Es un delito creciente en todo el mundo del que, en España, Interior registró solo el pasado año 4.460 denuncias. La directora Patricia Franquesa, víctima de esta coacción, la ha convertido en un documental
Isabel Valdés / El País
El 14 de mayo de 2019, Patricia Franquesa se sentó a comerse un bocadillo de calamares en un bar, le robaron el portátil y dos meses después le llegó un mail: “Hola, Patricia. Lamentablemente, esto no es un correo spam. Es un tema serio. He hackeado su pc. No os asustés. Todo irá bien. No me conoces, ni yo a vos. No tengo intención de hacer daño, si seguís esto. Tenéis que ingresar 2.400 dólares americanos a la cuenta de bitcoin siguiente. Tengo las listas de todos sus contactos de trabajo, redes sociales, passwords de mails y acceso a material virtual. He encontrado esto (fotografías adjuntas) y estoy seguro que no quiere que todos sus contactos entre familiares, amigos y relaciones profesionales vean esto”. “Esto” eran tres fotos de su vagina. “Todos sus contactos” eran alrededor de 1.100. Y Franquesa, al otro lado del Zoom desde Barcelona, donde nació en 1989, cuenta que llamó inmediatamente a los Mossos d’Esquadra.
“Tuve la necesidad inmediata de decir ‘socorro’. Mi madre me enseñó que si en el autobús alguien me tocaba, tenía que decir en voz muy alta ‘señor, no me toque’. Así le daría vergüenza, se iría y alertaba a los demás. Fue ese instinto”, narra este pasado 14 de mayo, justo cinco años después del robo. Dice que “cierra un ciclo” pero que es, en realidad, “un inicio”.
Franquesa, documentalista, no sabía cuando llamó a los Mossos que lo que le acababa de ocurrir tenía un nombre. Lo supo justo después de hacer la denuncia, cuando los agentes le recomendaron que “enviara un mail a todos sus contactos” alertándolos de que podían recibir esas imágenes, se sentó a escribir ese mail y “no sabía muy bien qué poner”. Se puso a buscar en internet: “Empiezo a ver que esto pasa en todo el mundo y a tener un montón de preguntas. Y me digo a mí misma que si yo tengo tantas preguntas, es un documental”.
Así, ese día, supo lo que era la sextorsión, un delito que consiste en chantajear a alguien para que haga algo concreto a cambio de no hacer público contenido sexual suyo. Y también así, ese día, nació Diario de mi sextorsión (Gadela Films, Ringo Media), el último trabajo de Franquesa, que llega a los cines el próximo 31 de mayo. Abrió una carpeta a la que llamó Digital Vagina y empezó a guardarlo todo.
A ella le ha servido no solo para atravesar el proceso, sino para conocer y hacer que se conozca lo que la legislación española —como la Ley de Libertad Sexual y la de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia— considera violencia sexual, una de las que se cometen en el ámbito digital y que cada vez crece más.
En España, los datos del ministerio, a los que ha tenido acceso este diario, registran una crecida exponencial: 1.691 denuncias en 2018, 1.199 en 2019, 1.923 en 2020, 2.649 en 2021, 3.219 en 2022 y 4.460 en 2023. El número crece año tras año y aunque puede sucederle a cualquiera, las víctimas más frecuentes son mujeres jóvenes y menores. Franquesa recuerda que “el ataque” contra las mujeres a través de su sexualidad “es habitual”. “Siempre hemos sido los elementos sexuales de la sociedad. Pero también vi que había muchas estadísticas que hablaban de adolescentes”, dice.
Sean quienes sean las víctimas, el chantaje tiene objetivos más habituales, como el económico o financiero —conseguir dinero de la víctima—, o el control, que sucede cuando el perpetrador es alguien que conocen o son parejas o exparejas. El caso de Franquesa fue de los económicos y, aunque hay quienes acaban pagando pensando que así acabará el chantaje, eso no suele suceder y quienes coaccionan siguen insistiendo.
A la documentalista, en agosto de aquel año, 2019, le llegó otro mail: “Hola, Patricia, ¿Cómo fueron las vacaciones? Estoy a punto de subir las fotos a una página web. No he recibido respuesta suya, el monedero de bitcoin aún está vacío, así que mañana un cuarto de una red suya recibirá un mensaje con lo que tú ya sabes si no haces el pago. ¿Quiere negociar? Negociemos. Pero tienes hasta mañana, en este mail. Por favor no me hagas hacer esto, paga ya y acabamos con esto. Ofrece una cifra”.
Franquesa recuerda cómo le dio muchas vueltas a “qué situaciones pueden hacer que alguien sea tan vulnerable como para pensar en pagar o ceder a lo que se pide”. Ella no cedió, esas fotos empezaron a ser enviadas a algunos de sus contactos, que la iban avisando de lo que les llegaba, y el hacker continuó escribiéndole: “Seguiremos hasta que este contador no esté a cero. Iré a por más contactos, Facebook e Instagram. Los de Instagram son muy fáciles, con un mensaje privado lo van a ver todos”.
Y tomó una decisión: publicar ella misma esas tres fotos de su vagina. Volver a tener, de alguna forma, el control: “Cuanto estás en un proceso policial y judicial en el que eres una víctima legalmente, te sientes más expuesta y vulnerable. Era una forma de recuperar el poder”.
No fue “fácil”, pero se sentó y preparó un post para sus redes sociales: “Estoy siendo chantajeada por una banda de delincuentes. Me robaron el ordenador con todos mis archivos dentro. Me están pidiendo dinero para no compartirlo con vosotros. Ya han enviado mails y mensajes para extorsionarme de tal forma que me sienta tan avergonzada con mi cuerpo que acabe pagando. Así que quiero publicar las fotos yo misma. Por favor, si recibís cualquier mensaje o mail raro en cualquier red social donde aparezca mi nombre, decídmelo, y no borréis el mensaje”.
Era también una forma de pedir ayuda: “De decir, ‘oye, me está pasando esto, ayudadme, así tengo más pruebas que puedo llevar a la policía”. La respuesta fue inmediata, una avalancha de mensajes. Una amiga le escribió un “qué suerte tienes de tener tanto apoyo”. Lloró: “Eso hace que sientas que tienes una red de seguridad alrededor. La familia, los amigos, son muy importantes”.
Ahora, cinco años después, los Mossos aún no han encontrado al extorsionador, y, aunque la policía madrileña detuvo y condenó a uno de los dos hombres que le robaron el ordenador, nunca ha sabido si estaba “conectado con el hacker”. Para ella “la historia sigue viva porque sigue teniendo acceso a multitud de datos como el DNI, documentos en línea, contraseñas”.
Franquesa piensa en muchas cosas alrededor de esto. En la desprotección de la intimidad online; en quiénes le preguntaron por qué tenía ella esas fotos en el ordenador, como si fuese ella la responsable; en los niños, niñas, adolescentes que se ven sometidos a esa violencia. En los canales legales que a veces no alcanzan para solucionar el problema. También “en que contarlo, compartirlo, es tremendamente importante porque si no, te aíslas muchísimo más, eres más vulnerable, muchísimo más frágil y más accesible a la manipulación”. Y en “cómo la violencia pasa de la piel a la pantalla. Parece más limpio, es más psicológico, pero el daño es el mismo”.