Escribió Roque Dalton:
“A quienes te digan que nuestro amor es
extraordinario porque ha nacido en
circunstancias extraordinarias
diles que precisamente luchamos
para que un amor como el nuestro
(amor entre compañeros de combate)
llegue a ser en El Salvador
el amor más común y corriente
casi el único”.
No entienden que no entienden. Los más influyentes líderes de opinión, los más ilustres intelectuales y escritores en nuestro país siguen anunciando la inminente ruptura entre Claudia Sheinbaum Pardo y Andrés Manuel López Obrador. La desean con toda su alma. Quieren verlos repetir el viejo ritual sexenal de defenestración del presidente saliente. Quieren que ese sainete, con la exhibición pública de las miserias de ambos políticos, les redima, a ellas y ellos, de sus propias miserias.
Quedaron en ridículo. La aplastante victoria de Claudia y de Morena fue un torpedo por debajo de la línea de flotación de su, ya de por sí, mermada credibilidad. En lugar de tener la humildad de reconocer que se equivocaron, que no supieron ni quisieron ver las múltiples señales de triunfo, apuestan a que habrán de producirse, obligatoriamente, las rencillas típicas en el viejo régimen. Creen, de nuevo, que lo saben todo y no saben nada.
La Revolución de las conciencias es un fenómeno extraordinario, único en la historia y sucedió a pesar de que ellas y ellos monopolizan los espacios de opinión más importantes en los medios de comunicación masiva. Sin darse cuenta dejaron de ser tan influyentes. Se les salió de madre —precisamente a quienes tenían la función de contenerla— la correntada de la opinión pública. Ahogadas y ahogados en ese tsunami terminaron.
De nada sirvieron sus profecías apocalípticas; la gente no se compró el viejo cuento de que la democracia corría peligro. El pueblo de México sabía, y por eso decidió darle a Claudia la mayoría calificada en el Congreso, que el trabajo había que hacerlo completo. No quieren las y los votantes una presidencia acotada, una transformación a medias. Ya saben de lo que son capaces los conservadores y decidieron en consecuencia atarles las manos. La transformación, parafraseando a Claudia, será radical o no será.
Anduve, cámara al hombro, en la gira de supervisión del Tren Maya. Vivimos lo insólito. Dos compañeros de lucha; una que llega, otro que se eclipsa, empeñados, ambos, en un generoso y extenuante ejercicio de análisis de la realidad del país.
Cada uno, en su lugar, maravillado Andrés Manuel con Claudia. Apasionada ella por la proeza de la que él fue capaz. ¿Conflicto? Solo en los sueños y las obsesiones de quienes jamás pisan las calles.
Se nutren, se complementan, se respetan, se quieren como compañeros de combate por eso inevitablemente me hicieron pensar, mientras los filmaba, en Roque Dalton. Lo extraordinario en este país que se transforma pacífica, democráticamente y en libertad se está volviendo “lo más común y corriente; casi lo único”. ¿No les parece a ustedes un inmenso privilegio vivir este momento estelar?
Esto apenas comienza. En el territorio, como vimos a Andrés, veremos a Claudia. Entre la gente como jamás gobernaron ni el PAN ni el PRI habrá de andar la 1era Presidenta de la historia de México. Ya anduvo de casa en casa, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. Volverá a hacerlo. Así se gestó la Revolución de las conciencias. No será más moderada, no dará la vuelta en “U” que tantos vaticinan, tiene un mandato que cumplir y tiene el coraje, la dignidad, el conocimiento, la convicción y la templanza necesarios para cumplir con el encargo. Ahí donde se hincó Andrés se hincará también ella. Será al pueblo de México al que Claudia rinda cuentas.