la construcción de un ambiente favorable para el crecimiento responsable y la prosperidad de todos. Es evidente que el giro de timón para beneficiar a las mayorías, impulsado en el primer sexenio de la 4T, no basta si este cambio solo se reduce al sector público. A juzgar por las muchas señales emitidas, Claudia Sheinbaum desea llevar la noción “primero los pobres, por el bien de todos” a ser abrazada también por el sector privado y los grupos más prósperos. Construir juntos las bases de un crecimiento orgánico más justo y equilibrado ayudaría a generar el mercado interno que permita reactivar la economía y, aún más importante, la estabilidad política que el país requiere. Eso implica trabajar unidos y crear un clima de confianza.
Pero se trata de una convocatoria que no va a ser exitosa sin un correlato político que también genere esa confianza. Imposible avanzar en la propuesta de Sheinbaum, si lo que hace la mano derecha es traicionado por la mano izquierda.
Y justamente eso es lo que acaba de hacer Morena en la capital. Un enorme abuso, inédito incluso en el oscuro historial de las turbias prácticas legislativas. Un día antes de la distribución de plurinominales en el Congreso de la Ciudad de México, siete diputados de Morena que habían obtenido la victoria, repentinamente cambiaron de partido y se declararon del PT o del PVEM. Con ello consiguieron que Morena solo contara con 15 triunfos de mayoría, en lugar de los 22 originales. Un ardid para que en el reparto de las plurinominales aumentara el número de curules entregadas a ese partido. Entre Morena y sus aliados consiguieron, así, 43 diputados, cinco más de los que habían obtenido originalmente. Gracias a la triquiñuela se quedaron a solo un diputado del número necesario para tener mayoría calificada. El Consejo General del Instituto Electoral de la Ciudad de México, dominado por consejeros favorables a la 4T, hay que decirlo, aprobó la medida. Un recurso avieso y oportunista que ni siquiera el PRI había intentado. Quizá no sea ilegal, gracias a que la ley electoral no contempló la posibilidad de este abuso, pero evidentemente es inmoral, no solo por tratarse de una táctica que perjudica a las minorías (pierden cinco curules), también contra el votante, que sufragó por un partido, pero el diputado elegido terminará vistiendo la casaca de otro. El caso seguramente será apelado en otras instancias. Pero al margen del resultado final, lo que muestra es la enorme distancia que aún existe entre los operadores políticos y la conciencia ética de un movimiento que pretende la renovación del país.
Puedo entender, que no justificar o al menos no del todo, que Andrés Manuel López Obrador haya decidido vencer al sistema recurriendo a sus propias armas en la elección de 2018, convencido de haber sido derrotado “por las malas” en 2006 (el “haya sido como haya sido” de Felipe Calderón). Alianzas impresentables con el PES y el PVEM, candidatos como Cuauhtémoc Blanco y acuerdos con personajes como Napito, habrían formado parte de esa “necesidad”. La Real Politik también explicaría que se haya echado mano de tantos priistas para cubrir el déficit de cuadros al asumir el poder hace seis años. Mucho menos comprensible me parece la actitud que llevó a ignorar los actos de corrupción de miembros de la actual administración, con el pretexto de no dar municiones al enemigo o para no hacer evidente que la corrupción persistía a pesar del triunfo de la 4T. En fin, quizá para una primera versión en el intento de abrir camino abriendo brecha entre la breña, los codazos, fricciones y aprovechamientos de pliegues en la ley fueron necesarios para responder a la resistencia al cambio de los poderes fácticos.
Pero toda cruzada en la búsqueda de una sociedad más justa y equilibrada nace muerta si persiste el uso de atajos inmorales y abusos de poder de parte de las autoridades, incluso si hablan en nombre de las mayorías. Ninguna transformación es posible si no se construye una sociedad de nuevos valores exigibles a todas las partes, porque nos movemos todos en el mismo sistema. Asumir, esquizofrénicamente, que “los buenos” están excluidos de una exigencia moral porque buscan el bien común, supone que habrá una ética diferenciada para unos y otros actores políticos.
¿Cómo construir un clima de confianza favorable a la inversión y a la creación de empleos dignos para todos los mexicanos, si el grupo en el poder impone actitudes unilaterales para beneficiarse? ¿Cómo pedir o exigir que los empresarios actúen en favor de todos y no solo de sus intereses inmediatos si los dirigentes de Morena hacen lo opuesto?
La 4T consiguió restablecer la autonomía del poder político para que no fuera una extensión del poder económico. Pero lo contrario tampoco es viable. O para ponerlo en términos aritméticos: Morena y aliados cuentan con 60% del voto y el control del legislativo; es decir representan a las mayorías. Pero la economía está repartida en otro sentido: 26% del PIB lo genera el sector público, 74% el sector privado, la mayor parte de éste gestionado por la minoría. La mayoría política no puede operar a espaldas de la realidad económica, si es que desea construir una sociedad próspera y equilibrada. La conciliación y la congruencia son necesarias.
Por parte de López Obrador habrá la tentación de utilizar esos últimos 30 días en el poder, para dejar instalados cambios irreversibles. Justamente porque, contra lo que muchos piensan, estoy convencido de que va a retirarse definitivamente del ejercicio del poder, eso podría traducirse en un intenso protagonismo orientado a dejar amarrado todo lo posible antes de salir de escena. En una mala versión, esto podría significar una actitud atropellada por parte de los legisladores morenistas, ciegos a otra cosa que no sea darle gusto al Presidente. Por desgracia, lo que hagan en esos 30 días de alguna manera condiciona a la próxima administración, porque se trata de la legislatura que operará los primeros tres años del próximo sexenio.
Tengo la certeza de que Claudia Sheinbaum intentará lanzar una especie de pacto político y económico para poner en marcha lo que llama el segundo piso de la 4T. No será fácil crear los niveles de confianza para unir economía y política, sector público y sector privado, minorías y mayorías, fuerza en el poder y oposición, en una puesta en común mínima para crear condiciones de un crecimiento más sano. No se trata de que unos y otros ignoren sus diferencias, sino de encontrar maneras de trabajar reconociendo su existencia y asumiéndolas. Pero eso requiere crear mínimos de confianza. Nacerán lastimadas si el próximo septiembre la nueva legislación opera a contrapelo y utiliza su poder para lastimar unilateralmente a esas minorías. Lo que sucedió en el Congreso de la capital constituye la peor de las señales de alarma.
Fuente: Milenio