Para unos totalmente predecible, para otros sorpresivo, el triunfo de Donald Trump en la elección norteamericana abre un gran abanico de posibilidades de cambios en el ámbito planetario, donde se anticipan grandes cambios en la relación de Estados Unidos con el mundo.
En un trazo con brocha gruesa, la política de Biden, (esperen, ¿en verdad gobernó él?), y el Partido Demócrata en el plano internacional se caracterizó por mantener la guerra comercial que en su primer mandato Trump inició contra China, por la vergonzosa salida de Afganistán, a donde los estadounidenses que habían llegado en 2001 a combatir a los Talibanes, en su apresurada salida 20 años después, no solo dejaron en el gobierno a un más radical gobierno Talibán, sino que les dejaron miles de pertrechos militares y abandonaron a su suerte a sus colaboracionistas afganos.
Empujada por la administración Biden, la guerra que se planeó desde antes de 2014 por la OTAN, dicho por ellos mismos, se detonó en febrero de 2022.
Bajo la administración que termina, Estados Unidos ha aportado más de 250 mil millones de dólares en el conflicto en Ucrania, además de miles de sanciones hacia Rusia que, con el efecto búmeran, terminaron por llevar a la crisis económica a todo el bloque europeo, Alemania por delante, mientras que la sangría de empresas que salen del viejo continente tienen puertas abiertas y exenciones fiscales en la Tierra de las Oportunidades.
Quizá un motivo de peso en la derrota de Kamala Harris, cuyo Partido Demócrata representó en algún tiempo a las minorías árabes, además de latinos y clase trabajadora, fue el apoyo decidido del Gobierno de Biden en la ONU, en apoyo militar y en recursos económicos, a la aventura bélica del genocida Benjamín Netanyahu, (declarado así por la ONU), no solo en Gaza, sino en otros frentes como Yemen, Siria, Líbano y hasta con el peligroso Irán. Salvo en Irán, donde los ataques israelitas han sido medidos y hasta tímidos, en el resto han aplicado la misma doctrina militar, que consiste en bombardeos donde no se distingue a la población civil.
Harris representaba la continuidad. Quienes anticipaban un triunfo demócrata, quizá estuvieron influidos por la mayoría de los medios tradicionales estadounidenses, que de manera consistente atacaron al republicano y, llevados más por sus ansias, alimentaron la posibilidad de una Kamala ganadora.
Unas horas antes de que se confirmara el triunfo de Trump, quien ahora llega con mayoría en el Congreso y el Senado, y como si anticiparan ese resultado, en Israel Netanyahu cesaba a su Ministro de Defensa, Yoav Galant, simpatizante de Biden.
Por su parte, la Ministra del Exterior alemana, Analena Baerbock, volaba en un viaje no anunciado hacia Ucrania, donde le informaba al “Presidente” Volodimir Zelenski, cuyo mandato presidencial expiró el pasado mayo, que el conflicto debía terminar ahora, que era momento de salvar lo posible en una negociación con Putin, porque la eventual llegada de Trump implicaba perder aún más.
En su política de mirar hacia adentro (Make America Great Again), Trump ha anunciado que cesará su apoyo militar a Ucrania, lo que implica que Rusia terminará con su anexión de las repúblicas de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, pero más allá de esta medida, sus asesores militares han planeado un cambio que no se ha visto desde el final de la Segunda Guerra Mundial: poner en “hibernación” a la OTAN. La alianza militar que en la administración Biden continuó su expansión hacia las fronteras de Rusia podría quedar por primera vez, bajo control europeo, lo que les demandará una mayor carga en recursos, con la eventual salida de miles de tropas y equipos militares estadounidenses de ese continente.
En la guerra que Israel sostiene en siete frentes parecería que la futura administración Trump no tiene cambios, pues incluso pareciera aliado de Netanyahu. De la mano de su yerno, el judío neoyorkino Jared Kushner, en su primer mandato, el Presidente Trump trasladó su embajada de Tel Aviv, a Jerusalén, ciudad no reconocida como capital por el derecho internacional, una afrenta para el mundo musulmán, lo que implicaría que la confrontación y el apoyo militar continuaría.
Las malas noticias vienen para América Latina. Ante Peña Nieto, Trump forzó a una renegociación del Tratado de Libre Comercio y ante López Obrador amenazó con imponer aranceles a cambio de forzar a México a aceptar temporalmente a migrantes que de otra forma debían esperar su juicio en Estados Unidos.
Su amenaza de aranceles de hasta el 25 por ciento es un llamado a Sheinbaum para negociar. La Presidenta de México tiene mayor legitimidad electoral que su par estadounidense y ambos manejan sus respectivos Congresos, lo que anticipa tratos equilibrados. Además, como as bajo la manga, la mexicana tiene su religión judía, una condición ante la cual Trump se modera y en ocasiones, se doblega.
Venezuela estará bajo la mira; en su primer mandato impuso al “presidente legítimo” Juan Guaidó y tuvo en sus manos el plan para invadir al país caribeño, no por cuestiones políticas, sino por ser la principal reserva de petróleo del planeta. Quizá en esta ocasión la fuerte relación ruso-venezolana juegue como elemento de disuación en sus intenciones de allegarse esos valiosos recursos.
En su primer mandato, Trump desató su guerra comercial con China, la cual promete mantener e incrementar y aunque en su campaña se vendió como un presidente pacifista que no inició guerra alguna en sus primeros cuatro años, la incógnita está en el peso de las condiciones económicas de Estados Unidos, el país más endeudado del planeta y el que lidera en más de 10 veces al país que va en segundo lugar en gasto militar.
Pero, por encima de su gasto militar, EU ya paga más en su deuda y el ascenso de China como potencia económica, tecnológica y bélica es una gran amenaza de la cual deberemos hablar con mayores detalles en futuras entregas.
En resumen, con Trump se termina la guerra en Ucrania, y, de seguir, será a coste de la menguante economía europea. Se mantiene o intensifica el esfuerzo bélico de Israel, mientras el Presidente planea la manera de aplastar a un gigante asiático que tiene en los Brics una alianza comercial que tiende a superar en todos los aspectos a los otrora poderosos países del G7.