“Más allá de la casaca ideológica que porte, mucho de lo que hace un presidente tiene que ver con el momento pendular que le toque jugar”.
Supongo que unos más y otros menos, todos los que llegan al poder intentan convertirse en el mejor presidente que pueden. A la postre, las circunstancias terminan por acotarlos, exhibirlos en su verdadera dimensión, para bien o para mal. Casi siempre para esto último.
Más allá de la casaca ideológica que porte, mucho de lo que hace un presidente tiene que ver con el momento pendular que le toque jugar. Para algunos lectores será anatema lo que diré a continuación, pero me atrevería a señalar que Miguel Alemán, Carlos Salinas de Gortari y Andrés Manuel López Obrador comparten, a pesar de sus muchas diferencias, una característica: los tres arrancan nuevos ciclos tras el agotamiento del modelo anterior. Alemán llevado más por las circunstancias, los dos últimos como resultado de un diseño y en gran medida impulsado por el motor de su voluntad personal.
Miguel Alemán encabeza realmente la primera presidencia civil luego de la revolución (1946-1952). No solo pone fin al largo periodo de los generalatos, también da inicio al maridaje del poder político con el poder económico. Aquí arranca la fórmula que habrá de sustituir el predominio del capital agrícola y minero, vigente hasta la Segunda Guerra Mundial. El apetito de riqueza de Alemán y sus amigos (una frivolidad que recuerda a la camarilla del gobierno de Peña Nieto) y sus vínculos con una nueva burguesía industrial, bancaria y comercial, sienta las bases para un empresariado que prosperará estrechamente vinculado al Estado mexicano.
Treinta y cinco años más tarde Salinas de Gortari (1988-1994) protagoniza otra ruptura. Tampoco es que sea de su invención. Salinas condujo los cambios para adaptar en México lo que estaba sucediendo en todo el mundo: el arranque de la globalización y la universalización del modelo neoliberal. El tratado de libre comercio, la privatización y el debilitamiento del Estado asistencialista adopta en nuestro país la peculiaridad del salinato; el último intento del grupo en el poder para conseguir una apertura a los mercados sin perder el poder político absoluto.
Treinta años más tarde Andrés Manuel López Obrador viene a contradecir el modelo neoliberal con su propuesta de una Cuarta Transformación. Tampoco es un hecho excepcional. En buena parte del planeta hay una “cruda” contra los excesos de la globalización, resultado de la acumulación de sus efectos secundarios. Una reacción que en la mayoría de los casos adopta la forma de un populismo con distintos signos (más de derecha en Europa y Estados Unidos, más de izquierda en América Latina).
No entraré en los detalles de las muchas diferencias entre estas tres “revoluciones” o giros de timón. Las tres constituyen movimientos pendulares producto del agotamiento de los modelos anteriores (militarista, por llamarlo de alguna manera, en el caso de Alemán, estatista en el de Salinas, neoliberal en el de López Obrador). Reacciones a los excesos y limitaciones del movimiento pendular anterior. Respuestas “mexicanas” por un lado a un contexto internacional y, por otro, a la tensión permanente entre la compleja conciliación entre una sociedad de mercado inscrita en un sistema político y social heredado de una profunda revolución social.
A lo que quiero llegar es que la drástica naturaleza de los cambios que ellos impulsaron condicionó a los gobiernos que les sucedieron: Adolfo Ruiz Cortínez en el caso de Alemán; Ernesto Zedillo en el de Salinas; Claudia Sheinbaum por lo que toca a López Obrador.
“Las revoluciones”, incluso las moderadas, sacuden los acomodos vigentes. No es casual que a estos tres giros de timón hayan sucedido tres gobernantes de corte más administrativo, profesional, moderado. Como si el propio sistema buscara estabilizarse tras la sacudida inicial. No necesariamente como una reacción contraria, ni mucho menos, sino como una búsqueda para estabilizar los cambios, un ajuste de las aristas potencialmente más desestabilizadoras, una domesticación de los impulsos desatados, aun cuando busquen profundizarlos.
Adolfo Ruiz Cortines, llamado “el viejito” no tanto por su edad (62 al tomar posesión) como por sus maneras discretas y austeras, representó un ajuste a la voracidad del alemanismo. La elección de su sucesor, Adolfo López Mateos, y otras decisiones, fortalecieron el vínculo con el corporativismo sindical que impidió que el Estado mexicano desdibujara su compromiso político con una base social. Un factor no menor para impedir la inestabilidad política y los golpes de Estado por los que pasaron la mayor parte de los países latinoamericanos en los siguientes años.
Ernesto Zedillo tuvo mucho menos éxito para domesticar los excesos del salinismo. Él mismo fue una respuesta improvisada tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, originalmente destinado a hacer ese trabajo. Zedillo carecía de la ambición económica y política de su predecesor, pero su confianza, a ratos ingenua, en las virtudes de la privatización le impidieron vacunar los rasgos más groseros del capitalismo de cuates impulsado por Salinas: una distorsión al modelo neoliberal que contaminó las bases mismas con las que México se abrió a las “leyes del mercado global”. Pero Zedillo al menos cumplió con una importante tarea. Desmanteló el diseño transexenal que Salinas había preparado para el control del sistema político por un PRI maquillado con su estrategia de Solidaridad. El presidente “despolitizado” terminó entregando el poder al PAN y puso fin a los gobiernos de partido hegemónico. El modelo neoliberal continuó aunque navegando bajo la bandera de una pretendida alternancia.
Luego sucedió López Obrador y su “venimos a contradecir”, tras el tsunami electoral de 2018 que exigió un cambio en favor de las mayorías empobrecidas. Como todo giro de timón se trató de un sexenio de modificaciones profundas no exento de sacudidas. Un verdadero cambio pendular capaz de desmontar cimientos disfuncionales y erosionados mientras se intentan construir los nuevos. Una transición profunda que ha implicado riesgos y tensiones. Claudia Sheinbaum es, de alguna forma, la respuesta de ese órgano complejo que constituye la sociedad mexicana, en busca de alguna forma de procesamiento de las sacudidas. La pavimentación del sendero abierto en breña por su predecesor. La 4T reflexionada, administrada, racionalizada.
La historia demuestra que no hay destinos manifiestos en la trayectoria de las naciones, ni garantías que perduren. Pero de alguna forma llevamos más de cien años sin guerras, crisis endémicas o convulsiones sociales mayúsculas. Pocos países pueden decir lo mismo. Péndulos que permiten al sistema doblarse sin romperse. El gobierno de Claudia Sheinbaum es la versión más reciente de esta búsqueda para seguir buscando los equilibrios a pesar de nuestros desequilibrios. Importante recordarlo en medio de las entendibles pasiones que generan las coyunturas de cada día. @jorgezepedap
Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.