Solo un puñado de personas, 1654 para ser exactos, pretenden poner al país de rodillas y pasar sobre la voluntad expresada, libre, limpia y conscientemente en las urnas, por 36 millones de votantes en las últimas elecciones.
No se trata, es cierto, de ciudadanas o ciudadanos comunes y corrientes; son la élite del Poder Judicial Federal, solo el 3 por ciento del mismo y son las y los únicos, de entre los 48 mil funcionarios y trabajadores restantes de ese poder, que deberán someterse, además de los requisitos existentes de preparación, idoneidad y capacitación, al proceso de elección popular que establece la Reforma Constitucional.
Me dirán que esas y esos 1654 jueces, magistrados y ministros no están solos y tendrán razón; los acompañan los miles de familiares a los que han colocado en la nómina y también un porcentaje importante de trabajadores de distintos niveles que han sido engañados o están equivocadamente convencidos de que sus derechos laborales serán afectados.
Es la suya también la lucha de otro grupo aún menor pero con más peso; el de los oligarcas nacionales y extranjeros que se han visto históricamente beneficiados por los fallos del Poder Judicial al que consideran parte esencial de su estrategia de negocios. Sin tener en el bolsillo a jueces, magistrados y ministros las ganancias desmedidas que esta élite obtiene se verían amenazadas; por eso cabildean en Washington y son capaces —mientras el agua no les llegue a los aparejos— de provocar un colapso económico.
La élite mediática también participa en la batalla. Resentidos y furiosos la mayoría de los líderes de opinión se han vuelto “cruzados” de la lucha contra la Reforma. Espanta la facilidad con la que, estas y estos comunicadores que monopolizan los espacios más importantes de la radio, la prensa y la TV, comulgan con ruedas de molino.
Que “la democracia está en peligro”, que “el México —autoritario, dictatorial— del que tanto nos advirtieron ha llegado” hablan desgarrando sus vestiduras. Difícil resulta distinguir las mentiras usuales que corren en las redes de lo que los más insignes columnistas y presentadores de los medios electrónicos sostienen con grave solemnidad los menos, con rabia los más.
Lo que los medios y las redes dicen —esa ola incontenible de mentiras descaradas y verdades a medias producidas por el mismo aparato de guerra sucia electoral— activa a “las masas” que han de tomarse las calles en contra de una Reforma cuyos alcances reales ni siquiera conocen.
De nuevo, con esta reedición del “peligro para México”, se siembra el odio y se provoca el miedo. La amenaza hoy, no solo son Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum Pardo sino “la aplanadora roja”. Imposible no evocar la condena del general Colin Powell a la “dictadura de la mayoría” en la Asamblea General de la ONU cuando ésta condenó la invasión a Irak.
En contubernio con las y los 1654, obedeciendo a la oligarquía, generando contenido para los medios, tratando de sacar gente a la calle y de llevar agua a su molino está por último la oposición conservadora, que muestra su verdadero rostro —el autoritario y antidemocrático— y en los hechos se rehúsa a reconocer su aplastante derrota.
Después de que con 36 millones de votos y 30 puntos de ventaja ganara Claudia a su candidata. Después de perder en 31 de los 32 estados de la República. Después de perder 8 de las 9 gubernaturas en juego (una a manos de Movimiento Ciudadano y las restantes con Morena) y 261 de los 300 distritos electorales los conservadores aún no entienden que la gente los mandó contundentemente al carajo.
Pueden sumarse a los 1654 jueces, magistrados y ministros muchos más —conservadores siempre ha habido en este país y son legión— de todas maneras porque no los asiste la razón, no actúan de acuerdo a la ley y no dicen la verdad, no habrán de frenar la Transformación.